Teresa de Calcuta, la mujer que abrazó la miseria e inspiró a los líderes del siglo XX
El 5 de septiembre, la Iglesia recuerda a la santa que inició una labor discreta en una ciudad perdida de la India, un esfuerzo que resonaría por todo el planeta, llevándola a ser reconocida con el Premio Nobel de la Paz
Independientemente de las creencias de cada persona, la Madre Teresa sea quizá una de las figuras más conocidas de los últimos tiempos. Su nombre ha pasado a convertirse en sinónimo de caridad, de ayuda a los pobres y la encarnación de aquel dicho: «Estar al pie del cañón». Con su metro y medio, cientos de arrugas y un impoluto sari blanco con tres rayas azules, esta mujer pasó a convertirse, sin pretenderlo, en una de las figuras más admiradas del siglo XX. Transformó una pobre ciudad en un hogar para tantos que no tenían esperanza de vivir o no tenían medios para hacerlo. Supo sacar de la pobreza extrema una cama limpia y un trozo de pan para que tantos pasaran la última noche de sus vidas de manera digna.
Pero lo que nunca le faltó ofrecer esta mujer fue un ingrediente fundamental: la conversión. Por eso quizá le llamaban 'madre'. No solo quiso servir en la necesidad material, sino adelantar a las almas, como describiría una vez una hermana de la caridad, el amor que Dios les daría por toda la eternidad. Y así es como, poco a poco, su nombre empezó a resonar por todo el globo: personajes como Lady Di, Ronald Reagan, la Reina Sofía o el mismo san Juan Pablo II quisieron conocer a la albanesa que cambió con su confianza en la Providencia un panorama desolador, inspirando a miles a «dejar las redes» y seguir los pasos del servicio a los demás.
De Calcuta a países comunistas
Nació como Agnes Gonxha Bojaxhiu el 26 de agosto de 1910 en Skopje, Macedonia (entonces parte de Albania). Desde pequeña, Agnes recibió una formación cristiana sólida en su hogar y en la parroquia jesuita del Sagrado Corazón de Jesús. A los 18 años, decidió unirse al Instituto de la Bienaventurada Virgen María, más conocido como las Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí tomó el nombre de María Teresa, en honor a santa Teresa de Lisieux.
En 1929, la Hermana Teresa fue enviada a Calcuta, India, donde trabajó como maestra en el colegio St. Mary. Durante casi 20 años, se dedicó a la enseñanza, llegando a ser directora del colegio. Sin embargo, el 10 de septiembre de 1946, durante un viaje en tren hacia Darjeeling para su retiro anual, experimentó lo que describió como «una llamada dentro de la llamada». En una poderosa experiencia de oración, Jesús le pidió que abandonara la vida que conocía para dedicarse a los «más pobres entre los pobres»: «Tendría que abandonar el convento y trabajar con los pobres, vivir entre ellos. Era una orden. Yo sabía dónde pertenecía, pero no sabía cómo llegar ahí», recordó más tarde. En 1948, después de recibir la autorización necesaria, dejó la Congregación de Loreto y se adentró en las calles de Calcuta, vestida con un sencillo sari blanco orlado de azul.
Ese mismo año, Madre Teresa comenzó a servir a los más necesitados, recorriendo los barrios pobres, visitando familias, lavando las heridas de los niños y brindando consuelo a los olvidados. Su día comenzaba con la Eucaristía y siempre salía con el rosario en la mano. En 1950, se estableció oficialmente la Congregación de las Misioneras de la Caridad, con el objetivo de proporcionar un servicio incondicional y gratuito a los más vulnerables de la sociedad. Con el tiempo, la obra de Madre Teresa se expandió más allá de la India, fundando casas en Venezuela, Roma, Tanzania y otros países, incluso en naciones comunistas como la Unión Soviética y Cuba. Por su incansable dedicación y compromiso, describiéndose a sí misma como «un lápiz en las manos de Dios», recibió el Premio Nobel de la Paz en 1979.
Una profunda oscuridad interior
La Madre Teresa de Calcuta, conocida mundialmente por su incansable labor en favor de los más pobres entre los pobres, vivió una paradoja que pocos podrían imaginar: una profunda y prolongada crisis espiritual. Esta «oscuridad» interior, como ella misma la describió, la acompañó gran parte de su vida, especialmente desde los años 50, y persistió hasta su muerte. Este fenómeno, conocido en la mística cristiana como la noche oscura del alma y descrito por san Juan de la Cruz, representa una etapa de profundo sufrimiento interior en el que se siente la total ausencia de Dios.
Aunque su sufrimiento interior contrasta con la imagen pública de una mujer segura de su fe, las cartas reveladas posteriormente exponen a una Madre Teresa que se sentía espiritualmente desolada, atrapada en un sentimiento de abandono por parte de Dios. En una de sus cartas, llega a escribir: «Señor, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Yo era la hija de tu Amor, convertida ahora en la más odiada… ¿Dónde está mi fe?», que muestran el dolor profundo que enfrentó y que identificó con el abandono que Cristo sufrió en la cruz.
Para la Madre Teresa, esta «oscuridad» no era simplemente un periodo pasajero de duda, sino un estado estable que la acompañó durante décadas. A pesar de esto, su fe no flaqueó; más bien, esta experiencia dolorosa se convirtió en la base espiritual de su misión. El padre Neuner, uno de sus consejeros espirituales, le ayudó a comprender que esta aridez interior la unía más íntimamente con los pobres a quienes servía, quienes también vivían en un constante estado de abandono y sufrimiento.
La beatificación más rápida de la historia
Madre Teresa continuó su labor hasta el final de sus días, a pesar de sus problemas de salud. Falleció el 5 de septiembre de 1997 en Calcuta, la ciudad donde se entregó en cuerpo y alma. El Papa Juan Pablo II, gran amigo suyo, permitió que su causa de beatificación se abriera antes del plazo habitual, y fue beatificada el 19 de octubre de 2003. En palabras de san Juan Pablo II durante la misa de beatificación: «Veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad».
Su legado perdura a través de las 6.000 miembros de la congregación que continúan su obra en todo el mundo, repartidos en 760 casas distribuidas en 139 países, cuidando de los más vulnerables y recordando que, como decía Madre Teresa, «quien no vive para servir, no sirve para vivir».