La III Guerra Mundial me viene fatal
La III Guerra Mundial es un acontecimiento pavoroso que, aparte, me pilla fatal en este momento. Acabo de pagar el impuesto de circulación del coche y aún no he realizado la declaración de la renta, que intuyo a devolver
El especialista en geopolítica Pedro Baños publicaba el otro día un tuit en el que, a través de una oración subordinada explicativa, daba por hecho que la III Guerra Mundial ya ha comenzado y sugería que lo peor está por venir. «En las pasadas dos guerras mundiales, España se mantuvo neutral. En la actual, que apenas está en sus comienzos, parece que quiera ser un actor principal». Supongo que no será la primera vez que el propio Baños asegura tal cosa, pero como es la primera vez que lo escucho, siempre podré decir que me enteré de la III Guerra Mundial de rebote, en una parte sintácticamente superflua, en el recoveco de una oración. Para mí, por tanto, esta última guerra mundial será siempre aquella que fue declarada entre comas.
Claro que esta curiosidad lingüística queda ensombrecida por el hecho en sí. La III Guerra Mundial es un acontecimiento pavoroso que, aparte, me pilla fatal en este momento. Acabo de pagar el impuesto de circulación del coche y aún no he realizado la declaración de la renta, que intuyo a devolver. Además, justo estábamos planteándonos comprar una casa. Pero ahora no sé si meterme en el jaleo, sobre todo por la hipoteca. Puede que con la guerra se desplomen los precios, puede incluso que se desplomen las casas. Mejor esperar porque con un nombre u otro, con unos enchaquetados u otros, siempre quedará algún banco en pie para reclamarme las mensualidades.
Pero más que por el asunto de la casa, la III Guerra Mundial me viene fatal por el asunto de Claudia, mi hija menor. Hace una semana que aprendió a sentarse y es digna de ver: parece que hubiera nacido para ello. Es como si Dios, allá en el tiempo en que planificó sus cosas, concibiera a Claudia pensando en lo graciosa que quedaría sentada a principios de junio del 2022. A sus seis meses de edad, sentadita, está ya en su apogeo. Una Claudia en acto, irreprochable. Por supuesto que, a nivel técnico, a nivel postural, dentro de un tiempo se sentará mejor, pero al mismo tiempo será un sentarse peor, con menos gracia, un sentarse perfeccionado y a la vez degenerado. Ahora es cuando se sienta bien: precaria, paticorta y radiante.
Espero que Pedro Baños se equivoque: mi hija no merece que el mundo arda
Por su seguridad, la madre insiste en sentarla sobre la alfombra y rodeada de cojines. Yo opino que es un desperdicio. Entiendo su precaución porque al posarla vacila un poco, pero en cuanto se estabiliza, rara vez se cae y queda la mar de contenta, dedicada a sonreír y a iluminarlo todo con una mirada que se debate entre el gris y el verde. Es una mirada que justifica, alegra, vigoriza, que mejora y rehace; es como una bomba, pero al revés. Sin embargo, si la colocas en el suelo como hace la madre, el beneficio se lo llevan los zapatos, las pelusas, las patas de las sillas o el fondo del armario. Insisto: un desperdicio. No se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín. Por eso, aun a riesgo de que se nos descalabre, yo prefiero sentarla sobre la cama para que haga las veces de un faro. Así ilumina el espejo, las paredes, al padre cuando pasa, la casa entera y parte de la calle.
Y mientras esto sucede aquí, mientras Claudia lanza a su alrededor ráfagas de júbilo, en Ucrania se despereza la III Guerra Mundial por un échate pa´allá, no, échate tú. Que igual no es por eso, sino por un oscuro cóctel de motivos cuya receta solo conocen unos pocos iniciados, algunos potentados y dos corrillos de próceres. Da lo mismo, porque nosotros, la gente, apenas participamos en las causas; lo nuestro son las consecuencias. Espero en cualquier caso que Pedro Baños se equivoque: mi hija no merece que el mundo arda. Cierto que las guerras, como se ha dicho, ni se merecen ni se dejan de merecer por nuestra parte, pero Claudia, tan resplandeciente, tan bien sentadita, ¿una guerra? ¿Una guerra mundial? ¿La tercera?