Regresando a Río
Aunque Brasil se encuentra en una situación metaestable, su arquitectura constitucional está intacta (nadie la socava desde la clase política) y sigue siendo un país de oportunidad, inmensamente rico en materias primas, cuya política exterior se ha hecho respetable y de largo alcance
En 1963 la cinematografía española produjo un film, 'Marisol rumbo a Río', que nos acercó a la realidad de este país enorme, lleno de contrastes, que De Gaulle calificó como el país del futuro. Regreso a Río 31 años después de cesar como Cónsul General en la capital carioca. Vuelvo en barco, siguiendo la ruta de Elcano, vía Tenerife y Madeira, atravesando el Atlántico durante 7 días (mucho menos de lo que necesitó Magallanes).
El Brasil que conocí fue el de la destitución del presidente Fernando Collor, el largo reinado de Pelé, la inestabilidad cambiaria, la visita de Nelson Mandela y la Primera Conferencia sobre el Clima en 1992, a la que asistieron, entre otros, el Dalai Lama, Fidel Castro y Bush padre. Treinta años son muchos años, llegó el período de estabilidad de Fernando Henrique Cardoso gracias a la reforma del real, y luego la victoria del PT (Partido de los Trabajadores) liderado por Inácio Lula da Silva. La victoria inesperada de Bolsonaro, en 2018, cierra un período de vértigo con presidencias convulsas como las de Temer y Dilma. El presidente petista consiguió una gran respetabilidad internacional con el Mundial de Fútbol 2014, las Olimpiadas de 2016 y en las pasadas semanas, con una nueva reunión del G20, en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, a la que acudieron más de cien mil participantes.
Para sustituir el actual orden mundial, cada vez se perfilan más los BRICS, punta de lanza que aspiran a la sustitución de las viejas reglas impuestas por Occidente (la primera letra de BRICS es la B de Brasil).
Regreso a Brasil con gran curiosidad para conocer los cambios producidos en estos años y me encuentro con una sociedad polarizada, reflejo de la que también existe en Estados Unidos, en la UE y hasta en Corea. Una sociedad politizada, dividida en dos partes irreconciliables. De un lado, la izquierda, con Lula al frente, y adláteres, y de otro, la derecha, del Partido Liberal de Bolsonaro con otras agrupaciones. Pero como dice Murilho de Aragao «sin embargo, Brasil tiene un electorado centrista alejado de las maquinaciones de los políticos».
Brasil es un país admirable que consiguió su independencia de Portugal sin guerras y mantuvo la unidad del inmenso país. La estructura federal permite una cierta división de poderes, y el texto constitucional permite deshacerse del presidente y enjuiciarlo si fuera preciso. Nadie discute la unidad y no hay tensión separatista. Se mantiene el prestigio de algunas instituciones como el Supremo Tribunal Federal, la Procuraduría o la carrera diplomática. Asimismo, tiene una envidiable fortaleza en medios de comunicación independientes, de gran calidad, como Globo, Bandeirantes, Record o SBT.
Y tiene graves problemas: la alta criminalidad es un cáncer que el Estado no acaba de atajar. El PCC (Primeiro Comando de Capital) es una organización que de sindicar presos ha extendido su radio de acción hacia la droga, las criptomonedas o los contratos con el poder público. Los informativos en Brasil se abren (o se cierran) siempre con noticias sobre robos, secuestros y extorsiones. Adicionalmente, la reputación del país fue gravemente perjudicada por los sobornos de la constructora Odebrecht, que pagó mordidas desde a Petrobras hasta a mandatarios de más de 10 países latinoamericanos. Lula, por otra parte, representa el lado moderado del Grupo de Puebla, encargado de difundir sus postulados intervencionistas sectarios por todo el continente americano.
En el panorama político brasileño se ha abierto la sucesión de Lula, cuyo reciente tropiezo de salud anuncia una nueva era. Está pendiente el juicio a los inductores del golpe de Estado de Bolsonaro (más dos generales y otras 34 personas) que trataron de impedir por la fuerza la toma de posesión de Lula. Hay un buen número de personalidades que han descollado en los últimos tiempos. Quizás las más señaladas sean Fernando Haddad, el (actual Ministro de Economía y posible sucesor de Lula), y Roberto Campos (presidente del Banco Central y nieto del mítico economista de la dictadura militar). Dos jueces se han destacado, uno en la derecha, Sergio Moro (que estuvo detrás de la investigación del Lava Jato) y Alexandre de Moraes (muy activo en la izquierda y que recientemente chocó con Elon Musk).
La economía brasileña sigue caracterizada por una potente clase empresarial, y por una sociedad donde la opulencia convive con la miseria extrema de los morros (favelas). Los gobiernos petistas han puesto en marcha diversos programas sociales, aparentemente con éxito, para ayudar a los más necesitados. En el ámbito macroeconómico existe el Fondo Social Pre-sal que trata de transferir la renta petrolífera hacia la sociedad. Creado hace 14 años alcanzará la cifra de 937.000 millones de reales en 2030 (un dólar vale 6 reales) aunque se desconoce por el momento el sistema de distribución de las ayudas.
Aunque Brasil se encuentra en una situación metaestable, su arquitectura constitucional está intacta (nadie la socava desde la clase política) y sigue siendo un país de oportunidad, inmensamente rico en materias primas, cuya política exterior se ha hecho respetable y de largo alcance. El triunfo de Trump en Estados Unidos abre nuevas posibilidades al regreso del bolsonarismo y de reacción a la ideología woke, ahora dominante. Y como dice Lucilia Dinis, Brasil, «el país del futuro», quinto exportador de alimentos del mundo, puede ser el granero y producir el oxígeno (Amazonia) que nuestro planeta necesita.
- Gonzalo Ortiz es embajador de España