Luis Argüello: «Cuando nos quejamos de la situación actual, los católicos hemos de tener en cuenta que hemos sido mayoritarios hasta hace cuatro días»
- Su nombre lleva meses resonando como el principal candidato a Presidente de la Conferencia Episcopal. El arzobispo de Valladolid, monseñor Luis Argüello, será durante los próximos cuatro años el rostro más visible de la Iglesia en España
- ¿Qué piensa de cuestiones como el liderazgo en la Iglesia, la tensión política o los principales retos de cara a la evangelización? De todo esto habla en esta entrevista con El Debate
Habla despacio, midiendo las palabras, y no gusta ni de la prisa ni de la impulsividad. Sin embargo, le ha bastado una sola votación para que los obispos españoles le hayan elegido como nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal. Un síntoma inequívoco de hasta qué punto su experiencia como anterior Secretario General y portavoz de la CEE, y su cercanía al Papa Francisco, le hacían ser considerado desde hace meses como el principal candidato a suceder al cardenal Omella al frente del episcopado. Y, por cierto, también uno de los más que probables nuevos cardenales que vaya a crear el Santo Padre.
Hablamos, naturalmente, del arzobispo de Valladolid, monseñor Luis Argüello.
Su estilo decidido, su capacidad de diálogo y la elocuencia a la hora de expresarse con tanta naturalidad como firmeza son «sellos de la casa». También la franqueza y la cercanía, propias de un castellano que no gusta de dobleces, ni juzga a la ligera. Todas estas cualidades, que tanto han apreciado sus hermanos en el episcopado, quedan también de manifiesto en esta entrevista con El Debate, en la que no sólo aborda cuestiones como la ideología de género, el «fundamentalismo democrático», el suicidio entre los adolescentes o cómo debe la Iglesia acompañar a las personas divorciadas, a los homosexuales y a los transexuales, sino que también desvela detalles personales como su afición futbolística, la importancia de su abuela y de su madre en su vocación, o qué es lo más duro de ser obispo.
–Asume la Presidencia de la Conferencia Episcopal en un contexto de particular tensión en España y, más allá de la sociedad española, en todo occidente. ¿Cuáles son las cuestiones que más le preocupan de este momento histórico?
–Yo voy a subrayar eso de «más allá de la sociedad española». Porque nos haría bien a los españoles caer en la cuenta de que nuestros problemas son problemas más amplios, propios de lo que pudiéramos llamar la cultura occidental o las democracias constitucionales. Y ahí hay tres cuestiones claves. Una es la cuestión de la antropología, claramente. Otra, algo que ya conocía pero que durante el mes que pasé en el Sínodo de los Obispos toqué con las manos: que Europa, occidente, y hasta Estados Unidos, han dejado de ser el centro del mundo. Y por último, la cuestión del fundamentalismo democrático.
Cuando la democracia pierde de vista que ha de tener siempre un referente ético, que es pre político, hay una tendencia a pensar que, precisamente para poder vivir en democracia, todo tiene que ser relativo. Y parece que a veces hasta las propias reglas del juego de la democracia piden el relativismo. Hoy se nos dice que la verdad es la realidad, pero entendida como la realidad construida. Por eso relaciono el relativismo y el positivismo jurídico, como forma de acercarse a lo real. Si mezclas ambas cosas, relativismo y positivismo, y le añades la confusión antropológica, entonces cada vez se hace más difícil la organización de las sociedades democráticas. Y esto se dice fácil, pero hace que hoy sea difícil ubicarse.
–Como se dice en Castilla, acaba de abrir tres melones importantes pero, ¿podría explicar más a qué se refiere con «fundamentalismo democrático»?
–Con fundamentalismo democrático quiero decir que, si unes el positivismo jurídico (que todo lo legal, es bueno) y el relativismo ético, parece que la democracia se fundamenta a sí misma. Y hay otro aspecto: en nuestras democracias, no sólo en España, la división de poderes también está muy relativizada. Y desde ahí, cabe el riesgo de que las mayorías, los líderes, las cúpulas, terminen erigiéndose en el único fundamento de lo que luego se legisla y se organiza.
