La hoguera de Errejón
Lo sabían, lo ocultaron, lo protegieron y hasta le hicieron su portavoz. Pero ya tienen la solución: Lo van a remediar obligando a sus afiliados a hacer cursillos para aprender a rechazar las asechanzas del maligno heteropatriarcado liberal
No queda mas remedio que hablar de Errejón, aunque mucho se haya dicho ya y aún más vaya a decirse porque vamos a tenerlo hasta en la sopa y por todos los lados. El espectáculo tiene todos los ingredientes de morbo, escándalo, sexo, política, hipocresía, venganza, ajuste de cuentas, escarnio, y destrucción que nadie se lo quiere perder, todos opinan y muchos, sobre todo los más allegados ayer, arrimar su tea a la pira donde está siendo socarrado. Porque, como decía Javier Krahe: lo que más nos pone a los españoles es la hoguera.
Pero más allá del akelarre algunas cosas en claro se pueden sacar y otras poner en cierta duda.
La primera es que la catadura del personaje y de su persona, por mucho que el propio lo quiera deslindar es de un cutre, una bajeza y un morro excepcional. Pocos pueden superarlo en su obscena mentira y su soez contradicción entre la prédica y sus hechos. Da mucho asco y ninguna pena. Porque, y esto es también evidente, se valió de su predicamento y posición. Y es un guarro, un aprovechón reptiliano, un abusador, un mentiroso y un hipócrita sin paliativos ni anestesias ni «substancias» en polvo que valgan.
La segunda es la irrisoria escusa que ha dado a su repulsivo proceder, curiosamente compartida por sus conmilitones ahora haciéndose los escandalizados, de que a la postre la culpa no era suya sino del atroz heteropatriarcado y el perverso liberalismo que, aunque él y por lo visto todos ellos y ellas también, no querían oye, que no querían, les hace sucumbir y pecar. Es el maligno, el Satán que los tienta y, la carne es débil, no se pueden resistir.
La tercera, y hay que exponerla aunque el susodicho y toda la tropa de la que fue cabeza y presunto faro intelectual la haya cancelado y privado de todo valor, es que las pruebas de cargo expuestas por las víctimas ahora denunciantes contra el acosador, presunto, eso por delante, aunque en su catecismo lo hayan borrado, van hasta el momento fallando en algo crucial. Ellas, se deduce de sus propios testimonios, no fueron forzadas ni obligadas, ni siquiera se les impidió marcharse de allí, algo que parece lógico suponer que hubiera sido la lógica reacción, si tanto les desagradaba la situación. En un caso hay todavía más: la participación activa en varias ocasiones, con disfraces y roles preestablecidos en un juego de alto y escabroso voltaje sexual, íntimo y compartido, que ahora se denuncia pero anónimamente casi diez años después. De hecho, ninguna denunció tras suceder los hechos ni a Policía ni en juzgado, sino hasta anteayer y la única que por el momento sí y con nombre y apellidos ha sido tras estallar el escándalo tres años más tarde. Los jueces decidirán, pero a primera vista parece raro por lo leído que ello no suponga un obvio consentimiento, aunque no fuera ante notario.
La cuarta es la que a la postre habrá de tener más recorrido porque ha hecho reventar la enseña mayor de todo el doctrinario y la cacareada «sororidad» del feminismo ultraradical. Lo sabían, lo ocultaron, lo protegieron y hasta le hicieron su portavoz. Pero ya tienen la solución: Lo van a remediar obligando a sus afiliados a hacer cursillos para aprender a rechazar las asechanzas del maligno heteropatriarcado liberal.
Me malicio que, aunque quien esté ardiendo en la hoguera sea Errejón, otros han de acabar chamuscados, si no es que explota, que creo va a ser que sí, todo el tinglado. Yolanda Díaz, la beneficiaria mayor del cada vez más endeble sombrajo de Sumar, su máxima valedora y encubridora, así como Mónica García, ministra de Sanidad, otra que tal, como cabeza hasta ayer y cuando se sucedieron los hechos de Más Madrid, lo tienen peor que mal.
Quien se relame goloso y piensa en volver como salvador porque supone que esto le redime a él, es Pablo Iglesias. Lo hará a no mucho tardar. Y quien no sé como lo aprovechará, aunque ahora le hace un descosido, pero también le sirve de salvapantalla, es Sánchez. Seguro que es en lo que está pensando. Y que de ese desastre algo sacará, también.