Durante la Guerra Civil
El sacerdote toledano que asistió al asesino de su padre y le abrazó en su muerte
José Manzano García-Fogeda, de 92 años, perdonó al homicida. «Yo hubiera muerto por él», asegura el presbítero de Toledo
La noche de la ordenación del sacerdote José Manzano García-Fogeda, su madre se acercó como siempre a su cama. «¿Sabrás perdonar desde este momento?», le preguntó. El neo presbítero contestó afirmativamente. Ella, entonces, le reveló el nombre del asesino de su padre. «Me dejó parado. Se marchó, salió sin decirme nada, y yo aquella noche no dormí por la impresión de ser ya sacerdote, la alegría de serlo, y por lo que me había dicho mi madre», confiesa Manzano.
El recién ordenado conocía bien ese nombre. Siendo niño y seminarista, había llevado comida a ese hombre durante años. «Mi madre siempre me mandaba a este hombre a llevarle alguna cosa. Y, siempre que volvía, [me preguntaba]: -¿Qué te ha dicho? -Digo: Nada, se ha echado a llorar. Casi siempre se echaba a llorar».
El estremecedor testimonio de perdón lo ha relatado el propio sacerdote, ahora de 92 años, en una entrevista concedida hace unos días al canal de la Radio Televisión Diocesana de Toledo y recogido por Nicolás de Cárdenas para Aciprensa. El padre Manzano, que acaba de cumplir sus Bodas de Titanio sacerdotales (70 años de ministerio), rememoró en la entrevista algunos episodios de su niñez, deteniéndose en el día en que su padre fue detenido durante la Guerra Civil.
«Yo estaba jugando a las canicas cuando pasó por delante de mí. No entendía lo que estaba ocurriendo. Simplemente me fui corriendo a ver a mi madre. ¡Ay, madre, que van a matar a padre!,» explica. Su madre intentó calmarle. Pero el pequeño José estaba convencido de que iba a acabar con su vida y le replicó a su madre: «Sí, ¡que van a matar a los gordos!». En su inocencia, pensaba que, al ser su padre «un poco grueso», le iban a quitar la vida: «Para mí que iban a matar a los gordos, porque era lo que oía». En efecto, lo fusilaron. Era un comerciante local, un ferretero, y su «delito» fue haber sido concejal.
«Él hubiese muerto por mí»
Pasaron los años y creció en «un hogar triste, pero con mucho amor. Triste, pero amándonos todos», en el que su madre, a la que considera «mártir de la guerra» era el pilar, pues tenía «un espíritu sobrenatural fabuloso».
Hasta que se ordenó sacerdote –con dispensa papal dada su juventud– su madre siempre rezó con él cada noche y hacían el examen de conciencia, que aún realiza antes de irse a dormir. En una de esas noches fue cuando la madre le reveló el nombre que había permanecido sin desvelar para el padre Manzano.
La actitud del sacerdote hacia el asesino de su padre, desde ese momento, no empeoró. De hecho, se tornó más sólida. Años después, este hombre falleció asistido por el padre Manzano: «Murió en mis brazos. Fue mi primera visita después de ser sacerdote. Al día siguiente, cuando me levanté, fui a visitarle y le di un abrazo. Yo estoy seguro de que él hubiese muerto por mí, y yo estoy seguro de que moriría por él. Eso seguro, seguro», concluye.