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Fray Abel de Jesús

Malentendidos sobre la Inmaculada

María conocía mejor de qué se trataba el pecado por no haber caído nunca en él. Se conoce mejor la naturaleza del infierno mirándolo desde el Cielo

Actualizada 04:58

Hay una serie de malentendidos sobre el dogma de la Inmaculada Concepción. El principal de ellos es confundir concepción inmaculada con concepción virginal. Aclarémonos. La concepción inmaculada hace referencia a María, que fue «sin pecado concebida», en el vientre de su madre Ana, se entiende. Es decir, que la Virgen no tuvo pecado desde el mismísimo primer instante de su existencia. La concepción virginal, por el contrario, hace referencia a Jesús, que fue concebido virginalmente, sin concurso de varón, en el vientre de su madre María, se entiende. El saludo mariano tradicional español que dice «Ave María purísima» ha de ser, por tanto, correctamente respondido: «sin pecado concebida», y no «sin pecado concebido», aunque si se refiriera esta segunda parte a Jesús tampoco estaría así mal respondido.

Hay otros malentendidos, como aquel que lleva a algunos a tener dificultad en admitir que María fue redimida. Alguno se pregunta, con buena lógica, cómo va a ser María redimida si no tenía nada de lo que ser perdonada, si era la toda santa. Pero ningún católico, al menos desde Duns Escoto, debería tener problema en aceptar que María fue redimida. Es más, ella es la primera redimida, el fruto más excelso de la Redención. Y así, con el doctor de la Inmaculada, nos congratulamos en admitir que María «necesitó al máximo de Cristo Redentor», porque fue redimida incluso antes de poder tropezar en la piedra del pecado. Lo de María es una pre-redención.

Pero vamos, finalmente, a mi malentendido favorito. En la conciencia de algunos cristianos subyace un sutil y soterrado «pero» a todo esto. Porque, si María no tiene pecado, ni maldad, ni defecto, ni error moral posible, entonces, ¿cómo vamos a sentirla próxima y solidaria con nuestro penoso estado de naturaleza caída?

Pero este mito moderno del pecado como fuente de creatividad se remonta, mutatis mutandis, a Adán y Eva, que pensaron que transgrediendo y tomando del árbol de la ciencia su sabroso fruto podrían prosperar sobre la verdad de las cosas

A esto subyace, por lo pronto, una terrible conciencia de que el pecado aporta algo, una suerte de conocimiento o experiencia, que no podríamos alcanzar de otro modo. En otras palabras, que el que no ha conocido pecado no sabe lo que es la vida, que le falta algo para llegar a ser completamente hombre. Este acuerdo tácito de la modernidad lleva a pensar, en algunos círculos más bohemios, que todo artista o filósofo moderno que se precie debe estar, al menos, un poco atormentado por el pecado. Cónfer museo Reina Sofía.

Pero este mito moderno del pecado como fuente de creatividad se remonta, mutatis mutandis, a la mismísima pelambrera de Adán y Eva, que pensaron que transgrediendo y tomando del árbol de la ciencia su sabroso fruto podrían prosperar sobre la verdad de las cosas. Pronto se dieron cuenta, y acaso esto nos recuerde el dogma, que del pecado no sale nada bueno, ni siquiera a modo de escarmiento o corrección. El pecado mortal nos hace ignorantes y paraliza nuestra creatividad. Ni Beethoven podría haber escrito una negra si hubiera estado en pecado mortal. Tampoco Nietzsche hubiera podido decir una palabra en contra de la moral establecida.

Del pecado no sale nada, ni siquiera conocimiento sobre el pecado. María conocía mejor de qué se trataba el pecado por no haber caído nunca en él. Se conoce mejor la naturaleza del infierno mirándolo desde el Cielo. El santo es el que entiende al pecador, el que conoce su debilidad y la acoge, el que se duele de sus heridas y las sana. Pero al que anda en pecado mortal, incorvatus in se, le pasa desapercibida la verdadera entidad de las cosas del cielo y de la tierra.

María recibió un billete falso y, precisamente porque sabía lo que era un billete falso, ni se le pasó por la cabeza colarlo en otro sitio. Sin mediar un solo pensamiento contrario lo agarró en sus manos y lo rompió sobre la papelera, se dio la vuelta y, sacudiéndose las manos, puso fin a una dinámica perversa, que desde antiguo nos venía ocultando aquello de que hay cosas en la vida que no podría comprar ni siquiera un billete verdadero.

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