Escuela de Verano
La torre de Babel, ¿existió realmente?
Las interpretaciones teológicas del célebre relato de la torre de Babel no eclipsan un hecho: la magna construcción pudo haberse erigido de verdad, y los arqueólogos dicen que saben dónde
La historia bíblica de la torre de Babel es tan popular que hoy existen incluso aplicaciones para aprender idiomas que toman su nombre de este relato del Génesis. Un texto que, en síntesis, describe cómo la humanidad, reunida tras el diluvio y compartiendo un solo lenguaje, decidió construir una torre que llegara al cielo para ser como Dios. Y Dios, en respuesta, confundió su lengua y dispersó a aquellas gentes por toda la tierra. Pero, ¿qué dicen la arqueología y la historia sobre la Torre de Babel?
Para entender bien el relato de Babel hay que retroceder un par de capítulos en el Antiguo Testamento. Según el Génesis, tras el diluvio universal, los descendientes de Sem, Cam y Jafet, los tres hijos de Noé, se dispersaron por la tierra y se fueron asentando en diferentes regiones. Pero no todos lo hicieron de igual modo, porque al salir del arca, Noé había plantado una viña, se emborrachó al probar el vino por primera vez, y se quedó dormido desnudo. Su hijo Cam lo vio de esa guisa y, en lugar de cubrirlo, fue a avisar a sus hermanos para burlarse de él. Estos sí se apresuraron a tapar a Noé, pero al despertar y enterarse de lo ocurrido, el gran patriarca amigo de Dios maldijo a Cam y a sus descendientes.
Fundación de Babel
Y fue justo este linaje maldito de Cam el que se asentó en una llanura de la tierra de Senaar (en Mesopotamia), donde decidieron construir la ciudad de Babel. Esta urbe sería la capital de la familia fundada por uno de los hijos de Cam, llamado Cus. Y el detalle no es menor, porque Cus engendraría a Nimrod, a quien el Génesis denomina «el primer héroe de la tierra». O dicho de otro modo: Babel era una ciudad relevante, cuna de hombres muy notables… pero con un origen más que comprometido.
El texto del capítulo 11 del Génesis explica que Babel fue erigida, no con piedras y adobe, sino con ladrillos y alquitrán, una tecnología superior, más rápida y eficiente. Y en el centro levantaron una torre «que alcance el cielo».
¿Por qué motivo hicieron semejante estructura? El propio texto lo desvela: «Para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra». O lo que es lo mismo, para alcanzar poder y fama, pero desconfiando de la alianza de protección que Dios había hecho a Noé tras el diluvio. Y Dios, continúa el relato, al ver su ambición, confundió sus lenguas y los dispersó.
El zigurat de Etemenaki… ¿o de Babel?
Aunque es evidente que el sentido más importante del relato es el teológico, la arqueología ha desvelado la posibilidad de que, en efecto, la torre de Babel fuese erigida por los hombres. Y para ello suele apuntarse al zigurat Etemenanki, en la antigua Babilonia, hoy Al-Qasr, al sur de la ciudad iraquí de Bagdad.
Los zigurats eran estructuras comunes en Mesopotamia, diseñadas como templos escalonados que simbolizaban la conexión entre el cielo y la tierra. Y entre ellos destacó el de Etemenaki, descubierto en 1913 por el arqueólogo Robert Koldewey y reexaminado en 2017 por el profesor Andrew George, de la Universidad de Londres, gracias al hallazgo de una impresionante tablilla del siglo VI antes de Cristo.
Este enorme zigurat, dedicado en algún momento al dios caldeo Marduk, tenía siete niveles y una altura estimada de más de 90 metros, como lo describió Herodoto en el siglo V antes de Cristo. Un auténtico rascacielos de la época, casi cinco veces más alto que la esfinge de Giza. Las recientes excavaciones y los registros antiguos describen su grandeza y su verdadero intento de alcanzar los cielos.
Y dado que no todos los zigurats alcanzaban la monumental escala de Etemenanki, dibujada además con gran precisión en la tablilla examinada por el profesor George, bajo el epígrafe «Ziggurat Babel» o sea, «Templo de Babilonia», su propósito bien podría reflejar de forma plausible la ambición descrita en la historia bíblica.
Simbolismo de la torre de Babel
Los padres de la Iglesia han interpretado, desde los orígenes del cristianismo, que Babel es un símbolo del orgullo y de la soberbia del ser humano, pues, como en la tentación del Edén, desea ser como Dios, pero a partir de las premisas del poder y la fama.
Así, para la doctrina católica, la confusión de las lenguas y la dispersión por la tierra es, más que un castigo divino, una respuesta bondadosa de Dios para evitar una nueva perdición, dando, además, una lección de humildad al mostrar al hombre la necesidad de reconocer sus propios límites.
Pero hay más, puesto que la dispersión por el mundo de los distintos clanes, junto a la multiplicidad de lenguajes, vendría a explicar, para los hebreos, la diversidad cultural y lingüística de una humanidad que había tenido un origen común. De hecho, el propio término «babel» vendría a significar «dispersión».
Nuevamente, los lenguajes simbólicos de la Biblia no contradicen los hechos reales: mientras la raza humana tuvo un origen único, que los paleoantropólogos han ubicado en alguna región fértil de África, terminó por diseminarse por toda la tierra, generando diferentes lenguajes y modos de expresión. E incluso en el caso de que el zigurat de Etemenaki no fuese la torre de levantada por los descendientes de Noé, su hallazgo sí demuestra la posibilidad de que en aquella región pudiese haber sido levantada una construcción similar: la torre de Babel.