¿Cuántos papas españoles ha habido a lo largo de la historia?
De los 266 papas oficiales, la inmensa mayoría son de origen italiano, muchos provienen de Siria, otros de África y solamente hay tres españoles; obviando al polémico Papa Luna
La Iglesia, como institución milenaria, está marcada de luces, sombras y curiosidades que han ido entrelazándose durante su historia y que han conformado nuestra memoria.
Tres españoles han sido los sucesores de Pedro reconocidos por Roma, aunque muchos otros, entre ellos el Papa Luna o los exóticos papas de la Iglesia del Palmar de Troya, fueron hijos de los sucesivos cismas que se han ido sucediendo como fruto de la reinterpretación de las escrituras y de la deformación del tiempo que les tocó vivir.
Del gallego Dámaso a los dos papas valencianos de la familia de los Borja (en italiano: Borgia), repasamos lo más destacado de sus biografías y legados.
Dámaso I, el Papa gallego
El santo patrón de los arqueólogos, Dámaso I, nació en la antigua Hispania, en Gallaecia, entre el año 304 y 305. Tal y como recoge la Real Academia de la Historia, Dámaso fue hijo de Antonio, de oficio escribano, y de Lorenza, viuda de cuya vida se conocieron algunos rasgos en el siglo XVIII y que una vez enviudó, se consagró a Dios. Eligió Dámaso el camino del sacerdocio y lo llevó hasta sus últimas consecuencias, siendo fiel al Papa Liberio, quien fue desterrado de Roma por el emperador Constantino, acusado de arrianismo en un momento convulso de la institución.
Su elección como obispo de la Ciudad Eterna estuvo acompañada de una cruenta y sangrienta revuelta entre sus partidarios y los que apostaban por Ursino, que pertenecía a la facción favorable al antipapa Félix II, que había sido designado por el Emperador tras la expulsión de Liberio.
Finalmente sería el prefecto de la ciudad, Juvencio, quien reconoció la legitimidad de Dámaso y desterró a Ursino, con el que mantendría una disputa durante catorce años más, hasta su definitiva expulsión de lo que hoy conocemos como Italia. Damaso tuvo un largo pontificado de 22 años donde tuvo que hacer frente al concilio de Zaragoza en el 380 para tratar de luchar contra algunas de las herejías predominantes de aquella época como era el priscilianismo, el apolinarismo o el ya mencionado arrianismo. En su magisterio queda el cuidado de la liturgia, la formación y buena imagen que debía proyectar el clero y el afianzamiento de la universalidad de la Iglesia romana.
Fue el único de los papas españoles que llegó a la dignidad de santo y tuvo bajo su tutela, como secretario, a nada más y nada menos que san Jerónimo, que daría fe y testimonio del cuidado de Damaso por las letras y los escritos.
Calixto III, del terruño a Roma
La escalada en la estratificación social siempre ha encontrado nuevas formas de sofisticación a lo largo del transcurso de los años. La historia de Alejandro de Borja, nombre secular de Calixto III, es la del hijo de un humilde terrateniente valenciano que se iría abriendo paso a marchas agigantadas en un mundo hostil y de cambio de paradigma histórico en los albores de la Baja Edad Media.
Con una formación pobre en sus inicios, aunque luego llegaría a doctorarse en derecho canónico por Lérida, el que a la postre sería el segundo Papa español en llegar a Roma trazó un itinerario vital no exento de penurias, retos y golpes de efecto que le permitieron ir haciéndose un hueco en la vida eclesiástica.
Entre los grandes acontecimientos que marcarían sus primeros años sería el haber podido tratar y presenciar una profecía sobre su pontificado de la mano de otro ilustre valenciano como fue san Vicente Ferrer, al que más tarde el propio Calixto III canonizaría.
curiosidades de la iglesia
De un niño guisado a la monja que convertía el agua en cerveza: los milagros más raros
La Real Academia de la Historia recoge en su versión digital algunos fragmentos reseñables de su obra y vida. Su participación e intervención en el cisma iniciado por Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna, quien hacía y deshacía en una Iglesia que se desmoronaba al tener tres sedes distribuidas entre Roma, Aviñón y Peñíscola, fue decisiva en sus discretas misiones diplomáticas. La más destacada, aunque no por el resultado de las pesquisas sino por la demostración a los ojos del mundo de sus dotes de mando, fue la que le encomendó el Rey Alfonso V de acompañar al cardenal de Pisa, Alamanno Adimari, enviado por el Papa Martín V como legado para acabar con los cismáticos y lograr la sumisión efectiva del clero de la Corona de Aragón a su obediencia. La embajada no tuvo éxito, pero Borja desempeñó bien su cometido, dando prueba de sus óptimas dotes diplomáticas, y fue recompensado por el rey y el legado con una canonjía en la catedral de Valencia y el curato de la parroquia de San Nicolás de la misma ciudad.
