Entrevista al eurodiputado polaco
Ryszard Legutko: «El mundo no necesita católicos del tipo Joe Biden sino en la línea de Juan Pablo II»
El filósofo y político polaco abordó durante la ponencia inaugural del Congreso Católicos y Vida Pública la corrección política, la cultura de la cancelación y las libertades que hay en peligro
Ryszard Legutko (Cracovia, 1949) es filósofo y político. Antiguo disidente anticomunista, fue uno de los principales impulsores de la Declaración de París en 2017. Ministro de educación en 2007, en 2009 fue elegido eurodiputado por el partido Ley y Justicia que gobierna hoy en Polonia. Desde 2011, es vicepresidente el grupo de Conservadores y Reformistas en el parlamento europeo. Ha publicado numerosos artículos en revistas académicas, culturales y de actualidad, tanto polacas como en lengua inglesa. De entre sus libros, ediciones Encuentro tradujo el año pasado Los demonios de la democracia.
Lleva más de 10 años metido en el entramado burocrático de Bruselas por lo que en el 23º Congreso Católicos y Vida Pública, a la hora de indagar sobre la corrección política, no habla de oídas.
Congreso Católicos y Vida Pública
«La corrección política pone la libertad en peligro con su intolerancia»
En abril de 2019, Legutko viajó a Vermont para dar una charla en la universidad Middlebury. Poco antes de empezar, el rector canceló el acto por no poder garantizar la seguridad tanto del evento como del contra-evento organizado en protesta por la invitación a Legutko. Hasta aquí, una más en la larga (y triste) serie de cancelaciones a ponentes, casi siempre conservadores, que se vienen dando en los campus de aquel país desde 2000 (491 campañas de boicot según la Foundation for Individual Rights in Education, casi la mitad de las cuales tuvieron éxito). Lo revelador sucedió a continuación. Abochornados por lo abrupto de la cancelación y dispuestos a desafiar a los administradores, dos estudiantes fueron a buscar a Legutko a su hotel. Un miembro del profesorado le invitaba a su clase para «dar mi conferencia en formato underground […]. Entramos por una puerta trasera y nos unimos al seminario […] hasta que, al final, nos avisaron que los radicales se habían enterado de nuestra reunión clandestina y no estaba claro qué iban a hacer».
Por suerte, no pasó nada. Pero el incidente debió resonar con fuerza en la memoria de este antiguo disidente anticomunista, que meses más tarde plasmó su vivencia en un artículo memorable en el portal católico estadounidense First Things. Por ahí disparo mi primera pregunta.
–Profesor Legutko, ¿qué recuerda de aquel incidente? ¿Es la llamada `cultura de la cancelación´ algo que deberíamos tomarnos más en serio en Europa?
–Desde luego. Pero lo grave no es que se intente impedir hablar a alguien, como me pasó a mí en Middlebury, el mismo lugar donde dos años antes llegó a haber agresiones de estudiantes a ponentes. Lo grave es que suceda en la Universidad, que es un lugar para el libre intercambio de argumentos, la investigación y la búsqueda de la verdad. Quienes impiden hablar a algunos académicos no les interesa buscar la verdad. Están seguros de poseerla. Hay algo siniestro en esta destrucción de la idea misma de Universidad y es la pretensión de purgar la cultura. No sólo a las personas sino a áreas enteras de la cultura. Por ejemplo, las lenguas clásicas. Tanto en EEUU como en Europa se está empezando a extender la sospecha de que al estudiar latín y griego o al leer a Aristóteles, de alguna manera, estás disculpando la esclavitud.
Bajo el sistema comunista reinaba la misma idea: purgar la Historia, censurar ciertas novelas y corrientes literarias… lo recuerdo bien de mis días de juventud.
Las universidades están siendo destruidas y por eso hay que tomar la iniciativa y luchar para impedirlo
–Hace pocos días, se anunció la puesta en marcha de una nueva Universidad, en Austin, “dedicada a la búsqueda sin temor de la verdad”, entre cuyos profesores y promotores se encuentran varias personalidades canceladas. ¿Es este un modo eficaz de actuar contra la corrección política?
