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19 de septiembre de 2024

TribunaGonzalo Ortiz

Otra vez Bangladesh

Recientemente la ONU había incluido a Bangladesh entre los once países con mejores perspectivas de desarrollo. El islam, en este país, no parece tan disfuncional como en otras latitudes

Actualizada 01:30

Otra vez el espectáculo de Bengala ensangrentada. Los estudiantes han salido a la calle para protestar contra el Gobierno de la Sheik Hasina que trataba de reservar un 30 % de los puestos en la Administración a los parientes de los «héroes» que llevaron a la independencia a Bangladesh en 1971. Centenares de muertos, el Ejército retira su apoyo y la primera ministra huye en helicóptero hacia la India.

He visitado Bangladesh varias veces, como ciudadano particular atravesando una frontera terrestre y también como encargado de Negocios de la Embajada disfrutando de la hospitalidad de estas gentes y de funcionarios amables sin la altanería de los «babus» indios. Es un país pequeño con menos de 150.000 km² y 180 millones de habitantes (más que la Federación Rusa).

El imperio británico fue extendiendo sus tentáculos a lo largo de los siglos XVII y XVIII sobre la península indostánica, al principio enclaves comerciales como Bombay (Mumbai), Madrás (Chenai) y Calcuta (Kolkata). Tras la batalla de Plassey en 1753 Clive dio un potente giro de tuerca e Inglaterra pensará ya en la India en términos globales. Con la Rebelión de los Cipayos 1854 (primera guerra de la independencia) el gobierno se hace cargo de la gestión del país que hasta entonces coordinaba la Compañía Británica de Indias Orientales. Se trata de un inmenso territorio, el Raj, dividido ente países principescos y de gestión directa de la Corona, que abarcaba desde el Indo hasta Birmania y cuya capital era Calcuta.

En 1905, Lord Curzon quiso dividir Bengala en dos, pero la ola de protestas hará revertir esta decisión. La conflictividad de Calcuta lleva a desplazar la capital en 1911 a Nueva Delhi, lo que le lleva a languidecer. En 1947, la «Partición» que divide el Raj entre India y Pakistán, conduce a partir Bengala: la occidental, con capital en Calcuta y la oriental, entonces parte de Pakistán, con capital en Daca. Se había desvanecido el sueño de Gandhi de una India unida y prevalecieron las tesis de la Liga Musulmana de Mohamed Ali Jinnah que quería un Pakistán («país de los libres») independiente y confesionalmente islámico. Ya antes de la independencia en 1946 se habían producido disturbios en Bengala (según el escritor Tariq Ali, 5.000 personas fueron asesinadas y 15.000 heridas). La partición de 1947 (que implicó dividir el Punjab, y Cachemira además de Bengala) produjo dos millones de muertos y once millones de refugiados.

Bengala oriental estuvo integrada en Pakistán desde 1947 hasta 1971. Durante el Gobierno de Ayub Khan, estudiantes de Daca y Chittagong indujeron una rebelión que condujo a su salida. Tras la victoria electoral de la Liga Awami en 1970 del Sheik Mujibur Rahman se produjo la independencia con intervención militar del Gobierno pakistaní con profusión de muertos y actos de violencia, como las violaciones descritas en el libro de Salman Rushdie «Hijos de la medianoche». La ayuda de la India de Indira Gandhi fue fundamental para un pueblo que clamaba una vez más por su libertad.

La historia de Bangladesh en estos últimos 53 años ha tenido episodios de violencia: como el asesinato del «padre de la nación», Mujibur Rahman (y su familia, sólo sobrevivieron sus hijas, una de ellas la ahora derrocada Sheik Hasina). Ha habido gobiernos autoritarios como el de Ziahur Rahman o el de Ershad (que también sucumbe a una rebelión), y en los últimos tiempos han estado marcados por las hostilidades implacables de las dos lideresas Jaleda Zia, viuda de Ziahur y la Sheik Hasina, hija de Mujibur. Hostilidad permanente también de las fuerzas de la naturaleza con frecuentes hambrunas, ciclones e inundaciones.

Pero el Estado ha resistido y producido personajes como el Nobel Muhamad Yunus (amigo de la reina Sofía), un espíritu libre capaz de intentar desarrollar con microcréditos las fuerzas empresariales de los menos favorecidos. Yunus, que se enfrentó al oficialismo, ha sido llamado ahora para presidir un gobierno de transición que prepare unas elecciones limpias. Ojalá los hados le ayuden en su empeño.

Mientras tanto la economía bangladesí había abandonado sus sectores tradicionales: yute, algodón y arroz, y recibido gran cantidad de capital extranjero, sobre todo, en la confección, para aprovechar los bajos salarios y la laboriosidad de los trabajadores bangladesíes. En paralelo la economía bangladesí se beneficia de las transferencias de los millones de trabajadores en el extranjero especialmente en los países del Golfo. En España hay una nutrida representación de los mismos.

La situación geográfica de Bangladesh define su propia fragilidad. Está rodeada por todas partes por la India, salvo su frontera con Birmania, donde estalló hace años el conflicto con los rohingya a quienes Myanmar considera bangladesíes. Con Barhat-India existe una difícil definición de fronteras con las llamadas 'siete hermanas' (estados indios mongoloides caracterizados por su pobreza e inestabilidad).

Circular por la ciudad vieja de Daca da una idea de la inmensa tarea de sacar adelante una población tan numerosa y con tan pocos recursos. La «revolución» que se ha producido en estos días, sin embargo, es un motivo de esperanza. Recientemente la ONU había incluido a Bangladesh entre los once países con mejores perspectivas de desarrollo. El islam, en este país, no parece tan disfuncional como en otras latitudes. Es tiempo de dar un voto de confianza a Muhamad Yunus hacia un mejor futuro económico que necesita un mayor grado de transparencia democrática.

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España
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