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02 de mayo de 2024

La madre Cabrini

La madre Cabrini

La madre Cabrini, la santa que se salvó de morir ahogada en el Titanic

Santa Francisca Cabrini cruzó hasta 24 veces el océano Atlántico para visitar sus fundaciones en América

A finales del siglo XIX y principios del XX, una monja italiana con afán misionero recorrió el mundo con la intención de mejorar la vida de los más frágiles, en especial de los niños. Para ello, fundó orfanatos y hospitales en los países que visitó y encomendó a sus hijas, las Hermanas Misioneras de Sagrado Corazón de Jesús, la tarea de cuidarlos. Sin embargo, el desenlace de su vida podría haberse producido en el medio del mar en varias ocasiones.
De pequeña casi muere ahogada y, aunque su salud siempre fue delicada, no le impidió cruzar el Atlántico en 24 ocasiones. En 1912, la madre Cabrini quería visitar sus fundaciones de España, Francia e Inglaterra, para después regresar a Nueva York. Las hermanas inglesas que esperaban su visita le compraron un billete en el nuevo transatlántico RMS Titanic. RMS eran las siglas de Royal Mail Ship, ya que el buque transportaba correo del Royal Mail Británico.

«Dios sea bendito»

En la ciudad norteamericana, las hermanas al cargo del Hospital Columbus la reclamaron, ya que estaba desbordado y había que afrontar inmediatamente una ampliación. Por ello, santa Francisca Cabrini tuvo que cambiar los planes de visita, partiendo hacia Estados Unidos para encontrar financiación.
En una de sus cartas, Cabrini escribió a sor Gesuina Dotti el siguiente mensaje: «Hasta ahora solo he recibido dos de tus cartas, y si has enviado cinco, entonces hay que decir que se hundió en las profundidades con el Titanic. Si hubiera ido a Londres, tal vez me hubiera ido con él, pero la Divina Providencia, que está constantemente vigilando, no me lo permitió. Dios sea bendito».
El agua no era el medio en el que más cómoda se sentía la italiana. Pese a ello, comparó «la tranquilidad del mar con la alegría que experimenta un alma que permanece en la paz de la gracia de Dios». Durante su segundo viaje a Nueva York en 1890, una noche a la hora de la cena, el mar se encontraba muy revuelto. Al igual que otras cinco personas, la madre Cabrini permaneció en su habitáculo, preparada por si tuviera que saltar a los botes salvavidas. Al día siguiente la tormenta continuaba. Sin embargo, ella salió a la cubierta y escribió una carta a sus hermanas:
«¡Deberíais ver qué hermoso es el mar en su gran movimiento, cómo se hincha y hace espuma! ¡Es realmente una maravilla! Si estuvierais todas aquí conmigo, hijas, cruzando este inmenso océano, exclamarías: '¡Oh, cuán grande y maravilloso es Dios en sus obras!'».
A medianoche, la embarcación se detuvo de repente en medio del mar. Una avería en el motor provocaría un retraso de 11 horas. Sin embargo, aquel acontecimiento libró a los pasajeros de un accidente. La monja santa escribió que «hacia las once, nos vimos rodeados de icebergs en cada parte del horizonte. Tenían aproximadamente doce veces el tamaño de nuestro barco». Aquella rotura de motor les permitió el encuentro con las masas de hielo durante las horas de luz del día.

«Si confío en mí, caeré»

En otra ocasión viajó en ferrocarril a Dallas para llegar hasta un orfanato. Relató en otro escrito como una bala «dirigida a mi cabeza» cayó a su lado, cuando «debería haberme perforado el cráneo». Aquel viaje lo confió previamente al Sagrado Corazón de Jesús.
La madre Cabrini era consciente de que, desde pequeña, su vida era un milagro y estaba confiada plenamente a la Divina Providencia. Sobre ello, escribió: «apoyada por mi Amado, ninguna de estas adversidades puede sacudirme. Pero si confío en mí misma, caeré. En cualquier dificultad que pueda encontrar quiero confiar en la bondad del Sagrado Corazón de Jesús, que nunca me abandonará».
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