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Hablamos con el presidente de CONFER y prior provincial de los dominicos en la provincia de HispaniaPaula Argüelles

Presidente de la Conferencia Española de Religiosos

Jesús Díaz Sariego: «Hay una crisis de Dios porque hay una crisis del ser humano»

De la vida contemplativa, el futuro de los monasterios de clausura, la crisis vocacional, la secularización y el Año Jubilar de Santo Domingo, le preguntamos al presidente de CONFER y prior provincial de los dominicos en la Provincia de Hispania

el pasado mes de noviembre tuvo lugar la vigesimoséptima asamblea general de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER). En aquel entonces, Jesús Díaz Sariego, prior provincial de los dominicos de la Provincia de Hispania –que aglutina territorios como los del Cono Sur, Cuba, España, Guinea Ecuatorial, República Dominicana o Venezuela–, cogía el relevo de María Rosario Ríos,  quien fuera la primera mujer en presidir este organismo. 

Sobre la vida contemplativa, el futuro de los monasterios de clausura, la crisis vocacional, la secularización y el Año Jubilar de Santo Domingo, que concluye este próximo 6 de enero, le preguntamos a Díaz Sariego. 

¿Cuáles son los principales retos que tiene la vida consagrada de cara a este 2022?

–Los desafíos más importantes para nosotros tienen que ver con la misión que desde la Iglesia como consagrados queremos ofrecer al mundo. Nos preocupa especialmente cómo conectar mejor con su realidad, sus heridas, sus descartes –como bien gusta decir al Papa Francisco–, sus dificultades. Sigue habiendo personas que sufren las consecuencias de un mundo que aún sigue sembrando muchas injusticias. Para ello somos conscientes de la necesidad de caminar juntos, como Iglesia sinodal, no solamente con el clero secular, sino también con los laicos, varones y mujeres, muy comprometidos con nosotros en cada uno de nuestros Institutos. Queremos mirar a este mundo con el cariño y respeto que merece, pero también con las exigencias que el Evangelio nos pide. Este equilibrio sigue siendo un gran desafío para nosotros. Del mismo modo, ser conscientes de nuestras debilidades, pero también de nuestras fortalezas, que son muchas en el corazón de cada una de las Congregaciones Religiosas en España. Por último, queremos atender al cuidado de los consagrados sus distintas etapas vitales, la promoción de nuevas vocaciones o lo que llamamos ‘el crecimiento en la cultura vocacional’, nuestra mejor formación espiritual e intelectual para comprender mejor los horizontes del mundo.

Jesús Díaz Sariego desde la basílica de Atocha, en MadridPaula Argüelles

–Luis Ángel de las Heras, obispo de León y presidente de la comisión episcopal para la Vida Consagrada, decía en la última Asamblea de CONFER que «que es inútil andar mirando cada uno para un lado distinto». En el contexto de este nuevo Sínodo, ¿cuál va a ser la aportación de la vida religiosa y en qué consideran que deben hacer especial hincapié?

–La vida religiosa tiene una gran experiencia en aquello de vivir y trabajar en sinodalidad. Es una de sus esencias más propias. Vivimos en comunidad y a los consagrados se nos educa desde el primer año de nuestro itinerario formativo para eso. Otra cosa es que en el transcurso de los años lo consigamos con mayor o menor fuerza. Pero la sinodalidad está muy sembrada en el interior de cada uno de nosotros. El Papa ahora nos lo recuerda como conversión misionera y pastoral para toda la Iglesia. Vivimos un momento eclesial muy interesante. No podemos dejarlo pasar. Por eso CONFER está ya trabajando intensamente sobre esta cuestión. En la próxima Asamblea de Superiores Mayores, que tendrá lugar en mayo, iremos con un programa de trabajo a este respecto. Queremos aportar, como Conferencia en España, aquello que consideramos importante para reforzar nuestra comunión con la Iglesia en su conjunto y, desde ahí, con todos aquellos sectores de la sociedad que promueven valores éticos que humanicen aún más los sistemas económicos, las relaciones sociales, la hospitalidad de aquellos que tienen menos recursos. Debemos seguir haciendo hincapié en recordar al mundo que aún hay millones de personas pobres y extremadamente vulnerables. Hemos de seguir siendo la ‘voz’ de estas personas ‘sin voz’. Esto es de urgente necesidad. No podemos mirar para otro lado.

