Bienvenidos a la utopía comunista: un libro recoge la propaganda de la Revolución Cultural maoísta
«El Este es rojo, el sol ha salido y Mao Zedong ha aparecido en China», cantaban sus seguidores en una década donde los carteles propagandísticos eran indispensables. Esta obra reúne una selección de obras de arte y objetos culturales de esa propaganda, muchos de ellos sumamente raros
La editorial alemana Taschen ha reunido en un nuevo libro titulado Chinese Propaganda Posters una selección de obras de arte y objetos culturales de la propaganda china, impresos entre el nacimiento de la República Popular en 1949 y los principios de la década de 1980.
Gracias a esta enorme colección de Max Gottschalk y a los ensayos de Anchee Min, el poeta chino Li Shinzheng, conocido también como Duo Duo y Stefan R. Landsberger, sinólogo y admirador de la propaganda totalitaria, podemos adentrarnos en las obras de arte que fueron instrumento para el lavado de cerebros y control que supuso la Revolución Cultural de Mao.
Anchee Min nació en Shanghái en 1957. Tenía tan solo nueve años cuando comenzó la Revolución Cultural. De pequeña fue miembro de los Guardias Rojos, una especie de ejército, que dentro de la siniestra maquinaria del presidente Mao Zedong, debía delatar e informar de cualquiera que fuese contrario al partido maoísta. Fue una adepta incondicional del partido y recuerda empapelar todas las paredes de su cuarto con pósteres que ensalzaban al Gran Líder.
Por su gran fidelidad y fe incondicional al partido le fue otorgado el papel protagonista en una película que realizaría la esposa de Mao, Jiang Qing. Incluso el famoso pintor de carteles Ha Qiongwen la usó como modelo para sus composiciones.
Este libro, calificado de «hermoso y siniestro a partes iguales» por algunos medios, es una prueba de la utopía comunista en la que se vio sumida China durante diez años, y en la que millones de personas fueron duramente perseguidas y reeducadas para jurar fidelidad al partido.
La cultura revolucionaria es una poderosa arma
El 1 de octubre de 1949 Mao, el Gran Timonel, instauró la República Popular China, fundada en un duro marxismo leninismo y en distintas campañas de ideologización, que reforzaron su poder y sirvieron de propaganda divulgadora del régimen comunista.
El Gran Salto Adelante (1958-1962) fue sin duda la más ambiciosa de estas campañas. Tuvo como objetivo que la industria y agricultura de China superasen al resto de países, además de ser ejemplo de Estado comunista consiguiendo relegar a la misma Unión Soviética en producción. Por otro lado, supuso un experimento social sin precedentes. Millones de personas fueron forzosamente reubicadas y sufrieron una reeducación de todo aspecto de su vida para mejorar la productividad. De este modo, los ciudadanos se transformaron en meras partes de un único mecanismo: el Estado.
Bajo el control del departamento de propaganda se creó en 1963 un movimiento de educación socialista, donde Mao trató de reeducar a intelectuales y élites del partido. El resultado: al menos 77 mil muertos y más de cinco millones de purgados. No obstante, las continuas purgas no daban el fruto deseado, ya que siempre aparecía una oposición. Por lo que el mismo Mao replantearía su estrategia, reconociendo que «las propiedades y riquezas pueden ser confiscadas, pero no las ideas», declarando la batalla cultural.
De esta manera, comenzó a reforzar el culto a su figura, ya que debía «preparar el terreno ideológicamente» y el arma para hacerlo fue a través de la cultura. En este contexto tuvo lugar la Gran Revolución Cultural proletaria (1966-1976), cuyo objetivo era purgar a altos cargos del partido sospechosos de «revisionistas» y controlar los medios de comunicación y la cultura. Para alcanzar los objetivos, el mandatario chino debía reclutar un ejército que solo respondiese ante a él; por tanto, debía ser externo a su propio partido. Los elegidos fueron los estudiantes, que ya eran ajenos a las tradiciones por haberse formado según los preceptos del maoísmo.
Bajo difusas definiciones, las autoridades ordenaron eliminar y sustituir cualquier cosa relacionada con la cultura, la religión, las tradiciones, educación, arte o familia por unas nuevas ideas proporcionadas por el Gran Líder. Se trataba de borrar todo lo antiguo para establecer lo nuevo y asentar un nuevo sistema moral: establecer qué estaba bien y qué estaba mal.
La prensa gubernamental jugó un gran papel en la difusión de esta nueva moral e indicó los «mandamientos» que debían de seguir. Entre aquellas pautas figuraban la destrucción de obras de arte, archivos, bibliotecas y antigüedades o símbolos de autoridad histórica, como la tumba de los emperadores, o el empapelamiento de las calles con propaganda. «El este es rojo, el sol ha salido y Mao Zedong ha aparecido en China», cantaban sus seguidores en una década donde los carteles propagandísticos eran indispensables.
El resultado de esta política, en lo referente a la cultura, fue devastador: toda producción cultural o artística anterior a 1949 debía ser eliminada, incluso la propia historia del país. Se crearon ocho óperas modelo que glorificaban la lucha de clases, la nueva estética socialista y la victoria de Mao y se convirtieron en la única fuente de documentación a la que se podía acudir, eclipsando cualquier otro entretenimiento.
Pero, por otra parte, el arte socialista se vio reforzado. Se liberó a los artistas para difundir la nueva cultura para educar a la gente y atacar a los «enemigos». Es decir, poner a todos los artistas al servicio del partido. Fue un mando político despiadado que pretendía que la juventud «intelectual» urbana privilegiada fuera despojada de sus costumbres, sus tradiciones y sobre todo de sus ideas. Como resultado surgió la «generación perdida» de China, privada de la oportunidad de recibir educación y del derecho a vivir con sus familias.
Después de la muerte del líder comunista en 1976 terminó una de las etapas más aterradoras y sangrientas que vivió el país asiático. Una década en la que millones de personas fueron perseguidas, con una cifra estimada de muertes que habría alcanzado los 20 millones.