Cuando la democracia pierde de vista que ha de tener siempre un referente ético, hay una tendencia a pensar que para poder vivir en democracia todo tiene que ser relativo
Normalmente hablamos de fundamentalismo religioso. Pero hoy existe una dificultad para vivir una relación crítica con esas cúpulas y esos líderes, para vivir una relación de respeto con las minorías, y, sobre todo, de respeto hacia una propuesta de verdad y de bien que va más allá de lo que se decide democráticamente.
–Le vuelvo a poner el foco en España: ¿cuáles son los principales desafíos que tiene la Iglesia para evangelizar hoy nuestra sociedad?
–Quizás con especial fuerza respecto de una situación que es similar en toda la Europa de raíces cristianas, la Iglesia en España vive una época nueva, que ha ido gestándose en las últimas décadas, y es que tiene que saber situarse como un pueblo entre los pueblos.
–¿A qué se refiere?
–A que en España, como en Europa, ha habido un empaste muy fuerte entre Iglesia y sociedad, entre nación e Iglesia, entre trono y altar, entre instituciones eclesiales e instituciones sociales. Eso ha tenido aspectos muy positivos, no cabe duda, porque ha generado un humus en el que ha sido posible afirmar la dignidad humana. Un humus que a veces nos sorprende porque genera todavía respuestas, que solemos llamar solidarias, ante determinadas dificultades: una preocupación por el que sufre, una determinada manera de abordar las cuestiones dolorosas… Pero esto mismo ha hecho que muchas generaciones de católicos, y de cristianos en países de mayoría luterana, hayan dado por supuesta la conversión. «Yo soy católico porque he nacido aquí y he nacido en esta familia».
La Conferencia Episcopal es un servicio de comunión y de coordinación, para ofrecer a los obispos la posibilidad de encontrarse y de ofrecer unos recursos
Esto más o menos ha funcionado cuando la familia ha transmitido la fe de manera connatural, en unas sociedades mayoritariamente rurales. Pero aquí hemos vivido una aceleración grande, para pasar de una España rural a una España industrial, y de una España industrial a una España posindustrial y de servicios. Hemos pasado de aquello, a una España de hundimiento demográfico, de acogida de millones de inmigrantes... Y los católicos tenemos ahora que aprender dos cosas: primero, a iniciarnos en la fe. Y segundo, a caer en la cuenta de que somos pueblo entre los pueblos. Desde ahí nace una responsabilidad de todos los bautizados, no solo de los curas, a la hora de asumir la misión de la Iglesia: la evangelización. Esta es una travesía larga y costosa… y estamos en medio de ella.
–En esta situación compleja que supone un reto para para los a los católicos, y en el que hay dinámicas políticas y sociales que tratan de arrinconar la propuesta católica, ¿qué perfil considera necesario para presidir la Conferencia Episcopal?
–Yo relativizo esto, porque la Conferencia Episcopal es lo que es: un servicio de comunión y de coordinación, para ofrecer a los obispos la posibilidad de encontrarse y de ofrecer unos recursos. Pero ni la Comisión Ejecutiva de la Conferencia, ni el Presidente, ni el Vicepresidente, son los jefes de los obispos. Cada obispo tiene una responsabilidad ante Dios, ante su conciencia, ante la diócesis que se le encomienda y, jerárquicamente, solo ante el Papa. En ese sentido, esta casa, aunque muchas veces es mirada con criterios de parlamento o de organización social, es otra cosa. Y cuando nos juntamos todos los obispos, nos podemos pasar mucho tiempo dialogando sobre un tema, y terminar diciendo: «Esto no lo votamos, porque no está maduro». Porque a los obispos nos interesa más la comunión, para que lo que podamos decidir sea de todos.
–Hecho este matiz, le repito la pregunta: ¿qué perfil considera necesario para presidir la CEE?
