Cristianos perseguidos
Más de un millón de fieles están en campos de concentración en China
A pesar de las persecuciones y las amenazas, la gente de fe continúa llevando a Dios a cada rincón del país, alzando sus crucifijos como símbolo de esperanza contra el Gobierno
Una vez llegó el comunismo a China, la religión y la violencia comenzaron a ir de la mano en un sentido metafórico y a la vez demasiado literal. Millones de habitantes y muchos siglos de historia se vieron sacudidos por un partido político y una revolución cultural que arrastrarían al país a la represión de minorías étnicas, la violación de derechos humanos, la amenaza militar y el silenciamiento a quienes cuestionaban las decisiones del Estado.
El Pew Research Center publicó su informe anual, donde recopila los modelos globales de religión y la forma en que cada estado gestiona su relación con las creencias presentes en ellos. En este último de 2020, de los 198 países y territorios estudiados, China registró la puntuación más alta en el índice de restricciones gubernamentales en cuanto a libertad religiosa.
Un pueblo condenado
En el país oriental, la represión antirreligiosa adopta muchas formas y se dirige contra numerosos grupos. Las más graves se cometen contra las comunidades predominantemente musulmanas de la zona. Un ejemplo de ello son los uigures, una minoría musulmana de la etnia Uigur, que está siendo confinada en campos de lo que ellos llaman reeducación, por «exteriorizar expresiones de piedad, negarse a beber alcohol o dedicarse a lo que las autoridades consideran manifestaciones de extremismo religioso», como señala el Informe 2021 de Libertad Religiosa en el Mundo de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
Se calcula que en China hay 1,8 millones de religiosos encarcelados y más de 1.300 en campos de concentración, según datos de este mismo informe de ACN. La población cristiana representa únicamente un 7,4 % del total de la población china; tanto católicos como protestantes se enfrentan a una libertad religiosa manipulada e incluso censurada y se ven forzados a escoger entre renunciar a su fe o mantenerse en la clandestinidad.
Cruces derribadas, símbolos retirados, conventos y parroquias quemadas, encarcelamiento del clero… Las únicas iglesias que se salvan, literalmente, del ataque del Gobierno son aquellas controladas por el Estado donde los cristianos son filmados. Se ven obligados a izar las banderas del partido comunista e incluso a colgar retratos de Mao Zedong y Xi Jinping al lado de la Virgen María y Cristo.
Es el caso de Gu Baolou y sus hermanos de la Iglesia del Pacto de la Lluvia Temprana de la ciudad de Chengdu, al suroeste de China, que, días antes de Navidad, fueron asaltados, golpeados, despojados de sus biblias y juzgados por un delito de incitación de subversión, algo muy común en el país para justificar los encarcelamientos y los castigos. Aun así, Baolou celebró las fiestas entre lágrimas y oraciones. «No abandonaremos nuestra fe a causa de la represión de las autoridades», confesó el protagonista a The New York Times.
Miles de cristianos están sometidos y son reclutados bajo un Gobierno que les quita mucho más que un puñado de arroz, la libertad de creer en aquello que les hace estar vivos. En un contexto preocupante, con casos diarios de extorsión y desapariciones, un Estado focalizado en señalar a todo contrario como enemigo, los fieles católicos y protestantes no dejan de manifestar su fe y devoción a pesar de todo aquello que les pueda pasar. No es valentía ni coraje, sino fe y esperanza.