Entrevista a la influencer, madre y empresaria
Ana Finat: «Me negaba a aguantar sermones de curas. Pero ese fin de semana me cambió»
Dice que Dios le dio «un bofetón de amor» durante una experiencia espiritual, y desde entonces la vida de esta influencer se transformó radicalmente
Vivía enfadada con Dios desde su adolescencia y le culpaba de todos sus males. «Es lo más fácil siempre: hacer responsable a otros», reconoce. Pero Ana Finat Martínez-Acosta (Madrid, 1986) asistió a un evento de fin de semana que le supuso un momento de cambio total en su vida. Ahora, ha recogido su impactante experiencia en Cuando conocí al Dios Amor (editorial Almuzara).
— ¿Por qué ha escrito este libro? ¿Qué es lo que busca?
— Es curioso, porque justo este domingo estábamos en el campo y me decía mi familia: «No entendemos cómo has escrito un libro». Y yo les respondí: «La verdad es que yo tampoco». La historia es que yo tengo una cuenta pública de Instagram desde la que intento evangelizar. Antes la usaba para publicidad y esas cosas, pero ahora solo la uso para hablar de Dios. Un día recibo un mensaje de una editora que me dice: «Mira, Ana, las librerías están llenas de libros de autoayuda. Yo estoy buscando a alguien que quiera escribir un libro sobre cómo Dios también sana y ayuda. He visto tu testimonio en el canal Mater Mundi y he pensado en ti».
— ¿Y cómo reaccionó?
— Me quedé bloqueada. Nunca había pensado en escribir un libro y además me sentía incapaz de hacerlo. Pero bueno, como de pequeñita me había gustado escribir poesía y me gustaban las clases de literatura, lo hablé con mi director espiritual y me dijo que creía que podía ser una forma bonita de evangelizar. Me puse a ello y aquí está el libro.
— ¿Qué vamos a encontrar en él?
— Yo me quedé embarazada con 20 años. Había tenido una infancia rebelde, me había alejado de Dios. Pero mi familia es católica y me había inculcado la fe. Con 20 años conozco a un chico, estamos de novios un año y me quedé embarazada. Teníamos una relación muy, muy tóxica y muy inestable. Los dos éramos unos inmaduros tremendos. Pero pensé: «Este bebé no tiene la culpa de mis actos, y yo quiero que este hijo nazca dentro de una familia y sea lo más feliz posible». Así que decido que me quiero casar con mi novio.
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— Una decisión no exenta de riesgo...
— Los primeros años fueron súper, superdifíciles. Pensaba: «Si no soy ni capaz de ocuparme de mí misma —porque yo era una cabeza hueca—, ¿cómo me voy a ocupar de un bebé?». De esos años, claro, se me generan heridas y yo me alejo cada vez más de Dios. Al cabo de los años, nuestro matrimonio adquiere cierta estabilidad, tenemos buenos trabajos, éxito y tres hijos más. Aparentemente, todo iba fenomenal.
Más de 300.000 seguidores
— ¿Solo aparentemente?
— Así es. En ese tiempo empecé en las redes sociales por mi hermana Casilda (la conocida diseñadora de joyas que tiene cerca de 300.000 seguidores en Instagram) y me voy metiendo en el mundo influencer. Pero tenía un sentimiento de vacío enorme. En ese momento había excluido totalmente a Dios de mi vida, pues no iba a misa ni nada. Unos amigos influencers nos hablaron de un retiro que se llama Seminario de Vida en el Espíritu. Y yo, por supuesto, me niego en rotundo a ir, porque decía que yo no me pasaba un fin de semana rezando y aguantando sermones de los curas. Ni loca. Pero mi hermana no me hizo caso y nos apuntó a mi marido y a mí.
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— ¿Qué ocurrió ese fin de semana?
— Fui ahí superenfadada, porque yo hacía responsable a Dios de todo mi dolor, de todo mi sufrimiento, de todo lo que había pasado y de todas mis heridas, de las que hacía responsable a Dios. Es lo más fácil siempre: hacer responsable a otros. Al llegar, le dije enfadadísima a Dios: «Pues aquí tienes, porque no tengo escapatoria».
