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La Adoración de los Magos, de Giotto

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Poesía de Navidad

José García Nieto y la guitarra de un poeta que se convierte en cuna: «La casa de mi Niño tiene seis cuerdas»

La forma de la guitarra y los materiales de que está hecha son el fundamento que le permiten al poeta establecer una serie de sencillas comparaciones: la guitarra es «un pozo / de luz oscura»

Nana de la guitarra en el portal de Belén

Mi guitarra es un pozo
de luz oscura;
en el fondo, mi Niño,
tengo tu cuna.

Mi guitarra es un árbol
hecho de viento;
cuando el frío amanece,
métete dentro.

La casa de mi Niño
tiene seis cuerdas;
seis rayos de sol vivo
para una hoguera.

Para que no entre el frío
por las rendijas,
cerraré las seis puertas
con seis clavijas.

Mi guitarra es un cisne
que siempre canta
-mástil de largo cuello-
y abajo el agua.

El agua de la música
que corre y llena
el dorado pesebre
de la madera...

Abajo el agua, Niño,
sonando pasa.
Tú, mécete en la cuna
de mi guitarra.

El poeta José García Nieto ha elegido como estrofa para construir su poema la garbosa seguidilla simple: copla de cuatro versos en los que el primero y el tercero son heptasílabos, y el segundo y el cuarto que riman en asonante, pentasílabos. La guitarra del poeta se convierte en la cuna del Niño recién nacido; en el pesebre de madera en el que puede mecerse arrullado por la música de aquella.

La forma de la guitarra y los materiales de que está hecha son el fundamento que le permiten al poeta establecer una serie de sencillas comparaciones: la guitarra es «un pozo / de luz oscura» –versos 1 y 2–, «un árbol hecho de viento» –versos 5 y 6–; sus seis cuerdas son «seis rayos de sol vivo / para una hoguera» –versos 11 y 12–, y las seis clavijas que las afinan sirven para cerrar otras tantas puertas que impiden que el frío se cuele por las rendijas -versos 13 a 16-; y por su «mástil de largo cuello» –verso 19– la guitarra es vista metafóricamente como «un cisne que siempre canta» –versos 17 y 18–.

Y abajo, en el lado opuesto a las clavijas, el agua –es decir, la música–, «el agua de la música que corre y llena / el dorado pesebre / de la madera... / Abajo el agua, Niño, / sonando pasa» –versos 24 a 26–. De entre los muchos poemas que hemos leído dedicados a la guitarra –en García Lorca, Gerardo Diego...– no habíamos dado con ninguno en el que la guitarra pudiera servir de cuna; y el poeta aprovecha esta singular evocación que justifica estrofa tras estrofa para convertirla en la cuna en la que desea que el Niño Dios se meza.

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