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El escultor japonés será premiado en el Vaticano el próximo noviembreOpus Dei

Etsurō Sotoo, el escultor japonés que cinceló su conversión en la Sagrada Familia

El próximo noviembre, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, entregará el Premio Ratzinger 2024 al teólogo Cyril O'Regan y al escultor Etsurō Sotoo por sus trabajos en la investigación y el arte de inspiración cristiana

Rondaba el año 1978, cuando un joven japonés de veinticinco años, Etsuro Sotoo, cruzaba el umbral del pórtico del Rosario en la Sagrada Familia de Barcelona, un lugar que había estado olvidado durante décadas. La atmósfera era gélida, como si el tiempo se hubiera detenido allí durante medio siglo, recuerda Etsurō Sotoo, quien experimentó la cruda frialdad de aquel espacio olvidado.

En una esquina, un anciano lloraba al contemplar la obra inconclusa de Antoni Gaudí. Isidre Puig i Boada, uno de los últimos discípulos del arquitecto catalán, observaba con tristeza el daño que la Guerra Civil y el abandono habían infligido. Sotoo, a su lado, reflexionaba sobre lo que esa puerta había sido. «La mujer no tenía rostro, el niño carecía de cabeza, brazos y pies. Todo estaba destrozado, como si hubiera sido atacado. Podía imaginar su antigua belleza», compartió en una entrevista en la Universidad de Navarra.

Cuarenta años después, la mirada perdida de Puig i Boada sigue grabada en su memoria. «Para un escultor, eso es lo más desolador que existe». Fue en ese momento que el anciano levantó la vista y preguntó: «¿Puedes restaurarla?». Sin saber mucho sobre la obra o los materiales, Etsuro, empujado por la desesperación del anciano, respondió: «Lo intentaré». Así comenzó su viaje en un lugar donde la escultura se entrelazaría con su abrazo a la fe católica.

Basílica de la Sagrada Familia, Barcelona, es la Iglesia más visitada de Europa después de la Basílica de San PedroGTRES

«El artista es quien persigue la verdad»

Sotoo había llegado a Europa buscando la piedra de la que estaba hecha la historia. Tras un breve paso por París, llegó a Barcelona, donde descubrió la cantidad de piedra que la Sagrada Familia tenía: allí podría esculpir sin límites. Aunque el proceso para poder trabajar allí no fue fácil, logró hacerse un nombre trabajando con sus manos, picando piedra en una de las basílicas más emblemáticas de España. Años después, su conexión con Gaudí lo llevó a convertirse en el escultor jefe del templo.

Al principio, Etsurō Sotoo dedicaba su tiempo a estudiar las palabras y maquetas del catalán, pero pronto se dio cuenta de que debía abordar un proyecto que ni siquiera el maestro había imaginado. Para comprender la perspectiva del arquitecto español, decidió mirar hacia donde él lo hacía. Así, se adentró en el mundo de la fe, entendiendo que ese era el camino para realizar su labor.

El Siervo de Dios, Antoni Gaudí, durante la procesión de Corpus Christi, en 1924Wikimedia

El descubrimiento de la fe católica, inspirado por el pensamiento del Siervo de Dios, transformó radicalmente su vida. A partir de ese momento, Sotoo sintió que había llegado a entender más profundamente las enseñanzas de Antonio Gaudí, aunque no siempre de manera perfecta.

Su conversión también le permitió captar la profundidad espiritual que el arquitecto atribuía a la vocación artística. Reflexionó sobre la idea de que el arte es una manifestación de la verdad, y comprendió que, más allá de ser un simple escultor, su búsqueda estaba alineada con el arte como expresión de esa luz de la verdad. Para él, no existe un verdadero oficio de artista; más bien, quienes persiguen el arte con ese enfoque son los que realmente se acercan a la esencia de la creación.

Hay que descubrir la Sagrada Famillia

Etsurō Sotoo, convencido de que la Sagrada Familia ya está presente en su esencia, trabaja con la idea de descubrirla en lugar de crearla desde cero. Sotoo ha introducido color en la Sagrada Familia, esculpiendo pináculos coronados con frutas vibrantes para simbolizar que el alma debe dar fruto, y ha decorado las puertas de la fachada del Nacimiento con colores y grandes insectos, buscando evocar la inocencia de la infancia.

Además, ha propuesto nuevas representaciones simbólicas para las gárgolas, que ahora aluden a los cuatro evangelistas, y ha incorporado elementos alegóricos, como una escultura en la nave central que representa la eucaristía a través de un campo de trigo adornado con amapolas rojas. También está trabajando en campanas tubulares para el campanario, convencido de que todas estas adiciones están íntimamente ligadas a la obra original de Gaudí.

Sin embargo, no todos los artistas que han continuado el legado de Gaudí comparten esta filosofía. Josep Maria Subirachs, conocido por su trabajo en la fachada de la Pasión, adopta una perspectiva más cercana a la concepción medieval del arte, donde diferentes estilos pueden coexistir dentro de una misma obra. Subirachs se comprometió a esculpir la fachada con la condición de no seguir estrictamente las directrices de Gaudí, argumentando que imitarlo sería perjudicial para la obra. Su enfoque busca mantener la integridad de la creación original mientras permite la evolución del diseño.

«Cestas con frutas» del escultor japonés, para simbolizar que el alma debe dar fruto

Esculpir es un trabajo espiritual

La relación de Sotoo con su fe se intensificó después de su conversión al catolicismo en 1991. Para él, esculpir no era solo un trabajo: era una búsqueda espiritual. Creía que cada escultura era una forma de revelar una verdad que ya existía, una idea que resonaba con la filosofía platónica de que la belleza y la verdad están esperando a ser descubiertas.

A diferencia de otros escultores que trabajaron en la Sagrada Familia, Sotoo creía que la unidad del conjunto debía preservarse. Su visión era que la obra de Gaudí debía completarse de la manera en que él lo habría hecho. Lo importante era el mensaje y se esforzó para que el templo sirviera como un espacio sagrado, no solo como un atractivo turístico.

A lo largo de los años, Sotoo se convirtió en un puente entre el pasado y el presente, el hombre y lo divino. Cada golpe de su cincel ha sido un acto de cercanía con ese Dios que encontró esculpiendo, una búsqueda de la verdad que, para él, nunca ha termina.