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El acompañamiento de los mercedarios a personas LGBTI: «La Iglesia vela por la dignidad de cada uno»

En el momento en el que la sociedad afianza sus murallas invisibles, la fundación La Merced Migraciones acompaña a una realidad muchas veces obviada dentro de la Iglesia: el colectivo LGBTI

En una céntrica calle de Madrid, entre tiendas, bares y bloques de pisos, se encuentra una de las sedes de la institución católica La Merced Migraciones. Llegamos a la hora a la que comienza un taller que busca acompañar a hombres y mujeres que tuvieron que salir de sus países de origen, entre otras razones, por la persecución sufrida por sus orientaciones sexuales.

Diez personas, venidas principalmente de Hispanoamérica, relatan su travesía para conseguir regularizar su situación en nuestro país. La mayor parte de ellos han solicitado asilo y protección internacional. Todos desean una sola cosa: poder hacerse un hueco en el mercado laboral, aportar su talento y dedicación al bien común, y no tener que mirar cada paso que dan cada vez que salen a la calle por ser quienes son.

«Cuando hablamos de acogida lo que ponemos en valor es a la persona. Cuando alguien tiene que dejar su familia, su cultura, su país, sus amistades en busca de una oportunidad, un futuro mejor, se plantea para esa persona un reto muy importante; igual que para la sociedad que la acoge», nos señala el sacerdote mercedario Luis Callejas, director de La Merced Migraciones.

A la pregunta del rol que tiene esta institución de la Iglesia como espacio de acogida a personas LGTBI, Callejas nos señala «que a lo largo de la historia han sido muchas las personas que han salido de sus países por sufrir persecuciones por su identidad o género. Nosotros, desde la Fundación, nos hemos encontrado con esta realidad y vimos que había que trabajar con estas personas, ofreciéndoles los recursos disponibles para su acogida».

Alison, de 27 años, huyó de Venezuela en busca de una oportunidadCarmina Martínez

«Me vi forzada a ejercer la prostitución»

Alison tiene 27 años. Tuvo que huir de Venezuela, cuando las cosas empezaron a ponerse realmente mal, y recaló en Perú. Su condición como trans fue un impedimento para conseguir un trabajo reglado. «En 2017 decidí salir de mi país. Mi familia me protegía pero no podía aguantar la cantidad de actos violentos que sufrí por parte de colectivos evangélicos. Me golpeaban, me gritaban cosas. Seguir allí era esclavizarme así que decidía emigrar al Perú, pensando que las cosas serían distintas». «Al principio todo fue bien. Pude trabajar como camarera durante un año, sin ningún problema de discriminación por mi identidad, aunque trabajaba de forma ilegal. Ellos me decían que estaban muy contentos conmigo y cuando se decidieron a regularizar mi situación y vieron en mi documentación que yo era una chica transexual me dijeron que me tomase una semana de descanso y ya nunca más me volvieron a llamar», cuenta Alison. «Llegó un momento en el que no me quedó otra que recurrir a la prostitución. Ya no contaba con ahorros, no podía pagar un alquiler ni mi manutención. Pensaba que iba a ser de forma temporal a la espera de algo mejor pero terminó convirtiéndose en mi día a día, expuesta a violaciones, maltrato, enfermedades... Vivir todo aquello me hizo darme cuenta de lo cruda que es la realidad para una chica transexual en Latinoamérica».

Desde La Merced Migraciones buscan acompañar todos los aspectos de la persona: desde la ayuda para encontrar trabajo hasta el aspecto psicológico; dotándoles de una red de seguridad para que puedan sobreponerse de experiencias traumáticas vividas en el pasado y proporcionándoles entornos de seguridad en los distintos pisos de acogida. «Muchas de las personas que se ven envueltas en procesos migratorios complejos tienen que superar adversidades, situaciones de riesgo extremo, donde en ocasiones, sobre todo en los casos que atendemos de migrantes que vienen de África, no cuentan si quiera con su familia pues muchas de ellas los dan por muertos en las travesías por el mar o recorriendo el continente hasta llegar a Europa», señala el director de esta fundación. «Trabajamos creando espacios de seguridad, intentando crear comunidad en los pisos de acogida, donde conviven personas de diferentes culturas y credos, de diferentes orientaciones, tratando de dar una respuesta a lo que la persona necesita». «Todos tenemos padres, un lugar de procedencia, una historia. Por eso queremos crear espacios de encuentro donde cada uno se pueda sentir libre, donde no sean atropellados sus derechos por una cuestión política, ideológica o de la propia identidad. Atendemos a las personas porque cada una de ellas, sea de donde sea, sea cual sea su condición, merece ser escuchada, acogida, acompañada y dignificada», señala Callejas.

Adolfo, venido desde Colombia, desea poder tener sus papeles en reglaCarmina Martínez

«Lo mataron por marica»

Adolfo tiene 55 años. Es enfermero. Viene de Colombia. Apenas lleva unos meses en España. Estuvo casado y tiene dos hijas, aunque él siempre supo que era homosexual. «No quería esconderme más. Yo nací con esto pero todo el mundo se empeñaba en decirme en que andaba equivocado, que vivía en pecado». «Gracias a Dios mis hijas lo entendieron, al igual que la mamá, que ahora es una gran amiga», nos cuenta durante la entrevista. «La sociedad colombiana es homófoba. Mi familia fue realmente cruel conmigo, sobre todo los evangélicos. Me decían que todo lo malo que me pasaba era un castigo de Dios contra mí por ser así. Es verdaderamente frustrante que uno no cuente con apoyo en mí país. Cuando la guerrilla mataba a los homosexuales el Gobierno decía: 'Ah, pues lo mataron por marica'. Si uno iba a denunciar una agresión, la policía te decía: 'Defiéndete, ¿o acaso no eres hombre?'», señala Adolfo.

Tanto Alison como Adolfo conocieron La Merced Migraciones por casualidad. Los dos coinciden en que les ha abierto una puerta, una oportunidad que hasta ahora les había sido vetada. «Este tipo de vivencias, cómo están organizados los pisos, el acompañamiento que te dan –señala Alison–, te ayuda a integrarte, a organizarte, a saber convivir con personas muy diferentes. Este tipo de recursos, como los que brinda la Fundación, es vital cuando llegas a un país nuevo donde no conoces a nadie. Constantemente tengo contacto con las educadoras, me siento arropada y cuidada, con un seguimiento psicológico que para mí es imprescindible pues, después de lo vivido, he tenido varios intentos de suicidio». «Yo quisiera poder tener la dicha de que España me aceptara, que pudiera estar de forma legal. Tengo ganas de trabajar, de salir adelante y lo quiero hacer aquí. Eso sería maravilloso», indica Adolfo antes de despedirse.

El trabajo oculto, discreto y profesional que brinda la Fundación La Merced Migraciones con personas LGBTI ayuda a ponderar las palabras del Papa Francisco, en «ayudar a la situación de tanta gente de orientación sexual diferente». Algo «que es importante» señalaba el Santo Padre en su encuentro con los periodistas después de volver del viaje apostólico a Hungría y Eslovaquia en septiembre de 2021. Una Iglesia que camina en su tiempo, sin olvidar sus raíces, su naturaleza, no es un pliegue a los ritmos de la mundanidad sino una posibilidad de seguir siendo «hospital de campaña», lugar de acogida y encuentro para el distinto que, a los ojos de Dios y gracias a los hombres y mujeres de buena voluntad, les ayuda a sentirse hijos en el Hijo, sin importar el nombre que lleve su documento de identidad.