Tras años de intenso activismo político, de mediación entre las potencias de la época, Alejandro de Borja consiguió la dignidad cardenalicia en 1444 y, más tarde, en 1455, bajo la inspiración del Espíritu Santo, comenzaba la dinastía de los Borgia. Su papado, como bien explica la RAH, se centró en tres aspectos que son peculiares del papado del siglo XV: la oposición a los turcos, la defensa del equilibrio político italiano conseguido en la paz de Lodi (1454) y la consolidación de la autoridad papal en los Estados Pontificios. Fue uno de los grandes impulsores de la cruzada y sentó las bases de la unificación del Reino de España, no sin antes haber urdido un sistema nepotista que permitió crear el primer clan familiar que tanta literatura ha generado durante los últimos siglos.
El último del clan de Borja
Rodrigo de Borja y de Borja nació en Játiva, alrededor del año 1431, en el seno de una familia de la pequeña nobleza local, formada por Jofré de Borja Escrivà e Isabel de Borja, hermana del futuro papa Calixto III; fue el tercero de los cinco hijos del matrimonio. En marzo de 1437 murió su padre y el pequeño Rodrigo se trasladó a Valencia junto con su madre y sus hermanos Pedro Luis, Tecla, Juana y Beatriz, instalándose en el palacio de su tío el obispo Alfonso de Borja, quien por aquel entonces se encontraba en Italia, en el séquito del Magnánimo.
Poco se sabe de sus primeros años, que debieron de estar dedicados al estudio bajo los auspicios de su tío –cardenal desde 1444–, quien velaba por su promoción.
En efecto, gracias al patrocinio de su pródigo tío pronto comenzaron a lloverle prebendas: en 1447 una canonjía del cabildo valentino y otra en la catedral de Lérida, y en 1449 la dignidad de sacristán de la catedral de Valencia. Debió de ser en ese mismo año cuando el cardenal Borja hizo venir a Roma a sus sobrinos Pedro Luis, Rodrigo de Borja y Luis Juan del Milá. Estos dos últimos, destinados a la Iglesia, fueron encomendados al humanista Gaspar de Verona, quien tenía en Roma una prestigiosa escuela, hasta que estuvieron preparados para marchar a estudiar Derecho en la Universidad de Bolonia (1453). Allí Rodrigo se distinguió como estudiante diligente. Mientras tanto su tío veló por su promoción eclesiástica: en 1450 Nicolás V le nombró canónigo y chantre de la Colegiata de Játiva, en 1453 le reservó tres beneficios eclesiásticos que vacaran tanto en la diócesis de Valencia como en la de Segorbe-Albarracín, y le entregó las parroquias valencianas de Cullera y de Sueca.
Cuando el 8 de abril de 1455 el cardenal Alfonso de Borja fue elegido Papa con el nombre de Calixto III, la fortuna de Rodrigo experimentó un notable auge.
Talento español en la Santa Sede
Los hombres ‘fuertes’ de Francisco en la gestión del Vaticano son españoles
Un primer intento de encomendarle el obispado de Valencia, que el nuevo Papa dejaba vacante, fracasó por la tenaz oposición del rey Alfonso el Magnánimo, que lo quería para su sobrino Juan de Aragón. De modo que, por el momento, el Pontífice tuvo que contentarse con hacerlo protonotario de la Sede Apostólica, y lo envió a continuar sus estudios en Bolonia, donde se doctoró el 13 de agosto de 1456. Entre tanto, le confirió el deanato de la colegiata setabense, la parroquia de Quart (Valencia) y la rectoría del hospital de San Andrés de Vercelli.
Pero esto era insuficiente. Ya antes de su coronación pontificia, Calixto había manifestado su propósito de elevar a sus sobrinos al cardenalato. Y lo hizo en el consistorio secreto de 20 de febrero de 1456, con el consenso unánime de los cardenales presentes, asignando a Rodrigo el título diaconal de San Nicolás in carcere Tulliano, aunque la promoción se mantuvo en secreto hasta el 17 de septiembre del mismo año.
Un mes después Rodrigo volvió a Roma para recibir el capelo de manos del Papa. Este nombramiento suscitó las críticas de los contemporáneos, mas no por la indignidad moral de los sobrinos del Papa, como algunos han escrito, sino por la juvenil edad de los mismos.