–Sí, no me quiero escapar de la pregunta. Ya sea el obispo en la diócesis, o el obispo que, formando parte del colegio de los Doce, tiene que asumir responsabilidades que van más allá de su diócesis, como en la Conferencia Episcopal o en cualquier otro ámbito de la Iglesia Universal, hoy la Iglesia lo que nos pide a los pastores es poner un acento grande en el anuncio del Evangelio. Y un anuncio del Evangelio que se haga gratis.
–¿Qué quiere decir con gratis?
–Que sea desapegado de referencias ideológicas, en lo posible. Y digo «en lo posible», porque los humanos no podemos pensar ni razonar si no es con un sistema. Cada cual tenemos el nuestro, el que hemos podido ir asumiendo o en el que nos hemos ido moviendo a lo largo de la vida. Eso forma parte de la Ley de la Encarnación. Pero al mismo tiempo, hoy se nos pide un subrayado grande del anuncio, una capacidad de comunión, y una cierta parresía o audacia para, desde ese espíritu humilde y de comunión, poder decir alguna palabra contracorriente.
–Si hoy hay un tema contracorriente es la visión del hombre y de la mujer. ¿Proclamar la antropología que nace del Evangelio sigue siendo hoy importante para la Iglesia, aunque sea incómodo?
–Sí. Porque esa antropología que nace del Evangelio nace también de la experiencia humana elemental, de mirar cada cual su propia corporalidad. La propuesta del Evangelio, desde una perspectiva católica, no desprecia nunca lo racional, ni la realidad tal como nos ha sido ofrecida. Pero en este tema hay un desafío añadido: las propuestas antropológicas que hay en nuestro mundo son propuestas ideológicas o de intereses políticos o económicos.
No podemos hacer un anuncio justiciero de la verdad, que deje tirados en la cuneta a las personas que no la acogen
Mire, en el año 2000 se aprobaron los Objetivos del Milenio y estamos ahora con otros, que llamamos Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pues ya en el año 2000 decía el cardenal Ratzinger que daba la impresión de que, como la humanidad había perdido la esperanza de poder dar de comer a todos, se había decidido que hubiera menos comensales a la mesa. De ahí nacieron ciertas propuestas antropológicas, sobre la sexualidad y sobre la vida, que dan la impresión de que sobra gente.
–Es la llamada ideología de género…
–Exacto. Pero la cuestión clave es que en medio de toda esa ideología hay rostros. Rostros de chicos y chicas, de adultos, pero especialmente de adolescentes y jóvenes. Y en medio de todas estas propuestas que tienen la cobertura atractiva de «tu autonomía», «tu derecho a decidir», «tu derecho a experimentar», hay personas que entran en formas concretas de vida que pueden provocar dolores. Por eso, el anuncio de la verdad tiene que estar siempre unido al anuncio de la caridad, a la acogida de las personas concretas.
Aquí aparece una tensión que vivimos claramente hoy en la Iglesia: la tensión entre la verdad y la caridad. No podemos hacer un anuncio justiciero de la verdad, que deje tirados en la cuneta a las personas que no la acogen. Y al revés: no podemos hacer una propuesta de caridad, de acogida, de comprensión, que sea barata, que no lleve consigo también una propuesta que, acogiendo a las personas cómo son y dónde están, les haga crecer. Este coloquio entre verdad y caridad es un desafío grande, porque exige no solo pronunciar con los labios una verdad, sino al mismo tiempo acoger a las personas. Porque para nosotros, la verdad y la caridad no son una idea, sino que son una Persona: Jesucristo, que nos ofrece toda la verdad de lo humano desde una entrega asombrosamente amorosa.
–Habla de los jóvenes. Hoy los índices de suicidio adolescente son escandalosos y es inabarcable el número de jóvenes que han perdido el sentido de la vida. ¿Qué responsabilidad tenemos los católicos para haber llegado a esta situación?
–Bastante responsabilidad. De hecho, cuando nos quejamos de la situación actual, los católicos hemos de tener en cuenta que hemos sido mayoritarios hasta hace cuatro días. Tenemos una responsabilidad en lo que nos está pasando hoy, porque hemos vivido durante mucho tiempo una fe demasiado privatizada, una fe con poca dimensión pública o institucional. No siempre la relación entre fe y vida se vive en tensión, pero una cosa es vivirla sin tensión, y otra cosa es vivir una doble vida o hacer de la fe algo para determinados sitios o para determinados días marcados en rojo en el calendario. Y luego está el hecho de que la vida tiene sus propias reglas.