–No estoy muy al tanto de esta iniciativa, pero sí creo que es una buena idea contraatacar a la barbarie, que aumenta en todas partes. Incluso en mi país, donde aún hay personas con una memoria viva del sistema comunista, puedes encontrarte con estudiantes y algunos académicos que buscan implantar esta política de cancelación en la Universidad. Para contraatacar, hay que empezar por llamar a las cosas por su nombre, y esto es puro barbarismo. No deberías culparte a ti mismo pensando que hay algo mal contigo porque te cancelan. No, no hay nada malo en ti. Es que las universidades están siendo destruidas y por eso, sí, hay que tomar la iniciativa y luchar para impedirlo.
–A veces, sin embargo, parece que escasean las personas o grupos dispuestos a cuidar las instituciones que vehiculan nuestros valores, sobre todo a nivel europeo, quizá porque la Unión Europea no puede satisfacer nuestro deseo de tener un hogar, como se decía en la Declaración de París que usted firmó en 2017 junto con varios intelectuales de renombre. ¿Estaría de acuerdo con la afirmación del disidente Vladimir Bukovski de que la UE es la nueva Unión Soviética?
–Literalmente, no, por supuesto. Pero puede verse de otra manera. La UE es una construcción artificial, que intenta reestructurar la sociedad y su cultura para dar lugar a un hombre nuevo, que no se reconozca en el legado de Shakespeare, Goethe o Bach pero sí sea leal a la estructura burocrática. Ahora bien, eso no es la Europa verdadera de la que hablábamos en el manifiesto. Europa no es el resultado de un proyecto sino un lugar de múltiples tradiciones, particularidades, comunidades locales y no tan locales… 1968 es la fecha simbólica a partir de la cual la política e ideología de izquierdas quiere revolucionar todo y romper definitivamente con esa Europa. Hasta cierto punto, lo consiguieron. Desde entonces, los actores y el pensamiento político europeos se desplazaron hacia la izquierda y el lado conservador dejó de existir o fue silenciado. El proyecto de la izquierda pasa por rehacer el mundo, modernizarlo y ahora tenemos esta organización gigantesca llamada UE que quiere cambiar las sociedades europeas y crear una nación europea que ni existe ni puede existir.
Al gobierno polaco no se le critica por lo que hace sino por lo que es, por su identidad política
Hay personas, grupos, comunidades y naciones que se resisten a este proyecto, pues no quieren ser reestructurados. De modo que se emplean cada vez más instrumentos políticos y legales para intimidar a quienes se oponen a estos planes y se busca el modo de imponerlos directamente a la sociedad. Últimamente, en la UE se discute si ir hacia un nuevo federalismo, quizá cambiar los tratados para lograr una mayor integración, que es algo que espero logremos detener. Pero nada de esto es nuevo. Cuando llegué por primera vez al Parlamento Europeo, e incluso antes, me sorprendió el empleo del lenguaje para referirse a sí mismos como Europa. A mí nunca se me ocurrió que la UE fuera lo mismo que Europa, pero los administradores de Bruselas están convencidos de realizar la idea de Europa, señal de que desconocen su realidad.
–Russell Kirk escribió una vez que no existe una única forma de gobierno que pueda considerarse la ideal. Pero sí que, en cada nación, el mejor gobierno posible debería estar en consonancia con las tradiciones y prescripciones de su gente. ¿Es la ignorancia de estas tradiciones lo que explica que tantos países, tanto en la UE como fuera de Europa, juzguen tan duramente las últimas políticas y decisiones del gobierno polaco?
–Creo que muy pocas personas saben lo que realmente sucede en mi país. Desde luego, yo no reconozco a Polonia en la imagen que encuentro en los medios de comunicación y en el debate público más general. Somos uno de los pocos países de Europa donde todavía hay una gran libertad de expresión y de prensa, y los medios más poderosos son ferozmente contrarios al gobierno. Pero si lees el Frankfurter Allgemeine, el New York Times, The Economist o el Corriere della Sera llegarás a creer que en Polonia hay algún tipo de represión contra los medios o que los periodistas están en peligro. Lo cual es rotundamente falso. Pero es la histeria que se enciende cuando la atención es cooptada por una parte del espectro político. No se nos critica por lo que hace sino por lo que somos. Somos un gobierno conservador sin complejos, y esto no se tolera, pues aunque el sistema democrático liberal en teoría se respeta la diversidad de puntos de vista, en la práctica tiende a apoyarse en una ideología predominante que acaba con la diversidad.
