Dos años sin clases en el Amazonas peruano: donde no llega el Gobierno, llegan los misioneros católicos
Las Siervas de San José heredaron el colegio Fe y Alegría de los jesuitas. Durante años, la zona no contaba con los servicios más indispensables. Ahora, sus alumnas van a la universidad y tienen un futuro
Estudiar entre palapas y cañas con el rumor de la selva entre lección y lección. Mosquitos, monzones y libros. Para algunos las condiciones del colegio Fe y Alegría, ubicado en la Amazonia peruana, pueden estar lindando con la carestía más extrema. La realidad, por otro lado, es que para las niñas de esta escuela supone un privilegio que casi ningún otro alumno del Perú rural ha tenido durante estos últimos dos años: un pupitre, un profesor, una formación, un futuro.
Desde el estallido de la pandemia, las comunidades más alejadas de los núcleos urbanos, han sufrido la falta de maestros y medios para que los alumnos pudieran seguir con su formación. Sin ir más lejos, ante el desfase educativo que ha traído consigo la COVID-19 y la ausencia de recursos para poder seguir las clases online, el gobierno de Pedro Castillo decretó la promoción automática de los alumnos a los siguientes cursos, independientemente de que hayan adquirido o no las competencias necesarias.
Sin ir más lejos, hace apenas unos meses conocíamos el proyecto de los agustinos en la zona para poder llevar más de 7. 000 radios solares a los distintos pueblos y comunidades más afectados por la desconexión escolar con el fin de que el atraso en las materias fuera lo menos lacerante posible.
No había nada y ahora hay un mañana
María Jesús Laorden es una misionera laica que lleva seis años en el colegio Fe y Alegría. Desde que conoció el proyecto, ubicado en el vicariato de San José, ha ido intercalando la selva con el asfalto de Madrid, hasta que decidió instalarse definitivamente allí. «Yo soy profesora de Matemáticas y Física, pero siempre había tenido el sueño de irme de misiones. Al principio iba año tras año, en los huecos que tenía, y cada vez que volvía estaba más contenta, más feliz», nos cuenta Laorden.
«Cuando las Siervas de San José llegaron, poco tiempo después de que se fueran los jesuitas, no había nada. Ni sanitarios, ni atención médica. Fueron las hermanas Teresa y Socorro las que se ocuparon de atender los partos, las mordeduras de víboras o los machetazos que se hacían los lugareños en la faena».
Cuando echa la vista atrás y ve que muchas de las alumnas han podido llegar a la universidad o a hacer cursos de formación profesional que les ha permitido salir adelante, en comunidades con unas elevadas tasas de analfabetismo, no puede sino sentirse orgullosa y agradecida. «Hay niñas que vienen de zonas que están a cuatro días de camino, que se dice pronto. Para ellas, y otras tantas, hemos habilitado un internado que les da una formación integral a 300 de estas chicas». «En el centro contamos como muchas hijas de exalumnas que siguen confiando en nosotras porque durante esos años clave, la adolescencia, en vez de casarse o buscarse la vida de cualquier manera, estaban estudiando, aprendiendo una serie de valores», cuenta esta misionera.
Respecto al parón del gobierno de Castillo a la educación, Laorden cuenta cómo, a pesar de las restricciones, siguieron adelante para que ninguna niña y niño (que cubren también en el centro la etapa de infantil y primaria), pudieran seguir estando en clase. «Es una medida que no tiene sentido. Los mayores pueden tener ya un recorrido pero imagínate lo que supone sacar a un niño de primero de primaria, que todavía no ha aprendido a leer y a escribir, a que de pronto esté en tercero. Es un problema muy grave que va a afectar durante años a todo el Perú».
Un internado por diez euros
El proyecto de este centro escolar se sustenta, principalmente, gracias a los donativos que van llegando desde distintas partes del país y del extranjero. Los padres, tanto si tienen un niño como cinco en Fe y Alegría, pagan lo mismo: 50 soles, o lo que es lo mismo, diez euros al año. El objetivo de las Siervas es solamente uno: que las niñas puedan formarse, que aprendan a estar en el mundo y que puedan ayudar, si así se lo permite la vida más adelante, a las futuras generaciones para que nadie se quede en la estacada.