–¿A qué se refiere?
–Cuando digo la vida, digo la economía, la manera de gastar dinero, de emplear el tiempo, de entender la sexualidad... No deja de ser muy sorprendente que países mayoritariamente católicos como Italia, España, Portugal o Irlanda, sean los países donde la caída demográfica ha sido extraordinariamente fuerte. Ahí tenemos un interrogante que hacernos, y también una propuesta que forzosamente, siendo todo lo decidida que debe de ser, también ha de ser humilde.
–Se ha referido a la tensión entre verdad y caridad que se da hoy en la Iglesia. ¿Existe la tentación en la Iglesia de querer ser próximos a las personas, incluso con buena intención, pero sin hacer una llamada a la conversión, al cambio de vida, para no caer «antipáticos»?
–Es un sistema de vasos comunicantes. Aunque es cierto que podemos vivir un subrayado mayor de expresiones de la fe, como son los valores o el compromiso social que se hace cercanía y acogida, ni los valores acaban de tener fundamento y sostenerse, ni la acogida acaba de ser cierta y real, si no se vive desde la Verdad. Es cierto que cuando la propuesta de la verdad supone tensión, es más fácil aquello que puede asegurar la cercanía. Pero en todo caso, será una cercanía intermitente, de pasar la mano. Pero una verdadera acogida es imposible si uno no ofrece, por verdadero amor a la persona a la que se acoge, aquello que es lo mejor que tenemos. Es como decirle a alguien: te acojo en la puerta de entrada, pero no te dejo entrar dentro de mi casa.
–Se ha hablado mucho de Fiducia Suplicans, y también del documento de Doctrina de la Fe que establece que las personas transexuales en tratamiento hormonal pueden ser bautizadas sin aclarar con qué sexo serían bautizadas, si con el biológico o con el que se hayan «reasignado»…
–Precisamente los ejemplos que pone y los documentos que cita tratan, por una parte, de subrayar que la gracia de Dios y la muerte de Jesucristo en la cruz es por todos los hombres, y que la bendición de Dios, del Dios Creador, del Dios Redentor en Jesús, y la fuerza del Espíritu Santo, se derraman a manos llenas sobre todos. El asunto es qué movimientos internos se pueden producir en la persona que pide y que acoge esa bendición de Dios. Y ese puede ser un movimiento interno que termina llamando a la conversión. Pero hay que distinguir que una cosa es la conversión del corazón, y otra cuestión son las situaciones físicas y psicológicas en las que uno pueda verse.
–¿Podría explicarlo aún más?
–La Iglesia nos llama la conversión a todos, pero eso no significa que la conversión a la que nos llame pida determinados aspectos que puedan tener que ver con la psicología profunda de las personas. La cuestión es que, precisamente por las ideologías de las que hablábamos antes, determinadas cuestiones que puedan generar conflictos entre sexo y género se banalizan o se quieren resolver solo desde la autonomía.
No deja de ser muy sorprendente que países mayoritariamente católicos como Italia, España, Portugal o Irlanda, sean los países donde la caída demográfica ha sido extraordinariamente fuerte
Y hay que reconocer que existen situaciones, que antes se llamaban de disforia de género y que en algunos casos pueden requerir un tipo de tratamiento y un diagnóstico que antes realizaban los médicos con todo rigor, y que suponen una reasignación y un cambio en el DNI. Ese es un caso distinto al de una cuestión que se realiza solo por propia voluntad. Lo que está claro es que la Iglesia siempre ha mantenido, en nuestras sociedades mayoritariamente católicas en las que bautizamos a niños con pocas semanas de vida, que la gracia se produce y se entrega a manos llenas, sin pedir nada a cambio. En un bautizo, no se pide nada al bebé. Sí que se pide algo a los padres o a los padrinos. Y eso es lo que habría que ver en cada caso, a la hora de analizar las situaciones de las personas que piden el bautismo. Otra cosa diferente son las bendiciones espontáneas. Creo que hay que subrayar hasta dónde llega la misericordia de Dios, a la hora de distinguir lo que se quiere decir con «pareja» y lo que se quiere decir con «relaciones» o con «unión» entre las dos personas. Como quiera que el documento ha utilizado estas expresiones indistintamente, tanto las aclaraciones del Dicasterio como del propio Papa han insistido mucho en que se bendice a cada persona, aunque las personas vengan juntas, pero no su relación.
