México lindo y querido
Más de 200 años de vida independiente han transformado el ser de México, que ahora se siente indígena, y descendiente de los aztecas. En el momento de la independencia en 1821 era, sin duda, el país de mayor extensión y prosperidad en todo el continente americano
En la Constitución otorgada por el rey José Bonaparte en el año 1808, rey de «las Españas y de las Indias por la gracia de Dios y de la constitución del estado», se recogía en el artículo 42 que, de un total de 22, a los reinos y provincias de América y Asia, correspondían seis diputados a la Nueva España.
Más de 200 años de vida independiente han transformado el ser de México, que ahora se siente indígena, y descendiente de los aztecas. En el momento de la independencia en 1821 era, sin duda, el país de mayor extensión y prosperidad en todo el continente americano. México se dejó arrebatar el 60% del territorio por los Estados Unidos por el tratado Guadalupe Hidalgo de 1848. De ese territorio expoliado, Estados Unidos extrajo los dos arietes de su desarrollo posterior: el oro de California y el petróleo de Texas. Tras dos emperadores, que pasaron sin pena ni gloria (Iturbide y Maximiliano), la revolución mexicana de principios del siglo XX degeneró en las partidas de Emiliano Zapata y Pancho Villa (nada para sentirse orgulloso). Y el PRI dominó el espacio político con un régimen de partido único hasta fechas recientes, con elecciones amañadas (lo que Mario Vargas Llosa calificó como 'la dictadura perfecta').
Decía Porfirio Díaz aquello de que «pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Parafraseándole podríamos decir, que tan lejos de España, con un falso nacionalismo y sumisión absoluta al relato anglosajón, y tan cerca de la subcultura norteamericana. Y han «ejecutado» a Hernán Cortés y a la Malinche, los padres de la nueva patria. Pero como decía Octavio Paz «el odio a Cortés, no es odio a España, es odio a nosotros mismos». O como diría Carlos Fuentes «¿habría que pedir perdón por haber acabado con la antropofagia?». Tras AMLO (de origen asturiano) le sigue como presidente Claudia Sheinbaum (de origen judío), ambos indigenistas
Si tuviera que prescindir de todo lo hispano, México debería renunciar al idioma común (el español), a los mariachis (y al sombrero charro), a los toros, al pazole (plato típico a base de cerdo) y hasta a la Virgen de Guadalupe. «Destruyamos México, quitémosle todas sus señas de identidad española» ha dicho irónicamente Juan Miguel Zunzunegui. Proceso que llevado a sus últimas consecuencias, conduciría al «suicidio» de México, según Marcelo Gullo.
La tesis sostenida por el premio Nobel de Economía 2024, Robinson, es sencillamente falsa. El autor del «Por qué fracasan los países» atribuye lo que ocurre en lo que él llama impropiamente Latinoamérica, a su pasado español: una «economía extractiva» de dependencia de la extracción de minerales. El premio Nobel se jacta de agudeza intelectual, comparando la ciudad de Nogales (México) con Nogales (Estados Unidos). El carácter anglosajón de sus instituciones garantizarían la prosperidad de este último y la pobreza del Nogales mejicano. Le aconsejo al Nobel que dirija su vista hacia Puerto Rico donde la dominación yanki de más de cien años no le ha reportado ventaja alguna.
Calificar a la economía del «imperio español» como extractiva hace ignorar que los españoles llevaron al continente, caballos y vacas (que además de carne dieron origen a la floreciente industria de curtidos) y el uso generalizado de la metalurgia. Los españoles aportaron también cultivos como el trigo y otros alimentos, además de árboles frutales, sauces o álamos. Robinson 'compra' absolutamente el relato de De las Casas y la simplificación anglosajona de todo lo español: «violencia, codicia, inquisición y derrota de la Invencible». Al parecer, piratas como Morgan o Drake robaban por motivos elevados.
La historia de Estados Unidos no solo comienza con los piadosos pobladores de Virginia inflamados de fervor religioso. Para los anglosajones, en América, el mejor indio era el indio muerto. En Estados Unidos (como en Jamaica, Belice o Guyana), los restos de poblaciones indígenas son insignificantes (en EE. UU. encerrados en las llamadas «reservas» en régimen de libertad vigilada).
Castilla «creó» México con el fin del aberrante dominio azteca. No fue una conquista, fue una liberación gracias al apoyo de numerosos pueblos indígenas que se aliaron con Cortés. Desaparecieron los sacrificios humanos y se implantó una extensa red de escuelas, iglesias, monasterios, universidades y hospitales (también para indios). Se respetaron las lenguas locales y se produjeron gramáticas de náhuatl y maya. Como decía Francisco López de Gómara se «conquistaron muchos y grandes reinos con poco daño y sangre de los naturales».
El México actual se debate en un proceso de «deconstrucción» que tiende a eliminar los jueces de carrera, y sustituirlos por magistrados elegidos por el pueblo. Pero no se ha conseguido bajar la tasa de criminalidad que se mueve a niveles altísimos y el país se ha doblegado ante los cárteles de la droga. La libertad de prensa está también en peligro (con atentados a periodistas). Está claro que renegar de sus raíces españolas y reclamar sólo el pasado azteca puede conducir a una nueva eclosión del Estado (como la rebelión del comandante Marcos en Yucatán hace años).
México debe (como el resto de los países hispanoamericanos) reivindicar sus raíces españolas, y su carácter mestizo, así como la riqueza y grandeza del período virreinal. O el esplendor de su literatura en español, empezando por Bernal Díaz o sor Juana Inés de la Cruz. Y recuperar su gran tradición institucional (audiencias, oidores, desde 1561 cuatro regidores de la ciudad de México, para asombro de Humboldt, eran indios) y universitaria (la primera universidad novohispana fue fundada en 1551 y la primera imprenta en 1535). México lindo y querido.
- Gonzalo Ortiz es embajador de España