Congreso Católicos y Vida Pública
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El mismo fenómeno se replica en los medios. A veces en el Spiegel, en Le Monde, en Le Figaro o incluso en El País puedes encontrar opiniones a contracorriente, pero la tendencia en la cultura demoliberal es a legitimar un solo punto de vista y estigmatizar al disidente. Como gobierno, nosotros no hacemos nada fuera de lo común. ¿Por qué, entonces, la inquina? Recientemente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos —una institución vinculada al Consejo de Europa— criticó nuestra reforma del sistema judicial arguyendo que los miembros de nuestro Consejo del Poder Judicial iban a ser nombrados por órganos políticos como el parlamento. Admitían que, en efecto, esta es una práctica común en muchos países pero, añadía, sólo en países que tienen una cultura legal bien desarrollada. Sabía que pensaban así, pero no me lo podía creer cuando vi que eran capaces de escribirlo tan explícitamente. Al parecer, Polonia no debe tener derecho ni cultura legal propia, por lo que no se nos deja hacer lo que otros pueden sin que nadie ponga objeción alguna.
–En una entrevista en The European Conservative usted se refirió al futuro de la Unión Europea con cierta amargura. Sin embargo, como ciudadanos implicados, ¿qué deberíamos hacer? Si queremos preservar lo mejor de la herencia europea, ¿basta con la crítica y esperar a que pase algo nuevo?
–Sólo puedes proteger tu patrimonio dentro del estado nación, que es el área básica donde tienes poder para hacerlo. La Unión Europea no se va a encargar, pues es una institución política con muy poco respeto por la cultura. Les importa un bledo este asunto. Si quieres hacerlo, tienes que romper el monopolio político creando algún tipo de fuerza compensadora dentro de la UE. La corriente principal allí está compuesta por comunistas, liberales, verdes, socialistas, socialdemócratas y, bueno, también conservadores tibios como los democristianos, que ya sólo lo son nominalmente. Pero, al final, es la izquierda la que marca el rumbo que se convierte en la agenda oficial de la UE. Los electores de cada nación influyen, pero sólo hasta cierto punto. España, por ejemplo, puede cambiar el color del gobierno y tener más conservadores pero, en su historia reciente, los cortos períodos de hegemonía de la derecha no fueron muy decisivos: cuando la izquierda volvió al poder retomó su agenda de cambios sin mayores reservas. Así que, si quieres oponerte a la corriente principal e influir en las decisiones, necesitas organizarte, pues de este flujo no puedes esperar nobleza, generosidad ni sensatez.
–Usted viene a un Congreso que nació para repensar e impulsar la presencia de los católicos en la vida pública. Hoy en día, los poderes políticos parecen tener vía libre para definir e imponer sus propios modelos culturales y antropológicos. Seguramente, esto se deba a la ausencia de una alternativa robusta y metapolítica, a la falta de una ideal moral alternativo que pueda capturar la imaginación y los corazones de nuestros semejantes. ¿Qué pueden hacer los cristianos para recuperar el crédito social que permita que sus propuestas se escuchen en el espacio público?
–Ante todo, no ceder a la presión por quedar bien. Esto significa no adaptarse a las tendencias actuales. Creo que deberían mostrarse como cristianos de pleno derecho, sin componendas. Y con coraje y determinación, deben defender no sólo la fe, sino toda la enseñanza moral que viene con el Cristianismo, así como su antropología. Esto es algo de lo que Europa se ha alejado y olvidado. La antropología ahora reinante en la cultura europea no sólo es falsa, es perjudicial. Es la visión de un ser humano que no tiene ninguna clase de cualidades específicas porque es, sobre todo, maleable. Puedes convertirte en lo que quieras ser porque no hay una esencia humana. Pero, a la vez, este mismo sujeto reclama sus derechos, lo que suscita la paradoja de exigir muchas cosas del mundo exterior mientras que tú mismo no eres nada y quieres serlo todo. Es la psicología del `niño mimado´ de la que hablaba Ortega y Gasset.
Los cristianos deberían huir de esta mentalidad infantil malcriada y de la pleitesía hacia los dioses del mundo democrático liberal. El mundo necesita cristianos, no demócratas liberales que casualmente van a la Iglesia. No hacen falta más católicos del tipo Joe Biden, sino un cristianismo completo, de carne y hueso, la línea de Juan Pablo II.
Congreso Católicos y Vida Pública