Sesudo estudio sobre el turismo
Todas las cifras nos llevan a pensar que sobrepasaremos los noventa millones de personas que llegarán a España este año, doblando la población local. Son turistas, que no viajeros (que es otra cosa algo más refinada)
Paseaba la ciudad con las manos entrelazadas por la espalda, como si fuera un entrenador de futbol, buscando respuestas a los grandes enigmas: ¿Qué hace un senador?, ¿quién fue el que tuvo la idea de ponerle piña a la pizza?, ¿híbrido enchufable o eléctrico? Así, bastante despistado, caminaba y no los vi venir.
Avanzaban en formación: Tres por delante y dos por detrás, dominando prácticamente toda la calle. Remotamente, pero recordaban a los carros de combate del ejército enemigo entrando por los pequeños pueblos costeros de una Europa invadida.
Avanzaban, como les digo, con sus «trolleys» que rebotaban en el pavimento de adoquín haciendo un ruido duro a aquella hora temprana; muy molesto. Esa hora en la que la brisa cubre la delicada fragancia del jazmín para imponer el sutil aroma de los churros y el café. La agenda 2030 no se ha metido con eso, de momento.
Lo ignoraban todo: la solemnidad de la calle, los blasones en las puertas, el silencio requerido, las rejas en la ventana, el color albero en las fachadas, el recuerdo respetuoso en azulejo de los que allí vivieron. Iban a su objetivo.
Pienso que su afán era llegar cuanto antes al piso de alquiler vacacional, soltar el fardo y acudir a la cita con el de la banderita que les iba a contar los secretos de la ciudad. Después en su acelerada agenda habría paella y sangría, más trote por la ciudad y otros monumentos; a la cama con los pies reventados y al día siguiente otra ciudad. Las fotos del móvil pondrán un poco de orden en semejante revoltillo que se hace grumo en la cabeza con tanta piedra artística vista en tan poco tiempo.
Vuelvo al tema. Hice un slalom audaz para librarme de un choque seguro contra el comando de los «trolleys». Los vi marchar. Que vayan con Dios.
Ese swing elegante al que me vi forzado me hizo pensar en el turismo que nos llega. Todas las cifras nos llevan a pensar que sobrepasaremos los noventa millones de personas que llegarán a España este año, doblando la población local. Son turistas, que no viajeros (que es otra cosa algo más refinada). Se ven por todas partes; casi todas las semanas del año porque ya no es una cosa del verano.
Y ahora viene el tópico: son la primera industria del país. Y nos dejarán 15 % del PIB. Mucha gente y poco gasto, da la impresión.
Siguiendo con mi paseo llegué al bodegón maduro que ha subido cruzar los siglos. El dueño en la pequeña terraza recibe, como siempre, con sonrisa y con una palabra amable. Cruzamos saludos y buenos deseos y, sin perder la sonrisa, comentó lo que todo ese comercio conoce: no está la cosa bien. El público retrasa pedir la gamba buena o el segundo cubata; justo lo que hace falta para poder contratar más gente o mantener abierto. Nos hacía una petición que era todo un plan de negocio en sí misma: «¡Tomad jamón!».
Frase certera con una solución al problema. Que gasten más, que para eso vendemos buen país y buen producto. De otras industrias ya sabemos que no podemos esperar mucho más de lo que dan. Por más ministerios que se creen.
Volví a casa. Cayó la noche. La calle silenciosa volvía a oler al viejo que respiran los adobes. Unos pasos apresurados, un coche que se marchaba; lo mismo alguien corría detrás de un taxi que llevaba dentro al amor de su vida. Y habían tenido discusión. Al poco rato, entraron por el balcón abierto más pasos, una parada y un tipo que se sonó los mocos. Lo hizo con decisión y buena modulación haciendo un eco que rebotó por los aleros de los tejados.
Esta sí es mi ciudad.
Tino de la Torre es gerente de Westfalia Gestión de Patrimonios y escritor