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TribunaRoberto Esteban Duque

Volar la cruz del Valle de los Caídos

Este tipo, ingenioso y exhibicionista, burdo, al que no voy a satanizar ni condenar como si de un espécimen extraordinario se tratara, representa la inveterada imbecilidad de la especie humana

Actualizada 01:30

El personaje Bazarov de la novela Padres e Hijos de Turguenev, refleja al joven radical y nihilista de la mitad del siglo XIX. En esta novela, este ejemplo de nihilismo que aparece en Rusia sostiene una crítica a la sociedad y enarbola como principio a la ciencia y tras ella una noción utilitaria. De este modo, un nihilista se comprende como «[...] un hombre que no acata ninguna autoridad, que no tiene fe en ningún principio ni le guarda respeto de ninguna clase» y además considera que la primera tarea es «destruir, y luego desbrozar el terreno de los escombros: hay que destruir la aristocracia, los principios, la lógica, la moralidad, la religión, la historia; hay que derribar todo aquello de lo que se pueda prescindir». Para Bazarov, como nihilista, lo principal es destruir pues: «nosotros destruimos porque tenemos la fuerza ¡sí fuerza, y ésta no tiene que dar cuentas a nadie!».

Me ha recordado este nihilismo a las bastardas palabras del cómico y presentador de la Cadena SER Héctor de Miguel, denunciado por Abogados Cristianos por un delito de provocación a la discriminación, al odio y a la violencia. Bastardas porque el odio a la cruz es odio al amor. El periodista animó a «llenar de dinamita la cruz del Valle de los Caídos y volarla por los aires, si puede ser un domingo, mejor, que hay más gente». Además, insistió: «Una vez volado, hay que coger las piedras e ir a todas las iglesias y monasterios para tirárselas a los curas que se hayan follado a algún niño. Igual nos faltan piedras y tenemos que volar también la Almudena».

Este tipo, ingenioso y exhibicionista, burdo, al que no voy a satanizar ni condenar como si de un espécimen extraordinario se tratara, representa la inveterada imbecilidad de la especie humana, esperando la caída del enemigo en un odio fundador y vengativo por lo diferente a su propio y mediocre horizonte ideológico, depositario ridículo de una monolítica pasión, encaramado de puro placer a batirse en duelo por destruir aquello que ni comprende ni logrará destruir por muchos esfuerzos que realice en su banal empeño.

La actitud de este tipo arrogante es actuar de acuerdo a lo que se reconoce como útil. En la medida en que el fin es destruir la cruz, una forma de entender el mundo y la vida, la utilidad más cercana es la de su destrucción. Los límites de lo que debería ser destruido, viene a decir este cómico, están en cuanto nosotros decidamos qué debe preservarse y cuánto deberá ser demolido. La destrucción se verterá sobre esta ignominia que representa el cristianismo. No alcanza a advertir la ignorancia del presentador de la SER lo que significan nuestras propias raíces. La gente racional no busca sólo sus intereses egoístas, sino también lo que comprende que la utilidad más sólida y duradera consiste en identificar sus deseos personales con el bien de la mayoría de sus congéneres: la cruz es el lugar donde más se ha amado.

Pero, 'nolens volens', según el ideólogo hay que destruir los presupuestos para la consecución de los fines. El mayor bien posible del socialismo y de las ideas progresistas a través de cualquier medio de comunicación, incluso con la aniquilación de vidas inocentes en el delirio de la demolición del lastre y la carga insoportable de los cristianos, será que las ideas y el odio se conviertan en acción, ideologizar al pueblo, sobre todo corromper a la juventud, impregnarla de propaganda política, volcándola con furia hacia la desafección de la estructura jerárquica de la Iglesia.

El mal no puede ser explicado como una simple degradación de la voluntad, fruto de la debilidad de carácter; no es consecuencia del dominio de las pasiones sobre el espíritu, sino de una elección libre y consciente: hay que golpear y hacer pedazos lo que nosotros consideremos que no merezca ser conservado, viene a decir este tipo gracioso y lleno de inmensa fealdad. El mal, por lo tanto, es de naturaleza espiritual, propiamente demoníaca, puesto que su origen es la afirmación y rebelión del yo contra el orden sagrado de la realidad, en cuyo centro está el denudamiento de la cruz.

El crítico Dimitri Pisarev había tomado a Bazarov, personaje de la novela de Turgueniev, Padres e Hijos, como modelo del nuevo intelectual ruso: el nihilista ateo, inclinado hacia la ciencia y el pensamiento anti religioso, en detrimento de las supersticiones o conocimientos tradicionales. Entre otras afirmaciones, Pisarev sostenía: «Golpeen a diestra y siniestra, esto no causará ningún mal y ningún mal vendrá» porque «lo que resista el golpe merecerá conservarse; lo que se haga pedazos será basura».

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