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David Cotta

Entrevista al poeta

Jesús Cotta: «El hombre es alguien con minúscula que sólo puede ser explicado por Alguien en mayúscula»

Poeta, filósofo y profesor de instituto. Para Cotta poesía e ideología» son dos palabras que no riman y cree que la mera posibilidad de «Dios nos hace grandiosos, aunque no existiera»

Cuando la escritora Aurora Pimentel acuñaba un nuevo término para referirse a un grupo de escritores y poetas que tienen en común un estilo luminoso y celebrativo bajo el sobre nombre de La Escuela de la Luz, hay que mencionar, de forma destacada, al poeta, filósofo y profesor Jesús Cotta (Cártama, Málaga, 1967). Publicó el año que dejamos atrás un conjunto de aforismos con el título de Homo mysticus (Jánica Cypress) y acaba de presentar con Renacimiento un nuevo poemario: Digno del barro. Un conjunto de poemas de un autor de ojos asombrados ante la realidad y corazón agradecido, «sencillos y tiernos como figuritas de barro, que al leerlo se le queda a uno un brillo de luciérnagas o de hadas dentro del cuerpo», como ha dicho el también poeta Lutgardo García.

Poeta, profesor de instituto de griego y de filosofía ¿cómo lleva eso de que las humanidades no sirven para nada?

–En ese prejuicio están de acuerdo gente de todo tipo, gente de izquierdas y de derechas, modernos y antiguos…. Porque está muy arraigado, sobre todo en nuestra época que es muy cientificista y muy materialista. Solo valora lo tangible. Se valora que un arquitecto haga un edificio tremendo y no se da cuenta de que El Quijote es como una catedral, lo que pasa es que es intangible. Y la música de órgano, pues también levanta catedrales, aunque sin piedra.

Estamos en una época que no valora lo humanístico, porque lo humanístico no es algo cuantificable, no es algo que dé frutos materiales y útiles, al menos para necesidades primarias. Yo mismo cuando era jovencito tenía ese prejuicio, y cuando en 3ª de BUP me dijeron que se podía elegir latín y griego dije: «¡eso no sirve para nada!»; era víctima de ese prejuicio, pero aunque el mundo entero esté en contra de eso, hay una fuerza en cada persona que lo empuja a las humanidades. Eso me pasaba a mí. Desde pequeño me gustaba el teatro, la música, la poesía, la pintura y, claro, es que yo tiraba a todo eso. Y después cuando hice la carrera de Filología Clásica, todo el mundo me decía «¿y tú para qué estudias eso, que eso no sirve para nada?». Pues mira, yo vivo de Homero, no solamente Homero me alimenta el espíritu, sino que además me da de comer.

Es el amor que Dios tiene a nuestro cuerpo: ese amor no puede tener sino manifestaciones bellas, hermosas y poéticas

Sus dos últimos poemarios, Niños al hombro y Digno del barro muestran dos tipos de amor: uno conyugal y otro que mira al cielo. ¿Se trata de dos amores que se mezclan y que hablan uno del otro?

–Nunca lo había visto así, pero es verdad. Yo de hecho siempre había pensado que eros es al cuerpo lo que Dios es al alma. Creo que Dios hizo al hombre y a los animales como a individuos que no eran autosuficientes. Si fuéramos autosuficientes a lo mejor no creeríamos ni en Dios. Creo que la necesidad que tiene el alma de Dios es la necesidad que tiene el cuerpo de otro cuerpo, pero no solo de un cuerpo a otro, sino de una persona a otra persona. Yo más que hablar de coito o acoplamiento, prefiero hablar de fusión erótica. Y no puedo evitar ver en ese placer que Dios ha puesto en el cuerpo humano un guiño suyo. Creo que eros es un guiño de Dios. Es el amor que Dios tiene a nuestro cuerpo, y ese amor no puede tener sino manifestaciones bellas, hermosas y poéticas. Nunca podré entender la obscenidad y la fealdad con la que se trata al cuerpo, y el masoquismo. Son perversiones de un regalo tan hermoso. Es verdad que el regalo de eros, del sexo, es tan grande que el hombre se ha vuelto a veces como un niño al que su padre le da un juguete y se olvida del padre, y solo piensa en el juguete. Pero nunca hay que olvidar que es un guiño de Dios hacia nosotros, que es el amor que Dios tiene a nuestro cuerpo.