Parto de la confianza plena en el mundo. No porque éste sea perfecto, ni el mejor, sino porque en él Dios ha nacido

Por otro lado, las comunidades de religiosos y religiosas, desde los lugares en los que se encuentran, están colaborando mucho y bien con las estructuras diocesanas y con las parroquias de su entorno sobre la sinodalidad a nivel local y regional. Me alegra constatar que la implicación de los consagrados está siendo, a este respecto, magnífica. Una constatación de sinodalidad extraordinaria. En estos foros más regionales y locales el testimonio y la experiencia de los religiosos logra transmitir las preocupaciones más directas de las gentes a las que sirven y con las que trabaja en el día a día. Es un patrimonio de experiencia vital incuestionable. Me siento orgulloso de todos ellos.

Ante una sociedad cada vez más secularizada, ¿cómo se explica el misterio de Cristo encarnado en la vida de cada uno de nosotros, independientemente de las circunstancias?

– Mucha experiencia interior de Dios, pero también un conocimiento muy respetuoso del mundo secular. Parto de una convicción interior que siempre me ha serenado mucho ante los obstáculos que el mundo secular pueda ponernos por delante. Parto de la confianza plena en el mundo. No porque éste sea perfecto, ni el mejor, sino porque en él Dios ha nacido. Es ‘su pesebre’. Ha sido creado por él. En el mundo la gracia de Dios está, esta es su mejor encarnación. Es tarea nuestra descubrirla, discernirla, sacarla a la luz aunque no sea fácilmente reconocida ni, en muchos casos, querida. No importa. La confianza plena en esta experiencia de fe es una fortaleza interior que no sucumbe ante las dificultades vengan de donde vengan.

Vivir esta confianza es creer más en las posibilidades del mundo que en sus ideologías, vaivenes de moda, tendencias –siempre temporales– que parecen arrastrar en un momento dado. Si hay confianza, no hay miedo. Tampoco apoyo en falsas seguridades. Más bien hay esperanza. Y sabemos que la esperanza es un valor teologal que nos convierte, nos ayuda a crecer y nos estimula a mirar siempre hacia adelante. Desde esta actitud podemos bendecir al mundo –incluso secularizado– en aquello que tiene de Dios.

–Parece una difícil tarea vivir esa confianza en medio de la situación actual... 

–Pero es que con confianza podemos encontrarnos, buscar puntos de encuentro y dejar a un lado lo que no es importante ni esencia de las cosas. Hemos de ir, con el mundo secular, al corazón de los problemas. Ahí nos vamos a encontrar. El Evangelio sabe muy bien dónde encontrarse con el mundo. Es una gracia especial. No siempre somos capaces de reconocerlo, ni siquiera de darnos cuenta de la fuerza que tiene. Por eso es Buena Noticia. No porque alivie sin más un momento, sino porque habla desde lo imborrable, lo más propio de cada uno y del mundo. Un miembro de mi Congregación dijo hace tiempo que «nuestro claustro, el de los consagrados, es el mundo». Cada Congregación, según su carisma, sabe muy bien lo que esa frase implica para cada cual. Los de vida monástica, también saben muy bien, lo que esa frase significa para ellos, ya que su mirada y su forma de estar en el mundo es más necesaria que nunca. Lo saben. El mundo secular también, aunque le de pavor el reconocerlo.

Según los datos que arroja la Memoria de Actividades de la Iglesia, en España quedarían 751 monasterios en cuya clausura viven 8.739 personas. Esto supone poco más de diez miembros por monasterio. ¿Qué se debe hacer, desde CONFER, en colaboración con el resto de las realidades eclesiales, para volver a dinamizar la vida monástica?