— ¿Le respondió algo?
— Bueno, pensé: «¿Qué es lo más difícil que le puedo pedir a Dios?». Y me respondí: «Que arregle mi matrimonio». Para mí era prácticamente imposible. Entonces le dije a Dios: «Si tienes narices, arregla mi matrimonio; si existes, arregla mi matrimonio, y ya».
Del Dios acusador al Dios Amor
— ¡Una oración sincera y espontánea, desde luego!
— Bueno, luego ya se fue desarrollando el retiro y conocí a Dios, porque me di cuenta de que no le conocía. Yo había conocido a un Dios que era mandamientos; un Dios acusador que estaba todo el día con el dedo, que todo el día te quería fastidiar, todo el día como fichando a ver qué hacías mal y, todo el rato, si no haces esto te vas al infierno. Eso era lo que entendía de Dios. Me aburría y me estorbaba, porque yo quería hacer lo que me diese la gana. Pero en ese retiro encontré un Dios, el verdadero, que yo no conocía, que era un Dios que era todo Amor. Me dio un bofetón de amor, me tiró del caballo, me robó el corazón, me quedé totalmente enamorada. Desde entonces, toda mi obsesión era no volver a separarme de él. Salí del retiro y, como conocía mi debilidad, empecé a ir yo sola a alabanzas y a misa, porque tenía mucho miedo de separarme de él.
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— ¿Y logró su propósito de no alejarse de Él?
— Sí; me surgió un viaje a Fátima y allí la Virgen me regaló a mi director espiritual. Con él, poco a poco fuimos trabajando en el matrimonio.
— ¿De hace cuánto tiempo hablamos?
— El retiro fue en septiembre del 2021.
— Y su matrimonio, a partir de ahí, cambió...
— Claro, fue cambiado. Bueno, mi matrimonio, mi familia, todo. Es que, cuando conoces a Dios y decides meterle en tu vida, aprendes a querer a todos los que te rodean de otra manera. Cobran prioridad cosas que antes no la tenían.
Aprender a mirar a los otros
— Los otros que la acompañaban en el fin de semana, ¿también cambiaron?
— A mi marido, a mi hermana y a mi cuñado les gustó el seminario. Les hizo bien, porque yo creo que cualquier cosa de Dios te ayuda. Pero para ellos no fue tan impactante. Mi marido, cuando regresamos a casa, al principio no entendía mi cambio tan radical y le costaba. Pero luego él fue viendo que en mí había un cambio muy bonito y que a él le hacía mucho bien, que le favorecía a él, que favorecía a los niños, y lo aceptó.
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— ¿En qué aspecto nota su cambio más? ¿Y en qué lo notan los demás?
— Yo creo que soy mucho menos egoísta que antes. Intento que mi prioridad sea hacer felices a los que me rodean, a mi familia. Intento poner a mi marido y a mis niños primero. Vivo para intentar hacerles felices. Es olvidarte de ti misma y vivir para los demás, que es lo que te enseña Jesús. Luego, aprendes a mirar a los demás con una mirada de amor y de misericordia; a todo el mundo. A lo mejor, antes mirabas a gente que te caía mal o a gente que no tiene nada que ver contigo y te salía criticar. Pero ahora les miro y digo: Cuidado, que Jesús también ha muerto en la cruz por ese o por esa.
– ¿Cómo sabe uno que no es un fervor pasajero, sino que se ha asentado en su vida?
– Bueno, yo desconfío totalmente de mí, nunca me creo que se ha sentado. Trabajo cada día por por mantenerlo. Creo que es una cosa que hay que ir trabajando diariamente. La fe es como una semillita que hay que ir regando y que no puedes dar por sentada nunca, que la tienes bien enraizada, porque, ¡cuidado!, hay que trabajar día a día y luchar. Hay momentos que son de luz, de mucha salud y muy felices. Y luego viene la desolación, la oscuridad, la batalla.