–Para terminar: ¿Qué es lo que yo no le he preguntado que cree importante decir?
–Que todo lo que tenga que ver con cómo ayudar a las personas a tener una experiencia viva de Jesucristo es hoy nuestro desafío principal. Y que lo más importante que un creyente puede hacer es ser puente para que otras personas se encuentren con Jesús. Porque ese encuentro, sin duda, cambia la vida.
Test episcopal de El Debate
–Mi madre.
–¿Hay alguna oración a la que tenga particular cariño?
–Las oraciones del cristiano: el Padrenuestro y el Ave María. Pero es verdad que a veces me viene mucho el «Bendito sea Dios», «Ten misericordia, Señor» y, sobre todo, «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío». Quizás por ser de Valladolid...
–¿Qué es lo mejor de ser sacerdote?
–Vivir la vida como vocación, tener la suerte de descubrir la vocación y vivirla en cualquier experiencia. En mi caso, aunque tardé un poco en caer en la cuenta de que esta era mi vocación, tiene una importancia grande ser ministro de comunión.
–¿Y lo peor de ser obispo?
–Pues también esa necesidad de ser ministro de comunión. Porque como obispo, es una comunión interior con la Iglesia particular, y una comunión con el resto de la Iglesia universal. Y en el interior de la propia comunidad cristiana, entre nosotros, existen tensiones, dificultades, formas de pensar y de vivir… Y como obispo, quieres acoger a cada persona en su situación, aunque a veces eso implique momentos duros.
–¿Cada cuánto tiempo se confiesa?
–Cada 15 o 20 días.
–¿Qué libro está leyendo ahora?
–Blasfemar en el templo, y el último libro que ha llegado a mis manos de un cura italiano, Rosini, que parte del comentario del encuentro de Jesús con la hemorroísa: El arte de la vida sana.
–¿Con qué se distrae en su tiempo libre?
–Yo soy muy futbolero. No de jugar al fútbol, sino que soy muy forofo del fútbol. Así que entre el Valladolid, con sus subidas y bajadas de Primera a Segunda y de Segunda a Primera; y el Real Madrid y sus avatares, me entretengo mucho. También, por supuesto, me distrae la relación con otras personas, salir a dar una vuelta, leer un libro, ver alguna película… ese tipo de cosas. Pero quizás lo del fútbol es una pasión.
–¿Tuvo novia?
–No. Tuve más o menos algo: dentro de mis compañeras en la Facultad de Derecho siempre había alguna persona que te resonaba de una forma muy especial, pero una relación formal como yo puedo entender el noviazgo, no.
–¿A qué santo le tiene particular devoción?
–A san Francisco Javier. Primero porque yo me llamo Luis Javier, y sobre todo mi abuela materna, que es la que más me llamaba así, me subrayaba el Javier para explicarme de dónde venía. Y segundo, porque fue un santo misionero, y lo que más caracteriza hoy nuestra vida sacerdotal es esa dimensión misionera.
–¿Hay alguna cita de la Biblia que le resuene de forma especial?
–Sí. Una parábola del Evangelio según San Marcos, en la que se habla de que el sembrador siembra una semilla y crece de noche y de día, aunque el sembrador esté dormido y no sepa cómo ocurre. Es una palabra que me da mucha confianza en que las cosas acontecen, sobre todo las que tienen que ver con el Reino de Dios, más allá de nosotros, aunque nos pidan nuestra colaboración.