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Entrevista

Enrique García-Máiquez: «Homero es nuestro compañero de lucha contra la corrección política»

El poeta reflexiona sobre la relación entre censura y producción artística, y defiende a los clásicos como aliados en la lucha a contracorriente

«Sin censura ni cesura hay buena literatura». El poeta, crítico literario y traductor Enrique García-Máiquez (Murcia, 1969) enarbola este díptico del marqués de Tamarón como un estandarte. El autor de cinco poemarios –el último, Mal que bien, publicado en 2019– y colaborador en varios medios especializados enfrenta el debate sobre la corrección política en el arte desde el optimismo y el buen humor. «La realidad juega de nuestra parte», asegura en esta entrevista para El Efecto Avestruz, una serie de la Asociación Católica de Propagandistas.

–Durante el 23º Congreso Católicos y Vida Pública, ofreció un taller sobre la relación entre el arte y lo políticamente correcto. Prometió que sería «optimista», ¿lo fue?

–Fue incluso mejor, porque fue esperanzado. El arte y la literatura sienten el pulso de la corrección política, pero es un pulso que van a ganar, porque la verdad y la belleza terminan imponiéndose. Además, la presión de este pulso nos termina elevando, nos ofrece oportunidades creativas.

–¿Al arte políticamente incorrecto le basta con ser provocador y tiene que ser, además, de buena calidad?

–Hay una suerte de selección natural darwiniana. Lo veo como aquella idea de Chesterton de que a favor de la corriente nadan igual los peces muertos y los vivos, pero que hay que estar muy despierto y musculoso para nadar en contra. En esta línea, si tú haces arte contra la corriente, o es muy bueno o no se abre paso. Lo políticamente correcto obliga a estas obras a ser mucho mejores, más finas.

–¿Puede ponerme algunos ejemplos de autores contracorriente?

–Claro, los hay tanto desde el feminismo radical, como Camille Piglia, a pensadores socialdemócratas, y pienso en Fernando Savater o Andrés Trapiello. Desde una cosmovisión católica, encontramos nombres como José Jiménez Lozano, Miguel d’Ors o Julio Martínez Mesanza. Contra la corrección política hay muchas maneras de luchar –la ironía, el escándalo, el desdén…–, y animo a no ser excluyentes, a apoyar todas estas batallas, porque al final se trata de desbloquear un sistema de censura.

–«La poesía es un placer secreto», ha dicho usted en alguna ocasión. ¿Es más sencillo esquivar esta censura desde los versos que desde la prosa?

–La poesía tiene varias ventajas, entre ellas su pequeño tamaño: es como Frodo avanzando hacia la montaña de Sauron, tan pequeño que el ojo no le detecta. En un orden de cosas más sustancial, la poesía se encarga, fundamentalmente, del lenguaje, algo que obsesiona a la corrección política. Juan Ramón Jiménez decía «¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!», y lo que pretende la corrección política es usar su nombre inexacto. La confrontación es directa.

–Tiene fijado en su cuenta de Twitter un artículo sobre la nobleza de espíritu, ¿una declaración de intenciones?

–En la puerta de la Academia de Platón estaba escrito «No entre nadie que no sepa geometría», y esta es mi forma de decir: «No entre nadie que no aspire a la nobleza de espíritu». Es la noción del cuidado del alma propia y la pretensión de aspirar a lo mejor, una idea eterna que explicitó Sócrates. ¡Imagino que esto espantará a muchos visitantes!

Enrique García-Máiquez durante la entrevista El efecto de la avestruz, de la ACdPGuadalupe Belmonte

–Una idea ligada a otra noción sobre la que usted ha reflexionado mucho, la figura del caballero andante, ¿nos falta quijotesca?

–Albert Camus decía que nuestro mundo está como un gusano sin cabeza porque le faltan aristócratas, porque busca desesperadamente la aspiración a lo noble y a lo bueno. Es un grandísimo tema literario, y hoy vemos que aparece en muchas historias el tema del personaje que no sabía que quería ennoblecerse, que no sabía quería ser caballero, pero termina portándose como tal.

–Han Solo en Star Wars, ¿verdad? Empieza como canalla y termina como héroe.

–Sí, también en Casablanca, y en Enredados… pero también lo vemos en una serie tan sórdida como Juego de Tronos: empezó reivindicando la violencia y el sexo gratuitos, con personajes oscuros, pero la misma dinámica de las historias, que exigen nobleza, la llevó a diferenciar entre buenos y malos, y a dar luz a un personaje, Jon Nieve, que no deja de ser un auténtico caballero andante, dispuesto a sacrificarse. Uno presiente que el caballero andante le está ganando a los creadores de la serie.

–¿Cómo se relaciona el ideal del héroe con el ideal del santo?

–En su libro Algunos caracteres de la cultura española, Karl Vossler dice que el héroe es una especie de estado intermedio entre el pícaro –el nivel básico del ser humano– y la santidad. Digamos que el héroe tiene algunas virtudes –el amor a la verdad, el cumplimiento de su palabra, la magnanimidad, la defensa de los débiles–, pero el santo las tiene todas. Se puede ser héroe sin ser santo, pero no ser santo sin ser héroe.

–En esta línea, es usted es poeta, pero también católico practicante, padre de familia, profesor… ¿Ser beato es el nuevo punk?

–(Se ríe) Bueno, no quitemos el eslogan: el nuevo punk es ser conservador, así digamos que ser beato es el nuevo rock and roll. Tengo un poema –y parafraseo– en el que le hablo a unas treintañeras: «Soñáis con un poeta bohemio, pero monógamo… sabed que mi mujer es igual que vosotras, pero cuando le escribo un poema, lo que quiere es que recoja la mesa y lave los platos». Uno está en esta doble vertiente.

–Un último tema, que engloba todo lo hablado, son los clásicos. ¿Qué relación debemos tener con ellos en esta era de corrección política?

–Aquí sí diría que los clásicos son el nuevo punk. Cito de nuevo a Juan Ramón Jiménez: «Clásico, es decir actual, es decir eterno». La corrección política ha convertido a los autores clásicos en más actuales que nunca, porque les ha regalado ese aire para volar que es la resistencia. Más que nunca, hoy leerles no es un lujo cultural. Leer a Homero tiene algo de punk, de rock and roll, de revolucionario: es uno de nuestros compañeros en la lucha contra la corrección política.