La Inmaculada Concepción y España, una historia en común que se entrevera desde hace 1.400 años

El 8 de diciembre de 1854, Pio IX promulgó la bula papal Ineffabilis Deus,  donde la pureza de María, desde el seno materno de santa Ana, adquiría carácter de dogma para la Iglesia católica. 

Con ocasión del 150 aniversario de la proclamación de la Inmaculada, Juan Pablo II dedicaba en 2004 una preciosa homilía sobre la hondura del «sí» de la Virgen al anuncio del ángel, acto de libertad de una muchacha de Nazaret que cambiaría el espacio-tiempo con la acogida de Jesucristo. 

Para el Papa, la `nueva Eva´ «preservada inmune de toda mancha de pecado original, se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia». Por eso, prosigue Juan Pablo II citando las encíclicas Lumen gentium y Redemptoris Mater, la Inmaculada, que es «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura, precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos».

El eco de esta advocación en España

Los primeros registros de esta devoción milenaria, más tarde advocación, data en nuestro territorio desde el siglo VI, cuando con motivo del XI Concilio de Toledo el rey visigodo Wamba añadió a sus honores el de «Defensor de la Purísima Concepción de María». Siglos más tarde, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia tras el milagro de la Batalla de Empel, cuya imagen apareció grabada en una tabla y que significó la buena fortuna de los 5.000 militares desplazados al Monte de Empel para acometer a la mañana siguiente, tras estar toda una noche rezando frente a la Inmaculada, a sus enemigos. En 1708, Clemente XI decreta como fiesta de guardar para toda la Iglesia la celebración de la Inmaculada, y en 1760 el patronazgo sobre España recaería en esta advocación gracias, en buena parte, a la solicitud del Rey Carlos III, que con el apoyo de las Cortes, solicitó al Papa Clemente XIII que María, la Inmaculada, fuese proclamada Patrona de España. La Navidad de 1760, el Papa presentó la carta apostólica Quantum Ornamenti, en la que se ratificaba esta proclamación. Tan solo unos días más tarde, Carlos III proclamaba patrona de todos sus Reinos «a esta Señora en el misterio de su Inmaculada Concepción» bajo una disposición de Ley que llevaba por título «Universal Patronato de Nuestra Señora en la Inmaculada Concepción en todos los Reinos de España e Indias».

Desde entonces hasta hoy, seis son las diócesis españolas consagradas a la Inmaculada, aunque son incontables los municipios que están bajo su amparo y protección a lo largo y ancho de nuestra geografía y al otro lado del Atlántico. 

Las diócesis de Alcalá de Henares, Cuenca, Valladolid, San Sebastián, Valencia o Getafe, están consagradas al Inmaculado Corazón de María, a cuya lista debemos agregar desde hoy mismo a la diócesis de Asidonia-Jerez. Su obispo, José Rico Pavés, invitaba en un vídeo el pasado 18 de octubre a consagrarse a todos los bautizados al «amor de María, para que bajo su manto nos conduzca a la plenitud de la vida cristiana».

En el Día de la Inmaculada Concepción, la Iglesia de Córdoba está de enhorabuena, pues cinco nuevos diáconos Pedro Jesús del Pino, Pablo Fernández, Jesús Lérida, Abraham Luque y Manuel Millán serán ordenados en la Santa Iglesia Catedral en esta solemnidad en la que los católicos repetimos: «Virgen Santa e Inmaculada, a Ti, que eres el orgullo de nuestro pueblo y el amparo maternal de nuestra ciudad, nos acogemos con confianza y amor».