Fería del Libro de Sevilla

Tiene en Digno del barro dos poemas que invitan a hablar de su poética: Por qué escribo y Por qué la poesía. En Por qué escribo nos confiesa que es de los alegres, que no necesita la tristeza para escribir. ¿Es su poesía más celebración que de refugio o escondite?

Los poemas que me gustaban de niño casi todos eran de cantos y de celebración, más bien alegres. Aunque ya de adolescente hacía poemas más desagarrados y nostálgicos en el fondo ese no era yo. A mí me gusta celebrar cosas, lo reconozco, exaltar cosas. Lo que no puedo evitar es querer que en cada poema reviva ese momento que estoy rememorando o poner a cantar y bailar la cosa de la que estoy hablando; entonces en el fondo toda mi poesía es explorar y explotar el lenguaje para conseguir que aquello de lo que hablo sea tan bello como a mí me parece que es, para que las palabras estén a la altura de ese misterio y de esa belleza.

Escribo cuando estoy contento o cuando estoy, no contento, pero sí entusiasmado con la belleza o la grandeza de alguna cosa

No soy un poeta nostálgico ni escribo cuando estoy triste; escribo cuando estoy contento o cuando estoy, no contento, pero sí entusiasmado con la belleza o la grandeza de alguna cosa, que puede ser incluso la muerte de una persona, pero en cada poema, por más triste que esté, hay una exaltación de algo hermoso.

Reconozco que hay varios poetas que son muy buenos, pero que son tristes y no los puedo leer. Cuando leo ese poema de Luis Cernuda sobre los Reyes Magos se me cae el alma a los pies. Prefiero poetas como Lorca, porque en él, aunque habla de la muerte constantemente, hay una exaltación de la vida, de la alegría y de la vitalidad en todo momento.

¿Es la poesía consuelo ante la sed de infinito del corazón del hombre?

–Más que consuelo, diría yo que la poesía es una expansión del espíritu; es como si toda la persona, todas las fuerzas de la persona, su sensibilidad, su emoción, su intelecto, se expandiera, atraída por la belleza y misterio de todas las cosas. Claro, llega un momento en que cuando más se expande, al final claro, toca el borde del manto de Dios. La veo más como una expansión, como una explosión interior, quizá tocada por el exterior, desde el cielo, donde hay algo que nos ilumina, y uno estalla y se expande. En toda su obra se comprueba un sentido religioso explícito, que no parece una decisión o ideología, sino una experiencia, una nostalgia, pero ante esa vivencia no manejada si no siempre imprevista ¿Cómo responder? ¿es puro azar o es cumplimiento de una promesa?

El silencio de Dios a veces me atormenta

Esta es la pregunta que más me acucia, que más me atormenta. Yo cuando estoy en la cama y estoy en la oscuridad de la noche le pregunto a Dios: «¿Tú estás ahí y me estás oyendo?». Y, claro, el silencio de Dios a veces me atormenta, pero también es verdad que muchas veces pienso que tanto la respuesta de que somos un mero producto de la materia como la respuesta de que somos un logos con minúscula porque un Logos con mayúscula lo ha hecho todo, son muy convincentes y entonces yo digo como Pascal y elijo la que más ilumina el mundo, la que me hace ser mejor persona, y elijo por tanto que el Universo y nosotros somos la obra de un Autor enamorado.

