Entrevista a la Rectora de la Universidad CEU San Pablo de Madrid
«El CEU defenderá su posición como centro católico aunque no sea políticamente correcto»
Comenzamos con Rosa Visiedo en El Debate una serie de entrevistas con los rectores de las universidades católicas de España para conocer los retos que la institución tiene por delante hoy
Rosa María Visiedo es, desde 2019, rectora de la Universidad CEU San Pablo. Durante su mandato, ha tenido que lidiar con una pandemia que ha menguado el flujo de alumnos extranjeros, ha puesto contra las cuerdas el modelo de comunidad que teníamos establecido hasta ahora pero que, sin embargo, ha ayudado a poner en valor el trabajo de los investigadores en nuestro país.
Sobre la precariedad en el mundo universitario, las altas tasas de paro en grados humanísticos, las complicaciones de ser un centro católico en la sociedad actual y sobre los modelos de acompañamiento a los alumnos de primer año, le preguntamos a la señora Visiedo.
–¿En qué momento ha habido una disociación entre lo que la universidad es y lo que se espera de la universidad? ¿El haberla vinculado tan estrechamente a las salidas profesionales ha hecho que se haya perdido su sentido inicial de capacitar a las personas para la vida y no solamente para un oficio?
–Yo pondría el foco en la capacidad transformadora de la educación en general y de la educación universitaria en concreto para preparar personas para la vida, para el futuro. Y esto se da o debería dar en todos los sentidos: intelectual, personal y profesional. Y, también, por su puesto, en el empleo. El paso por la universidad para nuestros estudiantes tiene que ser la oportunidad de disfrutar de un espacio de crecimiento y de madurez. Es nuestra obligación dotarles de todos los instrumentos y recursos disponibles para estar en un mundo en constante cambio. Sabemos que, si están formados adecuadamente a todos los niveles, estarán mejor preparados para desenvolverse con éxito en el mercado laboral.
–¿Estamos asistiendo a un conflicto de intereses entre las Humanidades y la empresa, la ciencia o la tecnología? Si bien las empresas parecen valorar una formación integral, luego el sector no demanda –ahí están las tasas de paro– este tipo de formación…
–En primer lugar, creo que hay que empezar por considerar un error de bulto el reducir el peso de las humanidades en los currículos académicos en cualquier nivel educativo, también en la universidad. Nosotros, desde la Universidad CEU San Pablo, las hemos tenido integradas desde un inicio y ahora parece que el mundo las está descubriendo. Es el Instituto de Humanidades Ángel Ayala quien se ocupa de impartir la docencia de esos créditos en los grados especializados y en todas las carreras, que van desde las Ciencias Sociales hasta las de Salud e ingenierías.
El mundo laboral demanda cada vez más perfiles con formación humanística
Nuestros alumnos cursan asignaturas como Historia, Antropología, Ética, Bioética o Doctrina Social de la Iglesia porque esas asignaturas condensan los valores que son propios de nuestro proyecto educativo, lo que nos ayuda a trasladarles nuestra forma de entender la vida y el mundo en que en que vivimos. Respecto a esa dicotomía, esa tensión entre lo humanístico y lo tecnológico, creo que es una paradoja. Si bien cada vez están más denostadas, el mundo laboral pide personas que tengan esas capacidades. Primero, porque ayudan a enfocar la técnica a la persona, a poner en valor los aspectos éticos y morales. Esto es importantísimo.
–¿Cuál es el principal reto que tiene una universidad católica hoy en día?
–Ser una buena universidad, una universidad que sea atractiva para los estudiantes y para las familias que confían en nosotros para la formación de sus hijos. Si somos excelentes en aquello que hacemos, no habrá ningún problema en que nuestra propuesta inspirada en el humanismo cristianismo les llegue.
–¿Cómo se vive, con un perfil de alumnos tan variopinto, en un mundo como el actual, el hecho de que los estudiantes se puedan encontrar con sacerdotes o religiosas en clase?
–Con mucha naturalidad, pues forma parte de lo que somos. Es cierto que nuestra pastoral tiene el reto de atender a la internacionalización que vivimos desde hace tiempo. Alrededor del 30 % de los estudiantes que tenemos son extranjeros, muchos de culturas y credos diferentes. Es un reto, claro. Y por eso desde el CEU queremos ser un punto de encuentro entre todos esos puntos de vista distintos, para que convivan más allá del aula con respeto, conocimiento y admiración de lo que el otro supone. Es algo fantástico.
–A la luz de las problemáticas cada vez más acusadas de comprensión lectora, de falta de competencias para hacer un análisis críticos de un texto o una práctica, ¿es necesario hacer una suerte de acompañamiento, de transición a la vida adulta con los alumnos de primeros años de carrera?
