Fuego Sagrado: el milagro que ilumina el Santo Sepulcro en la víspera de la Pascua ortodoxa
«¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!», se gritan en árabe unos a otros en la iglesia de Jerusalén
Se apagan las luces de la iglesia del Santo Sepulcro. Centenares de móviles se alzan por encima de las cabezas de la multitud. Todos quieren captar el momento en el que las primeras llamas de Fuego Sagrado arden fuera del Edículo y corren veloces de vela en vela hasta iluminarlo todo. Es mediodía del Sábado Santo ortodoxo en Jerusalén.
El bullicio va en aumento; se oye el repicar de una campana. Pronto suenan muchas más y los gritos no dejan lugar a dudas: ¡ya está! El fuego corre veloz para alcanzar cada rincón de la iglesia. Los fieles encienden sus velas y antorchas entre gritos de emoción. En pocos minutos, llamas, calor y humo llenan el lugar.
«¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!», se gritan en árabe unos a otros. Es el saludo de la Pascua entre los cristianos locales. El Fuego Sagrado sale del mismísimo lugar de la Resurrección para llegar al mundo entero. Primero a los que esperan a la salida de la iglesia, después, a las iglesias ortodoxas de Jerusalén, Israel y Palestina.
Por último, desde el aeropuerto de Tel Aviv, vuelos especiales harán que llegue hasta Grecia, Georgia, Rusia, Ucrania, Rumanía, Bulgaria, Bielorrusia, Macedonia, Serbia, Líbano, Egipto, Chipre… Allí esperan el Fuego Sagrado del Santo Sepulcro para celebrar la Vigilia Pascual esa misma noche.
¡El fuego no quema!
Solo el Patriarca greco-ortodoxo y un sacerdote armenio son testigos de lo que ocurre dentro del Edículo –capilla en la que se encuentra la tumba de Cristo–. Allí, según la tradición, la primera llama se enciende por obra del Espíritu Santo.
Hay muchos que dudan o discuten si el origen del fuego es ciertamente milagroso; otros lo defienden con fervor. Sin embargo, eso no resta emoción al evento. Incluso para los más escépticos, es un ritual único digno de experimentar.
Las velas que los fieles encienden con el Fuego Sagrado son muy finas, sujetas por gomas en grupos de 33, símbolo de los años de vida de Jesús. Por eso, una vez prenden todas juntas, cada persona porta una antorcha con una gran llama que durante los primeros minutos no quema.
Como santo Tomás, muchos necesitan ver para creer, tocar para creer. Efectivamente, al pasar la mano por las llamas, uno siente calor, pero no quema. Fascinados, los primerizos repiten una y otra vez el gesto. La mano se ennegrece por el humo, ¡pero no quema! Los más atrevidos se pasan el fuego por la cara y el cuerpo.
Siglos de tradición
La espera es larga hasta que todas las comunidades de cristianos ortodoxos llegan al Santo Sepulcro para comenzar con el ritual. Siriacos, armenios, coptos y griegos vienen en procesión por la Ciudad Vieja de Jerusalén. Cada grupo llega desde su sede con bandas de música de scouts abriendo la marcha, seguidos de los fieles y el Patriarca con su cortejo.
El último en llegar es Theophilos III, el Patriarca greco-ortodoxo. Siguiendo una tradición que se remonta al siglo IX, le corresponde a él rezar la oración que obra el milagro del Fuego Sagrado sobre la tumba de Cristo, dentro del Edículo del Santo Sepulcro.
Tras una procesión de tres vueltas alrededor del Edículo, el Patriarca griego y un sacerdote armenio entran en el que es el lugar santo más importante de toda la Cristiandad. Theophilos III pasa hasta la tumba y su acompañante armenio, este año el padre Asbed, se queda en la antecámara como único testigo de lo que allí ocurre.
Las luces de la iglesia se apagan y los fieles saben que el momento se acerca. Desde dentro del Edículo, a través de dos ventanas laterales, ambos presbíteros comparten la primera llama con los que esperan fuera. Es el momento en el que se desata el fervor del pueblo.
Continuar un legado
Mike Toumayan vive en Miami, pero vuelve a casa por Pascua para continuar con el privilegio familiar de ser el primero en obtener el Fuego Sagrado a través de una de las dos ventanas del Edículo. Lo recibe del sacerdote armenio y lo pasa a otros tres jóvenes armenios que se encargan de llevarlo a los fieles, el obispo y la iglesia para la vigilia de esa noche.
Son privilegios que se heredan de padres a hijos y pocos recuerdan desde cuándo lo ostenta su familia. «Es tradición oral, no hay nada escrito –dice Mike–, pero mi familia vive en Jerusalén desde el tiempo de los cruzados, mientras que la mayoría de los armenios llegaron aquí después del genocidio».
Las otras comunidades ortodoxas también tienen sus propios encargados de recibir y transmitir el Fuego Sagrado. Delegados de las iglesias orientales del mundo entero están presentes hoy para llevarlos a sus respectivos países.
Tensión por las restricciones
La picaresca para conseguir llegar a la iglesia es ingeniosa. Hay laicos que visten sotana para que se les permita el paso. «Soy cura un día al año» dice Hagop entre risas. «El policía me ha preguntado por mi acreditación y le he dicho, ¿no ves cómo voy vestido?» Otros piden las acreditaciones a los que ya han entrado para llevarlas a los que esperan fuera.
Desde la madrugada, como es habitual en este día, la Policía tenía checkpoints en los accesos a la Ciudad Vieja de Jerusalén y en distintos puntos del barrio cristiano. Solo a los acreditados se les permitía el paso. Esto ocasionó algunos episodios de tensión entre los agentes y los fieles cristianos.
El desastre ocurrido el año pasado en el monte Merón en un evento religioso de judíos ultraortodoxos dejó conmocionada a la sociedad israelí: 45 personas murieron en una avalancha. Por esta razón, la Policía decidió imponer restricciones de aforo a la ceremonia del Fuego Sagrado.
Inmediatamente, las autoridades religiosas cristianas mostraron su disconformidad. En el comunicado emitido por el Patriarcado Ortodoxo de Jerusalén se lee: «creemos que no hay justificación para estas restricciones injustas y afirmamos nuestro rechazo explícito, claro y completo a todas las restricciones».
Aunque en un principio la Policía habló de 1.000 participantes, en negociaciones se amplió a 4.000, de los cuales 1.800 podrían entrar en la iglesia y el resto debían esperar fuera. Este evento cuenta normalmente con la asistencia de unos diez mil fieles en el interior de la iglesia del Santo Sepulcro, en la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Fiestas por duplicado
Las fiestas cristianas en Jerusalén se celebran dos veces. El Domingo de Resurrección católico suele coincidir con el Domingo de Ramos ortodoxo. Cuando la Semana Santa ha terminado para las iglesias occidentales, está empezando para las iglesias orientales. Ocurre lo mismo en Navidad y con el resto de las fiestas.
Esto se debe a que los calendarios por los que se rigen unos y otros son diferentes. Mientras que los cristianos ortodoxos mantuvieron el calendario juliano, los católicos adoptaron el gregoriano.
La luz de la Resurrección de Cristo, simbolizada en el Fuego Sagrado, llega al mundo entero desde la iglesia del Santo Sepulcro, el lugar donde aconteció todo. Si el fuego es o no un milagro, poco importa a la mayoría: «¡Cristo ha resucitado!», gritan.