Pero, si no fuese así, daría igual, porque qué maneras tan ingeniosas tiene la materia de hacer que el hombre se pregunte por Dios. Si no hubiese un Dios, lo más elevado que hay en este universo es el hombre que se eleva sobre la cumbre de todas las cosas y pregunta: «¿Estás ahí?». La posibilidad de Dios nos hace grandiosos, aunque Dios no exista.

Como usted dice el azar no explica a Rita Hayworth…

–Claro que no. Rita Hayworth solamente puede ser explicada por alguien que estaba enamorado de ella. Yo creo que Dios al principio de los tiempos, ya estaba enamorado de Rita Hayworth, e hizo un universo tremendo que ha valido la pena para que surja ella. Creo que Rita Hayworth, como cualquier persona, es la demostración de que Dios existe, de que el hombre que es alguien con minúscula solo puede ser explicado por Alguien con mayúscula.

La gente para no tener que recurrir a Dios y poder explicar el grado de complejidad y maravilla que hay en los seres vivos, afirma que esto ha pasado con miles de millones de años y muchísimo tiempo. Sí, pero el tiempo no explica las cosas, porque si de un bloque de mármol al cabo de cien millones de años sale la Pietá de Miguel Ángel, ¿vamos a decir «¡ah!, entonces es lógico porque ha pasado tanto tiempo»?. Chesterton decía que no porque hayan pasado muchos millones de años desde su origen, algo deja de ser maravilloso.

Por lo que parece usted recibe como regalo la creación, sin miedo a nada (no le asusta ni «el sexto»), y a veces se muestra como un niño juguetón (Confesiones, Al mar, La gravedad y la gracia,…)

Sí. Recibo como un regalo la creación. Eso va en mi temperamento. Soy como un niño disfrutón que quiere jugar y divertirse. Y es que tenemos cosas en el mundo que es casi un pecado, si no disfrutarlas, al menos cantarlas, ¿cómo no vas a cantarlas? ¿cómo no vas a cantar a una ola, a un árbol tras la lluvia?

También recibo como un regalo el mero hecho de crear, lo veo como un regalo que me viene del cielo, y no puedo evitar ponerme a cantar al mar. En concreto ese poema de La gravedad y la gracia me lo inspiró un dibujo animado que se llama Totoro, famosísimo, que recomiendo a todos los padres con hijos pequeños que lo vean, donde hay un niño que no sabe muy bien cómo demostrar muy bien el afecto extraño que siente por la protagonista y le presta su paraguas aunque está lloviendo. Y eso lo hace feliz, y corre bajo la lluvia. Esa escena me inspiró. Yo me siento como ese niño.

Hace constantes referencias a su familia, a su padre, a su madre, a sus hermanos, ¿la familia, eso que siempre parece estar en crisis, es también filón para la poesía?

–Hasta que lo has dicho no he descubierto que la familia es un tema recurrente en mi poesía. Estoy descubriendo muchas cosas con esta conversación... Es que yo soy mi familia. Yo soy mis hermanos, soy mi padre y mi madre. Ellos me han hecho a mí. Y si me pongo a cantar lo que soy van a salir mis hermanos, no lo puedo evitar. Además he tenido la suerte de nacer en una familia numerosa, muy feliz y bien avenida, y sería un pecado si encima me lo callase. Entiendo que hay gente que tiene experiencias familiares muy malas y no entiende esta alegría con la que yo canto a mis hermanos, o la ternura que me entra cuando hablo de mi madre. Claro, hay una máxima latina que dice `corruptio optimi pessima´, la corrupción del mejor es la peor, la familia, que es lo mejor, si se corrompe, es un infierno. Pero en mi caso fue un cielo.

David Cotta

Otra cuestión que me llamaba la atención es que señala el lugar que ocupa entre sus hermanos. ¿Ser el quinto de siete marca el carácter?