–Los monasterios, más allá de las familias religiosas a las que están vinculados por su carisma, son independientes en su modo de organizarse. Ahora se coordinan algo más desde las federaciones o congregaciones a las que pertenecen en relación a los demás monasterios de su misma familia religiosa. En CONFER tenemos la suerte de que algunos monasterios están vinculados y, por lo tanto, forman parte de la Conferencia. Otros muchos, especialmente femeninos, no están jurídicamente vinculados. Dicho esto, CONFER siempre será una casa de acogida para todos ellos.

Nos alegra mucho su presencia porque también los necesitamos. La vida monástica es muy necesaria en la Iglesia y en la sociedad de un país. No podemos perder lo que ella nos trae y evoca. Necesitamos referentes de paz, de interioridad, de testimonio de transcendencia, de encuentro con nosotros mismos, aunque desde alguien más grande que nosotros, desde una realidad que nos transcienda, desde Dios. Esto y otras muchas cosas las aportan los Monasterios de vida monástica y contemplativa. Deberíamos ser capaces, como Iglesia sinodal, de integrar esta dimensión en nuestras planificaciones de misión pastoral. No hay vida apostólica evangélica sin el respaldo de una vida intensa de oración, de una vida interior que la respalde y la avale. La Iglesia no puede olvidar esto. Debemos mimar la vida monástica y contemplativa. Para ello CONFER siempre tendrá las puertas abiertas para ayudar a la vida monástica en lo que se requiera.

¿Estamos ante una crisis de respuesta a lo que Dios nos pide o ante una crisis de vocación?

Yo diría que las dos cosas. Hay, sin duda, una ‘crisis de Dios’ porque hay ‘una crisis del ser humano’. Esto tiene que ver con la ‘crisis de vocación’, de toda vocación, no solo de vocación para la vida consagrada o el sacerdocio. El misterio de la Navidad nos enseña precisamente esta unión tan estrecha que hay entre lo divino y lo humano. Es la gran aportación de la experiencia cristiana. No va Dios por un lado y la persona por otro. Ambas están en estrecha interrelación. Cada momento cultural genera sus crisis porque quiere recolocar las cosas. Es una conversión permanente. En este sentido no debe asustarnos. La escasez de nuevas incorporaciones de jóvenes a la vida consagrada no son menos que en otros momentos de la historia. Si lo comparamos con la década de los años cincuenta o principios de los sesenta del siglo pasado en España, no así en otros lugares del planeta, la reducción de vocaciones es clara. Pero las cosas de Dios hay que mirarlas con una perspectiva mucho más amplia y con una profundidad nueva. Hemos más bien de vivir la ‘escasez’ con suma serenidad y con una espiritualidad evangélica maestra que nos ayude a comprender mejor lo que Dios quiere en estos momentos para su Iglesia. Ahora estamos ante una ‘levadura nueva’, porque la sociedad secular requiere una ‘nueva levadura’. No es cuestión de cantidad (Quizás fue necesario en otro tiempo) sino de una calidad distinta. Para fermentar el mundo desde el Evangelio son necesarios los que están y los que quieran añadirse y Dios quiera enviar. En manos de Él está. Solamente queda decir que nosotros en absoluto debemos ser obstáculo, sino mediadores de su voluntad. No somos los salvadores del mundo. Dios lo salva y contará para ello, como quiera contar con nuestras fuerzas.

Paula Argüelles

–¿Qué nos aporta la vida de clausura hoy en día?

–Más que de ‘clausura’ a mí me gusta hablar de ‘vida contemplativa’. Un modo especial de estar en el mundo, no al margen ni alejado de él. Se que en nuestro lenguaje hablamos de ‘vida de clausura’ por reminiscencias del pasado. Pero la ‘clausura’ hoy más que nunca adquiere su especial valor en la medida en la que sus consagrados son capaces de amar –me consta que lo son–, de amar al mundo porque lo conocen desde otra perspectiva. No desde la vida apostólica o ‘activa’, como solemos decir, sino más bien desde la vida activa de su oración, contemplación, estudio, vida fraterna, etc. desde su vida ‘en torno a un claustro’, lugar donde lo divino y lo humano se encuentran. El ‘silencio habitado’ de una vida contemplativa (claustral) es una riqueza inestimable para todos nosotros. Ellos y ellas desde ‘el silencio habitado por Dios’ nos están ayudando a todos los consagrados de ‘vida activa’ a reencontrar nuestras raíces y nuestra identidad. Es una aportación preciosa. Podría poner muchos ejemplos de las numerosas publicaciones actuales en ese sentido. ¡Qué sigan escribiendo y compartiendo su experiencia monacal y contemplativa!

