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Armando Zerolo
cartas de la ribiera

Ucrania: el péndulo de la libertad

El patriarca Cirilo, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa, no ha temblado en decir que los que se oponen a Putin son fuerzas del mal. El poder golpea mejor si está unido, si el cetro y el báculo los maneja una misma cabeza con dos brazos

Actualizada 11:42

El Kremlin tiene tres catedrales que son como tres gracias, la Dormición, la Anunciación y la del Arcángel Miguel. Las tres se reúnen en una pequeña plaza que concentra en pocos metros una concepción del poder que hoy vuelve a estar en entredicho

La de la Dormición alberga en su interior el icono de la Vírgen de Vladimir, del siglo XI, de estilo bizantino y que originariamente estuvo en Kiev. Ese icono y esos ojos de la Virgen adelantan en siglos a la «Monalisa». Hace más de mil años, cuando Rusia estaba naciendo en los confines de lo que hoy es el centro de una disputa mundial, alguien pintó la ternura y el misterio de la salvación en una tabla que es el umbral entre dos mundos, el del más acá y el más allá, y también la frontera espiritual entre dos iglesias y dos pueblos. De Kiev a Moscú para fundar y unir la pequeña Moscovia de ayer, y el Estado más grande de la federación rusa.

Tres catedrales que lo son tanto del alma rusa como del poder. De los patriarcas y metropolitanos, de los zares y mausoleo de príncipes. La Dormición, la Asunción y la del Arcángel Miguel, albergan a los poderosos y también al alma sufriente del pueblo ruso forjada a golpes de invasiones y de opresión, de ausencias y carencias, de la luz dorada de poniente y el alba de oriente, de fiestas y excesos, de noches largas e inviernos fríos.

Trato de reflejar mi perplejidad la primera vez que visité Moscú y me encontré con un contraste tan radical entre la espiritualidad popular y el uso obsceno del poder. Pero quizás lo explique mejor la respuesta que mi amigo Alexander me dio a una pregunta típicamente occidental: «Alexander, ¿pero cómo es posible que todos estos símbolos religiosos sigan en pie después de tantos años de comunismo soviético?- Le pregunté, acostumbrado a una literatura y a una historia, más nuestra que de ellos, que borra lo que no comparte».

Mi amigo, en su español autodidacta, me dijo: «Stalin era un ogro, pero no era gilipollas».

La estatua y las dos catedrales son símbolos de una era «putinista» que ha sabido instrumentalizar el poder mejor que la época soviética

Putin tampoco es «gilipollas», aunque sí es un «ogro». En los veinte años que lleva en el poder de una u otra manera ha contado siempre con la jerarquía de la Iglesia de Moscú. Prueba física de ello son la estatua del príncipe Vladimir, la catedral de Cristo Salvador o la catedral de las fuerzas armadas. La estatua y las dos catedrales son símbolos de una era «putinista» que ha sabido instrumentalizar el poder mejor que la época soviética. El poder tiene dos caras, la política y la religiosa, potestas y auctoritas, temporal y espiritual, y gobierna más y más fuerte el que tiene ambas en sus manos.

El patriarca Cirilo, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa, no ha temblado en decir que los que se oponen a Putin son fuerzas del mal. El poder golpea mejor si está unido, si el cetro y el báculo los maneja una misma cabeza con dos brazos. ¡Qué diferentes las declaraciones del Papa Francisco criticando los abusos de poder! Dos cabezas de dos Iglesias con dos tradiciones muy distintas, que no se separaron por cuestiones dogmáticas demasiado importantes, sino por una forma de comprender el poder y la libertad, allá por la época en que en el Kremlin se construían catedrales.

Es difícil encontrar en el occidente moderno un nivel de connivencia tan alto entre la jerarquía política y la eclesiástica y, al mismo tiempo, y como consecuencia necesaria, tanta distancia entre la espiritualidad popular y los representantes de la iglesia y la política, como en la Rusia de hoy.

Oriente desconoce los límites al poder que ha elaborado occidente. Putin sabe usar y abusar del poder como lo hizo Stalin, pero no por comunista, sino por bizantino. Responde a una tradición que ha envejecido mal y que no todo el mundo está dispuesto a seguir soportando. Quizás eso es lo que más teme.

Es posible que Ucrania haya avanzado más hacia una tradición de la libertad, de la separación de poderes y de la sana distinción entre la Iglesia y el Estado, y, en definitiva, que esté optando por cierta «occidentalización» que Moscú rechaza. No es nada nuevo, así se fundó la frontera rusa, el lugar de choque entre la barbarie mongola y la paz de los monasterios, entre el abuso de la jerarquía eclesiástica, y el humo de las velas de un pueblo que reza y se eleva entre la opresión y el oro. El péndulo que va y viene de oriente a occidente, de Vladivostok a Kiev, vuelve hoy a oscilar hacia la libertad.

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