San José, el guía para los seminaristas que lo dejaron todo para seguir a Jesús
Usan tacos cuando corresponde, hablan sin tapujos, te recuerdan su vida universitaria y su trabajo actual en sus respectivas parroquias o ultimando teología. Quieren ser sacerdotes, aman a Cristo
Jóvenes, alegres, en discernimiento diario, en amor y fidelidad a Cristo, siempre abiertos a su voluntad. Así se presentan Pablo Vidal (25 años) y Borja Lizarraga (29 años). Usan tacos cuando corresponde, hablan sin tapujos, te recuerdan su vida universitaria y su trabajo actual en sus respectivas parroquias o ultimando teología. Quieren ser sacerdotes. Lo dicen sin complejos, sin temor al mundo, a los entornos o a las burlas. Hoy, Día del Seminario y celebración de san José, hablan quienes se preparan para aprender de su camino para ejercer adecuadamente la paternidad espiritual en un futuro cada vez más cercano.
«Nunca me había atrevido como a dar el sí definitivo, aunque llevaba tiempo rondándome la cabeza. Fue gracias a una compañera de clase, que no era creyente ni nada, que se empezó a interesar por las cosas de Dios y de la Iglesia. Hubo un momento en que me dijo que se quería convertir al cristianismo, entre comillas, `gracias a mí´. Fue ahí cuando vi de forma muy clara que a esto era a lo que me llamaba Dios y sin dudarlo le dije que sí», cuenta Lizarraga, a un año de ser diácono, y tras haber estado estudiando Derecho en la Universidad Complutense, donde tuvo la llamada a la vocación sacerdotal.
Vidal, por su parte, tenía una novia de cinco meses. Estudiaba ADE y Derecho. Unos ejercicios espirituales en 2016 le cambiaron la vida. «Fue una mirada, la de Jesucristo en la Eucaristía. Fue en ese trozo de pan cuando yo experimenté el amor de Dios en mi vida, diciéndome: `tengo un sueño para ti, para hacerte feliz´». No entró en el seminario de Madrid de inmediato sino que, como él mismo dice, «cambio su perspectiva» respecto al fin por el que estudiaba lo que estaba estudiando. «Mi idea era tener el mejor futuro profesional posible, ganar dinero, estar cada vez más arriba». Sus prioridades cambiaron por completo a raíz del encuentro con Jesús. «Al final sentía que el Señor me iba encaminando hacia el seminario, me lo iba diciendo, y solamente me pedía que respondiera de corazón. Y así lo hice. Fue duro al principio, al dejarlo con mi novia lo pasamos mal los dos, pero hay un misterio de la cruz que no se comprende hasta que lo vives en tus carnes».
«La clave es la alegría»
Borja cuenta lo que supone vivir en el mundo desde la realidad eclesial. «La clave es la alegría. Es verdad que en el mundo en el que en el que vivimos actualmente ser sacerdote es un negocio no muy atrayente. Por lo menos no de primeras. Pero con la gente que me rodeo, con mis amigos y familia, pueden ver que podemos hablar de mil cosas, no solamente de teología, de vivir con el ejemplo. Nosotros nos hemos planteado una serie de interrogantes y hemos respondido». Vivir de forma natural la castidad y la masculinidad, los cambios de sus barrios de origen a zonas de misión y de trabajo con situaciones que hasta entonces les eran ajenas, «entregando mi vida a la Iglesia y al mundo», señala Borja como aquello «que personalmente más me puede hacer feliz».
Pablo, preguntado por la figura de san José para su formación y vida, señala que el esposo de María «le resulta muy cercano». «Él no era inmaculado pero me enseña cómo cuidar a Jesús, cómo custodiar mi vida para poder llevar a Dios a las personas». «Su ejemplo me hace vivir, saber, como dice uno de nuestros formadores, vivir y discernir. En ese orden. Te ayuda a entregarte más, a buscarte menos a ti y a enfrentar lo que tenga que vivir cuando sea sacerdote».