–No me gusta demonizar a los jóvenes que llegan a nuestra universidad. Es cierto que son distintos respecto al perfil de alumnado que llegaba hace 10 o 20 años. Pero también es cierto que tienen formas distintas de aprender a las que nosotros conocíamos cuando teníamos su edad. Creo que la obligación de las universidades, de nuestra universidad, es acercar lo que ya sabemos a estas nuevas generaciones con nuevas vías, sin perder rigor ni exigencia académica. Si queremos seguir siendo igual de eficaces que antaño, tenemos que renovarnos, acercarnos al alumno, mejorar las técnicas de aprendizaje, adaptándonos al lenguaje que ellos entienden. El reto es seguir siendo exigentes y preservar lo esencial de nuestro proyecto docente acercándonos a nuevas formas metodológicas. La universidad es una comunidad de aprendizaje, una comunidad de acompañamiento, una red de personas y de servicios que están ahí dispuestos a apoyar, a ayudar al estudiante desde el principio hasta el final de su etapa universitaria.
El reto es seguir siendo exigentes acercándonos a nuevas metodologías
Ahora mismo contamos con distintos programas que van en esta dirección, pasando por un sistema de tutorías individuales con los alumnos de primer y segundo año. Lo que queremos es que el alumno descubra su potencial, que trabaje sus puntos fuertes para mejorarlos cada día más. Y también, claro está, que descubra sus debilidades para poder trabajar sobre ellas y superarlas. La verdad es que estamos muy satisfechos del programa y está dando muy buenos resultados. En primer lugar, porque los estudiantes lo valoran muchísimo y, en segundo lugar, porque nos ayuda a orientarles el día de mañana en el ámbito profesional. También estamos poniendo en relación a los alumnos con los egresados de nuestra universidad, lo que les da una panorámica más aterrizada a la realidad que se van a encontrar el día de mañana.
–Uno de los escollos más importantes que tiene la universidad hoy en día es el tema de la investigación y la precariedad de las becas para este fin. Por no hablar de las complicaciones para cuadrar docencia con investigación por parte de los profesores ¿Es compatible los primeros pasos de la vida académica con la vida familiar dadas las bajas prestaciones que se otorgan?
–La verdad es que en España siempre ha habido una tensión entre esas dos patas de la actividad del personal docente e investigador. También aquí se ha creído que para progresar en la vida académica bastaba con desarrollar un trabajo investigador para pasar de adjunto a catedrático y que, la docencia, era secundario. Y eso no es así. Sucede en muchas universidades públicas, donde la gente se dedica mucho a la investigación, pero atiende menos lo que ocurre en la clase. En universidad como el CEU, la docencia es capital. Es difícil compaginar ambas cosas, a la que hay que agregarle la gestión académica, y sé que es complicado de gestionar. Nosotros estamos trabajando en ello, intentando hacer lo mejor para los profesores en las tres áreas, potenciando la investigación, pero también premiando los méritos docentes y exigiéndoles algo de gestión académica que es clave para el desarrollo y buen funcionamiento de la Universidad. Hay que conseguir ese equilibrio. Un profesor que enseña e investiga, genera conocimiento que transferimos a la sociedad y que ayuda a su mejor funcionamiento. Respecto a la precariedad… Es un pecado español. En otros países no sucede. Los investigadores están muy bien valorados y están mejor retribuidos. Es por esto por lo que muchos optan por irse a otros países, produciendo esta migración de talento. En cualquier caso, creo que poco a poco vamos cambiando y mejorando en este aspecto. Por poner un último apunte, si hay algo bueno que ha traído la pandemia en estos dos últimos años es la puesta en valor de los investigadores, por ejemplo, para el desarrollo de las vacunas, que se haya puesto en valor su talento y trabajo por parte de la opinión pública y los medios de comunicación. Es por ahí por donde debemos ir para evitar la fuga de investigadores.
–Hace unas semanas conocíamos el abandono de Jordan Peterson de su plaza en la Universidad de Toronto. Cada vez son más los profesores con renombre que salen de los centros académicos por las dificultades que tienen para ser escuchados en un espacio pretendidamente plural y de pensamiento. ¿Qué papel debe adoptar la institución, tan polarizada ideológicamente, ante esta suerte de «batalla cultural»?
–Entiendo que cada universidad debe tener su papel en esta cuestión. Nosotros, desde el CEU, defendemos y defenderemos nuestra posición, aunque vaya a contracorriente, aunque no sea políticamente correcto. La universidad debe ser, y no puede renunciar, pues sino, no sería universidad, a ser ese espacio donde se busca la verdad, donde se mejora el mundo gracias a esa búsqueda compartida. Tenemos que ser un lugar para la creación, el conocimiento, el desarrollo y la maduración personal. Es la única forma de responder a los retos que nos pone la vida y la historia. La relación que se genera entre maestro y discípulo es lo que nos hace grande, lo que nos ilumina. Yo no entiendo la universidad de otra forma sino como un espacio donde desde el respeto mutuo, nos encontramos. Con nuestras diferencias, sí, pero yendo en ese camino inabarcable que es el conocimiento. Sin excepciones, sin confrontación, donde convive lo humano con lo espiritual. Esto es lo que nos une.
Entrevista al filósofo y maestro de escuela