El consagrado ha de vivir y actuar como consagrado y el laico como laico

–¿Qué papel juegan los laicos dentro de la familia dominica a la hora de la extensión del Evangelio?

–Son necesarios para la misión y extensión del Evangelio. Como sabemos, el Concilio Vaticano II les dio un espaldarazo eclesial sin precedentes.  Desde la experiencia dominicana, hemos ido creciendo, a lo largo de estos años, en la misión compartida con los laicos de esta familia a nivel mundial. En España seguimos haciendo ese esfuerzo, aunque aún nos queda un camino por recorrer. La implantación de la Iglesia en nuestro país aún sigue siendo ‘reconocida’ como excesivamente clerical (o como suele decir la gente de ‘curas’ y ‘monjas’, reduciendo mucho las cosas) y nosotros no estamos ajenos a este ‘humus cultural y eclesial del que provenimos’. La relevancia del laicado para la misión en conjunto está más o menos clarificada desde el punto de vista teológico y en las claves dominicanas de vida y misión. La mayor dificultad está en la organización práctica de la misión en conjunto. Aquí es donde aparecen más dificultades por parte de unos y de otros. Esto tiene que ver también con la organización de nuestras estructuras y de nuestros modos de planificar y organizar los compromisos apostólicos, teniendo siempre muy claro –unos y otros– no confundir las vocaciones ni los compromisos. El consagrado ha de vivir y actuar como consagrado y el laico como laico.

El mayor desafío para nosotros está en la incorporación de los laicos dominicos en nuestras estructuras, sobre todo en lo que a la planificación y organización de la misión se refiere. No se trata solamente de tener personas excelentes y muy bien formadas para cubrir algunos puestos de trabajo, incluso relevantes, sino de planificar juntos la misión a desarrollar.

–A pocos días de clausurar el Jubileo de Santo Domingo, ¿qué gracias han experimentado durante este año tan complicado? ¿han podido desarrollar los proyectos que tenían en mente para conmemorar a el octavo centenario del fundador de los dominicos?

–Suelo decir que un Año Jubilar siempre deja huella. Y la deja, aunque no seamos capaces de percibirla de forma inmediata. Ha sido un Año jubilar muy especial y ‘limitado’ por la pandemia de la COVID-19. Aunque no se han podido realizar todos los proyectos que habíamos previsto, tanto a nivel de Orden, como de la Provincia aquí en España, estoy bastante satisfecho de lo realizado.

Uno de los objetivos del Año jubilar era interno, para los miembros de la Familia Dominicana. Hacía referencia ese retorno personal y comunitario siempre necesario a nuestro fundador, santo Domingo. Muchos me han expresado haber vivido ese ‘retorno’ de una manera o de otra y de haberse visto muy enriquecidos en lo personal, en su vocación y en su espiritualidad más propiamente dominicana. Sin duda alguna que santo Domingo seguirá dando sus frutos en aquellos que formen parte de su familia y en aquellos otros, muchos, que desde otros carismas se sitúan en la Iglesia.

La personalidad y espiritualidad de este mendicante del siglo XIII que era santo Domingo parece más actual de lo que nosotros mismos habíamos pensado

Me ha llamado mucho la atención constatar cómo en este jubileo han sido muchos, fuera del ámbito de la familia dominicana, los que han ‘reclamado’ ese acercamiento a santo Domingo por razones varias. Todas ellas muy nobles y gratificantes. Haber constatado esto ha sido para mí una gran alegría. Me ha llevado a pensar que la personalidad y espiritualidad de este mendicante del siglo XIII parece más actual de lo que nosotros mismos habíamos pensado. Incluso nos han descubierto cosas de su legado poco descubiertas o resaltadas por nosotros. Solamente tengo palabras de agradecimiento y de reconocimiento para todos ellos.

Paula Argüelles