Creo que sí, aunque nunca me lo he planteado. Ahora que me haces la pregunta pienso que ser el quinto me ha permitido tener hermanos muy mayores, hermanos que cuando yo era niño eran ya adolescentes y casi adultos, y luego además he tenido dos hermanos pequeños detrás de mí. Con lo cual he visto lo que me esperaba en el futuro y lo que era yo hasta hace poco. He podido hacer de hermano mayor de dos pequeños, y los mayores han hecho de hermanos mayores míos. Recuerdo con un cariño tremendo lo que hacían mis hermanos mayores por mí, que me han defendido de palizas, o recuerdo por ejemplo «la alfombra mágica voladora», en el que mis hermanos, con sus músculos juveniles, nos ponían en una manta a los cinco o seis niños de la casa y a algún vecino, nos arrastraban por el pasillo y aquello era magnífico. Lo hacían esos muchachos adolescentes que estaban en una explosión de vida y que además nos querían.

Siempre se rompía el mismo jarrón que había en el pasillo. Y mi madre lo pegaba con santa paciencia mil veces: y ese jarrón roto era para mí la imagen misma de la felicidad.

Como decía María Zambrano, el poeta rescata de su aparente insignificancia lo frágil y cotidiano

En un ensayo que publicó hace unos años (Rosas de plomo) investigaba la amistad y admiración entre José Antonio Primo de Rivera y Federico García Lorca. ¿Una buena muestra de que la poesía (y el arte) posibilita «la amistad social»?

–Con ese ensayo, uno de los objetivos que sin darme cuenta estaba buscando era demostrar cómo los dos mitos antagónicos de nuestra guerra eran amigos y se admiraban. Y gran parte de esa amistad se sostenía en el amor a la poesía. Estamos en un país tan politizado donde los telediarios, los periódicos y las conversaciones en la calle nos hacen creer que el mayor problema de todos es la política, y que eso es lo que crea más lealtades entre las personas. Y yo creo que no. Hay cosas más importantes: lo que piensas tú de la muerte, de la amistad, del amor, de tus hijos, del trabajo… Eso es mucho más importante, eso te define mucho más.

Desde luego se crean muchas más afinidades cuando dos personas comparten el amor a la poesía, porque compartir el amor a la poesía es tener una mirada sensible ante la delicadeza o ante lo aparentemente trivial. Como decía María Zambrano, el poeta rescata de su aparente insignificancia lo frágil y cotidiano. Los que tienen esa mirada o ese gusto, tienen muchas afinidades. De hecho, entre mis mejores amigos, que no tienen nada que ver conmigo en cuestiones políticas, morales y educativas, sin embargo, nos une la poesía y somos íntimos amigos y nos podemos pasar horas y días hablando sobre poesía, porque une muchísimo más de lo que la gente piensa.

En ese ensayo usted decía que «la poesía o es un pájaro libre o no es». Entonces ¿poesía e ideología no encajan bien? (he querido decir «no riman», pero me ha parecido demasiado)

–Estoy totalmente de acuerdo. Poesía e ideología no encajan ni riman. Porque ¿una ideología qué es? Es una magna construcción mental que lo que quiere es justificar que la legitimidad del poder absoluto lo debe tener un grupo determinado de gente y que ese grupo de gente va a instalar una justicia definitiva, y ya no va a haber injusticias, ni contingencias, ni desgracias. ¿Y en esa visión del mundo y del hombre qué papel puede tener la poesía? Ninguno, porque o canta a las flores y para la ideología no sirve para nada, o bien se pone al servicio de la ideología y entonces es un panfleto. La poesía viene de los cielos, canta al misterio y a la belleza, y la ideología viene del hombre y quiere arrebatar y controlar ese misterio y belleza. Son dos cosas incompatibles.

Lo que pasa es que como hay escritores que son genios, como pasó con por ejemplo «El acorazado Potemkim», puede haber buena poesía a pesar de estar al servicio de la ideología

Tiene varios libros de aforismos ¿ha seguido aquél divertido consejo suyo de colgarlos en un cartel o en un power point y que alguien los haya leído como si allí estuviera la solución de su vida?

