Tres dictaduras, tres
Estas dictaduras gozan de considerable estimación en la izquierda europea y de aliados extraeuropeos que se escudan en el principio de no intervención en los asuntos internos de otros países, como sería el caso de Rusia, China o Irán
Desde 1959 hay dictadura en la isla caribeña, desde 1979 en un país centroamericano, y desde 1999 en otro rico en petróleo, muy conocido por la colosal catarata de Canaima. En los tres casos, los regímenes actuales se han consolidado gracias a la implacable represión. Cuando tienen que enfrentar la oposición en la calle, la respuesta es inmisericorde a base de tiros, y en general, con la espada de Damocles, en el mejor de los casos, de largas penas de prisión a los manifestantes.
Los tres países han hecho de la revolución un mito redundante que hay que preservar a toda costa. Por la revolución se muere, «Patria, y muerte, venceremos»: 65 años de revolución castrista, 40 años de revolución sandinista, y en lo que fue la patria de Bolívar, más de 25 años de revolución chavista. Quien se oponga a la revolución es un traidor que no respeta «un modelo justo y solidario», basado en «la dignidad de los pueblos», y con el espíritu unitario que por definición tiene todo movimiento revolucionario.
Toda revolución/dictadura construye un «muro» que distingue a los «nuestros» de los «otros», a los que se califica de «gusanos» o se fustiga con todo tipo de epítetos. A los «nuestros» se les da el «carnet de la patria» que asegura beneficios sociales y la fidelidad perruna que tiene su expresión en el momento de depositar el voto.
Votaciones y elecciones puede haber, pero nada asegura el respeto a sus resultados. A los opositores se les criba adecuadamente, inhabilitando a los más peligrosos. A los más corruptibles se les permite competir, a cambio de prebendas o cargos. Si los resultados de la elección son claramente desfavorables, se escamotean las actas y se acude, por ejemplo, al tribunal supremo, ocupado por una pandilla de fieles. No hay una fiscalía independiente. Se recurre a menudo a ejecuciones extrajudiciales y proliferan las muertes violentas por resistencia a la autoridad.
Estas tres dictaduras hablan en español y son «fraternalmente amigas». Los servicios de seguridad suelen estar infiltrados por revolucionarios de otra dictadura. Como dice Daniel Ortega «la batalla de Cuba es nuestra batalla». Todo el mundo sabe que el petróleo venezolano ha engrasado generosamente a la isla caribeña. Nicolás Maduro se formó en Cuba, y allá fue investido como sucesor por el agonizante Chávez.
Tienen dos características muy marcantes: la escasez y el miedo. Puede ser un país que nade en petróleo, pero no hay alimentos suficientes, ni sanidad digna, ni servicios en general. El hambre se adueña de grandes capas de población y la pelea por un trozo de pollo o una docena de huevos es diaria. Otra característica es el miedo. Miedo a ser detenido o espiado por los omnipresentes servicios de seguridad (el G2, el Centro de Inteligencia e Información Policial, el Sebin). Escasez y miedo propician la emigración hacia otras latitudes. El país insular caribeño tiene dos millones de nacionales en el extranjero (para una población de 10), el centroamericano 1,5 (sobre 6,8) y el rico en petróleo 8 millones (sobre 28).
La gente, como se dice vulgarmente, «vota con los pies», se va buscando una vida mejor, y una libertad que no existe en su propio país. Hay que librarse de las detenciones arbitrarias de madrugada, de maltratos y torturas en la comisaría, de la impunidad de los grupos paramilitares, y de los procesos amañados. La condición de diputado, o incluso de cargo público elegido, no inmuniza contra la persecución política.
Estas dictaduras gozan de considerable estimación en la izquierda europea y de aliados extraeuropeos que se escudan en el principio de no intervención en los asuntos internos de otros países, como sería el caso de Rusia, China o Irán.
El control de la población se instrumenta por dos vías principales: ejército y policía, por un lado, y educación y medios de comunicación, por otro. Los mandos del ejército y de la policía tienen que ser absolutamente leales, y, a ser posible, que disfruten de «fringe benefits» (beneficios adicionales) que aseguren su fidelidad. Los libros de texto son claramente sectarios, y a los medios de información críticos se les aplican multas, suspensiones o, finalmente, confiscaciones.
Hay tres rasgos adicionales: definir un enemigo al que se achacan todas las culpas, la aspiración a mantenerse indefinidamente en el poder y la alergia a la empresa privada. En Cuba el malo es siempre los Estados Unidos, que estaría aplicando un implacable «bloqueo». Maduro habla de «US go home», mientras repite acerbas críticas contra los «colonialistas» españoles. El tandem Ortega/Murillo se hace reelegir una y otra vez con un paripé de elección popular cada 4 años. Y Díaz Cañel no es más que un testaferro al servicio de los Castro, que se mantienen en las bambalinas del poder. «Confísquese», las empresas privadas son víctimas de acoso constante.
Estas dictaduras, como se decía más arriba, gozan de aceptación en el exterior. Lo hemos visto recientemente con las visitas de Borrell a Cuba, o con la posición del gobierno español después del fraude electoral tras las últimas elecciones en Venezuela. El Fiscal de la Corte Penal Internacional o el Consejo de Derechos Humanos de la ONU miran para otro lado, o se desconsideran sólidos informes como el que hizo la Alto Comisionado Bachelet, con duras acusaciones al régimen chavista. El Che Guevara sigue siendo un símbolo para la juventud, y Zapatero sigue siendo un «mediador imparcial» entre gobierno y oposición. Escasez y miedo, emigración masiva, exilio o «desapariciones» de opositores, mientras el mundo calla.