La iglesia subterránea más grande del mundo está en Polonia y está hecha de sal
La capilla de Santa Kinga, a 101 metros de profundidad, desvela la fe y dedicación de varias generaciones de mineros
Recorrer las minas de sal de Wieliczka es una actividad que va más allá del mero placer turístico. Similar a la sensación que produce visitar las catacumbas de Roma o admirar la inmensidad de una catedral gótica es recorrer las galerías subterráneas y capillas de este gran monumento de sal. Lo que primero era un viaje motivado por el interés turístico acaba convirtiéndose en algo similar a una experiencia espiritual.
No es de extrañar que el visitante acabe con esta sensación. Después de contemplar las estatuillas de sal, ver los lagos subterráneos, recorrer los pasadizos y acabar en las capillas esculpidas y decoradas con relieves del mismo material, uno se da cuenta de que no solo es una simple mina de explotación, sino el testimonio vivo del esfuerzo y la fe de varias generaciones de mineros.
La mina en cifras
La mina se ubica en Cracovia (Polonia), a tan solo 15 km del centro de la ciudad. Tiene 9 niveles, el más profundo a 237 metros de la superficie.
En el itinerario turístico se recorren 2,5 km (tan solo un 2 % de la totalidad de la mina). La llegada a la Capilla de Santa Kinga se realiza a través de largos pasadizos, donde el visitante puede notar una atmósfera más cargada y degustar con su propio paladar las escamas de sal de las paredes.
Por su indudable valor cultural e histórico, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978.
El origen de las minas
La historia de la mina tiene su origen en la minería de salmuera, una técnica utilizada desde el Neolítico para obtener sal de la evaporación del agua.
Por entonces, la sal era un elemento de gran valor, muy útil para conservar alimentos, como carnes o pescados. Con el tiempo, la técnica se fue perfeccionando y la sal pasó a convertirse en la principal fuente de riqueza de la zona. Tal era la importancia de este mineral que servía de elemento de intercambio y, en ocasiones, se pagaba con él, de ahí la palabra «salario».
Entre los siglos XI y XII se excavaron pozos para obtener mayor cantidad de salmuera. Con todo, nació el pueblo de Wieliczka, donde rápidamente floreció el comercio.
En el siglo XIII se descubrieron unos nódulos de sal gema que dieron origen a la actual mina de sal. A partir de entonces continuó la explotación salina de forma profesionalizada hasta 1996, cuando la mina cedió a las demandas turísticas.
Su historia
Es importante destacar que uno de los atractivos de este singular destino turístico radica en su historia. Solo hace falta bajar los 380 escalones para adentrarse en las minas y ser testigos de que cada cámara y cada monumento reflejan la huella de años de historia e identidad del pueblo polaco.
Para ejemplificar este punto no hay más que fijarse en una de las estancias de la mina, la Cámara de Casimiro el Grande. En su interior se encuentra una gran escultura de sal de Casimiro III, responsable de potenciar la explotación de las minas y favorecer el desarrollo económico de Polonia. Gracias a los ingresos de la mina durante su época se pudo construir la Academia de Cracovia, la primera universidad de Polonia.
La fama de las minas se extendió por todo el mundo. El primer visitante del que se tiene registro fue Nicolás Copérnico, científico renacentista y polaco. Una figura que representa el orgullo de la nación y a la que dedican una de las cámaras en donde luce su monumental retrato de sal.
Durante el periodo de particiones, la mina siguió desarrollándose en manos de los austriacos, quienes vieron en su explotación una gran oportunidad de enriquecimiento. En la página oficial señalan que fue entonces cuando la mina se convirtió en símbolo del antiguo esplendor del país. Las visitas servían para reconfortar los corazones del pueblo polaco y se convirtieron en «un tipo de manifestación política, un acto de patriotismo y un testimonio de apego a los valores nacionales.»
Durante la Segunda Guerra Mundial la mina fue dominada por los nazis. Los prisioneros de algunos campos de concentración eran trasladados a la mina, convertida en almacén y fábrica de armamento, donde eran obligados a trabajar.
A pesar de las guerras y el periodo comunista, la mina consiguió afianzar su importancia a nivel internacional y convertirse en un destino obligatorio de Polonia.
El propio Karol Wojtyła tuvo la oportunidad de visitar la mina. La importancia de San Juan Pablo II en la historia del pueblo polaco es incuestionable y por eso su escultura preside la entrada de la capilla subterránea.
La capilla
Una de las zonas más valiosas de las minas se encuentra a 101 metros de profundidad y es la Capilla de Santa Kinga, una preciosa iglesia hecha con sal de roca donde se celebran misas y bodas.
En su interior se pueden apreciar varios bajorrelieves esculpidos en la pared; verdaderas obras de arte que ilustran momentos bíblicos, como la última cena o la huida a Egipto. Prácticamente todo está hecho de sal, incluso las enormes lámparas de araña que cuelgan del techo.
La capilla está dedicada a la princesa húngara Kinga, santa y patrona de los mineros. Su historia nos la cuenta la cámara Janowice, dominada por la presencia de graciosas estatuillas de sal.
Según cuenta la leyenda, la princesa húngara debía casarse con un rey polaco. Ambos eran ricos, por lo que la princesa solicitó a su padre que la dote fuese en sal. Ante la negativa, Kinga arrojó su anillo de compromiso a una mina de sal húngara. Pasados los años, ya en Polonia, ordenó a sus hombres que comenzaran a cavar. Para sorpresa de la princesa encontraron una roca de sal y en su interior, su alianza.
Al margen de la leyenda, la princesa tuvo una vida ejemplar y por ello fue beatificada en el siglo XVII y canonizada en 1999. Su figura siempre fue muy venerada en Polonia, especialmente por los mineros, quienes no dudaron en dedicar a Kinga la capilla más importante de la mina.
La religiosidad de los mineros
La capilla fue construida mayoritariamente gracias a la profunda devoción y fe de tres mineros. Sin embargo, posteriores investigaciones señalan que fueron más los mineros que, poco a poco, contribuyeron a su construcción y embellecimiento.
En cualquier caso, se trata de una obra de arte cuya belleza exigió la paciencia y dedicación de unos mineros movidos por un único deseo: poder disponer de un lugar para orar durante las largas jornadas de trabajo.
Sin duda la mina de sal de Wieliczka nos habla de muchas cosas; de la belleza de sus maravillas naturales, de la historia del pueblo polaco y, sobre todo, de la innegable devoción y fe de un pueblo que, a pesar de su complicada historia, ha sabido seguir adelante conservando la fe y cuidándola a lo largo de las generaciones.