¿Quién se acuerda de Afganistán?
Según los talibanes «la justicia y la decencia se han restablecido». Y parece que la voz de la mujer afgana, que ha dejado de oírse, no les preocupe lo más mínimo
Hace más de tres años que el presidente Biden ordenó, en agosto de 2021, la retirada de Afganistán y la correspondiente repatriación de las tropas de la OTAN. De 2001 a 2021, en un período de 20 años, se produjeron más de cien mil muertos, con el resultado final de la victoria de los talibanes y la salida precipitada del aeropuerto de Kabul.
Afganistán empezó a interesar en el siglo XIX, a las potencias imperiales europeas, (singularmente británicos y rusos), en los que Rawlison llamó 'el Gran Juego', o la definición de zonas de influencia en el Asia central. Los rusos avanzaban por el norte y la Gran Bretaña aspiraba al control del Indostán e Irán. El Great Game quedó al final en nada, ya que los rusos renunciaron a sus pretensiones sobre Afganistán y los ingleses salieron escaldados después de la primera guerra en ese país (1839-1842), tan bien descritos por William Dalrymple en su libro El retorno de un rey.
En los despachos de la Honorable Compañía (la Compañía inglesa de las Indias Orientales), unos señudos señores organizaron una expedición militar para reponer en el trono al sadozai Suhan Sha, pero una revuelta en Kabul encendió la mecha de la rebelión y propició la retirada de 4.500 militares y 12.000 civiles acosados por los desfiladeros afganos por los implacables y sanguinarios muhaidines. Pocos llegaron a Jalalabad con vida.
Y la historia se repitió con la invasión de los soviéticos en 1979, atraídos por la extraña fascinación de un país musulmán y guerrero, multilingüe, multiétnico y multicultural. Las tropas soviéticas se desplegaron durante 10 años, con muchas bajas y un coste económico astronómico. Mientras tanto, los Estados Unidos apoyaban a los combatientes islámicos que hicieron inevitable la retirada final rusa.
En 2001 llegaron los americanos en busca de Bin Laden (que en realidad vivía en Pakistán) con una invasión que triunfó en pocas semanas. Frente a las dificultades en Irak para controlar el país, parecía que en Afganistán todo era mucho más fácil. Las fuerzas de la ISAF se esforzaron en democratizar el país, dentro de la cruzada que contra el terrorismo emprendió el presidente Bush tras el atentado contra las Torres Gemelas. Pero pronto empezaron los atentados, las extorsiones y las muertes.
Afganistán se había independizado en 1919 con una monarquía cuyo último rey, Mohamed Zahir, fue depuesto en 1967 por su primo Daud. Durante esos casi 50 años, Afganistán había sido un país relativamente pacífico y homologable, siendo el rey recibido con todos los honores en Washington por el presidente Kennedy, en septiembre de 1963. Era un país con alto grado de analfabetos, pero había creado su primera universidad. Y en 1947 tuvo que «tragar» con que el territorio habitado por los pastunes quedase bajo la soberanía del nuevo estado de Pakistán.
Estábamos tan acostumbrados a tener noticias frecuentes de Afganistán que ahora nos sorprende el 'estruendoso silencio' sobre este país. Fuerzas españolas fueron enviadas allí y permanecieron hasta 2015. Afganistán, fue, durante un tiempo, el primer receptor en todo el mundo de cooperación española. Para Zapatero el envío de tropas fue una 'compensación' a la salida precipitada de Irak, que produjo el consiguiente desconcierto y enfado de nuestros aliados norteamericanos y europeos. En mayo de 2003, se produjo el accidente del Yak-42 en Turquía en el que perecieron 75 personas, que regresaban de Afganistán.
La paradoja del Afganistán actual es que, abandonado a su suerte, ya no es el país inseguro que conocimos entre 1979 y 2021. Los talibanes («estudiantes») han impuesto su ideología radical y el país ha regresado a sus orígenes agrícolas. Su PIB per capita es uno de los más bajos del mundo (2.474 $ US) y además de trigo y cereales se produce gran cantidad de opio y heroína. El 90 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza, y casi 20 millones de afganos (de un total de 37), viven bajo inseguridad alimentaria. Las mujeres sólo reciben educación hasta los 13 años (recientemente, el antiguo presidente Karzai, que reside en Kabul, manifestaba su preocupación por el futuro de sus hijas). Millones de afganos han huido al exterior y el Tribunal de Justicia de la UE ha abierto la puerta a las mujeres afganas. El silencio de la prensa libre sólo se ve interrumpido por la llamada a la oración. Han desaparecido los 'odiados' extranjeros y los talibanes dominan el poder con la fragmentación tribal y regional que siempre ha sido seña de identidad de ese país.
¿Quién se acuerda de las guerras de Afganistán? Casi nadie, más allá de los familiares de aquellos que perdieron la vida víctimas de la violencia. Afganistán ha desaparecido del radar internacional, cuando en una sola reunión de alto nivel en Tokio consiguió recolectar ayudas por valor de 4.500 millones de dólares. Según los talibanes «la justicia y la decencia se han restablecido». Y parece que la voz de la mujer afgana, que ha dejado de oírse, no les preocupe lo más mínimo.
El mundo ha aprendido la lección, ignorada por los gobiernos británico en el siglo XIX, soviético en el XX y norteamericano en el XXI (aliado con las fuerzas de la OTAN), de que Afganistán no «vale» una guerra, y de que los supuestos intereses geopolíticos irrenunciables eran pompas de jabón.
- Gonzalo Ortiz es embajador de España