Cuando escribo un aforismo no puedo evitar pensar que tiene que ser uno que se pueda tatuar en la espalda un alumno mío. Siempre empiezo mis clases con una máxima en latín, en griego o una frase filosófica. Y eso les encanta a los adolescentes. Ellos están ansiosos de frases que les iluminen. Ellos se tatúan por el cuerpo frases que les dan sentido a sus vidas. Y no puedo evitar pensar que cuando escribo un aforismo tiene que ser algo que ilumine la vida un poquito o que haga todo más sutil. No me gustan los aforistas que son como francotiradores, que dicen una frase ingeniosa y... ¡paff! ese aforismo rompe un nido… el aforista francotirador no puede evitar no tirar con su tirachinas, tiene tan buena puntería… no me gustan esos aforismos. Me gustan lo que iluminan la vida: ese es el principio inspirador que sigo al escribir un aforismo.

Zenda Libros

En su obra aparecen Lorca, Safo, Eliot, Miguel Hernández o poetas contemporáneos ¿qué lecturas han sido sillar para su vida?

–Mira, los primeros poemas que recuerdo son poemas populares, coplas populares que yo oía a mi tía Ana, que era una poeta popular, o a mi padre mismo que decía también algunas coplas.

Cuando empecé a leer, los poetas que más me gustaron siempre eran Lorca y Miguel Hernández, eso no lo puedo evitar. También Machado y un poco Juan Ramón. Ya de mayorcito, cuando tenía unos doce años, un hermano mío se enamoró y me leía poemas de Bécquer. Allí, cuando él me leía poemas de Bécquer con su voz de joven enamorado es cuando me di cuenta de que yo quería ser poeta. Porque las palabras de siempre, las palabras que usamos para lo cotidiano, de pronto Bécquer las utilizaba de una manera que me elevaba sobre los aires, y yo quería hacer eso con las palabras. ¿De dónde venía ese don? Fue Bécquer uno de los que me iluminó.

Y luego ya de mayorcito disfruté mucho de Virgilio, Homero y sobre todo Ovidio, que para mí es un genio que rezuma simpatía y lucidez. Homero también ha sido una lectura fundamental. Una persona que describe la muerte diciendo: «y el alma del guerrero huyó de sus miembros llorando porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven»; a mí eso me parece un hallazgo definitivo y, encima, en los albores de la literatura.

¿Con qué se queda, con el Haiku o con soleares, coplas y seguidillas?

–Con el haiku lo he intentado, pero no me salen. Tengo unos cuántos, pero de treinta o cuarenta, se salvan uno o dos. Prefiero la seguidilla con bordón: «Sueña la margarita/ con ser romero/ para ir con la Virgen/ en el sombrero/ Y yo, Señora,/ sueño con la marisma/ a todas horas». A mí ese ritmo tan propio de la lírica andaluza me parece magnífico. Ese metro es el que usa Miguel Hernández para las «Nanas de la cebolla». Es un metro que se presta mucho para la sencillez y la transparencia, el senequismo…

Me gusta mucho más la seguidilla con bordón que el haiku. Y con el haiku tuve una mala experiencia porque una vez alguien me dijo: «mira, el otro día vi en un tendido eléctrico unas golondrinas posadas y parecía un pentagrama». Y pensé, ahí tengo un haiku. Y escribí: «Tendido eléctrico/ pentagrama repleto/ de golondrinas», y me dio al instante por buscar en Google: «tendido eléctrico pentagrama», y alguien había hecho un haiku casi casi igual. Las posibilidades de que a dos personas que hacemos haikus nos parezca un pentagrama un tendido eléctrico con pájaros no son tan pocas, así que me quedo con la seguidilla con bordón.

Jesús CottaJosé Luis Trullo