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Álex Navajas
Álex Navajas

Halloween y el Cristo de los Faroles

Prefiero ahorrarme ver a los hijos pequeños de mis vecinos —que el día anterior parecían normales y hasta educados— con la cara pintarrajeada, disfrazados con harapos negros y naranjas, blandiendo un puñal de plástico, profiriendo extraños e inquietantes sonidos guturales y repitiendo no sé qué de truco o trato

Actualizada 04:30

Niños disfrazados en Halloween

Niños haciendo niñerías en Halloween ante una madre encantadaGTRES

Circulaba hace tiempo un meme por internet que decía: «Que celebremos Halloween es como si en Wisconsin bajasen de romería por el Mississippi al Cristo de los Faroles». No le faltaba razón al agudo internauta, aunque yo añadiría que incluso se quedó corto: si los habitantes del estado norteamericano implantasen esa devoción tan cordobesa harían algo muy saludable, pero no estoy seguro de que lo sea a la inversa.

No me entiendan mal: me encanta la fiesta, la diversión e incluso disfrazarme, aunque confieso que esto último me da más reparo. El problema, por tanto, no es la jarana y la algazara, sino lo que se celebra. Desde hace unos años, he optado por hacer caso omiso a las insistentes criaturas que aporrean la puerta de mi casa en el día de marras. Sinceramente, prefiero ahorrarme ver a los hijos pequeños de mis vecinos –que el día anterior parecían normales y hasta educados– con la cara pintarrajeada, disfrazados con harapos negros y naranjas, blandiendo un puñal de plástico, profiriendo extraños e inquietantes sonidos guturales y repitiendo no sé qué de truco o trato. Si quieren golosinas, que vayan al pipero. Es el momento Grinch que me permito una vez al año.

El meme en cuestión

El meme en cuestión

¿Qué es lo que celebran? O, más bien, ¿Qué es lo que los adultos y Hollywood les han dicho que hay que celebrar? Me comentaba un amigo hace unos días que no le entusiasmaba ver a su hijo viniendo del colegio disfrazado y gritando que era «el payaso asesino». «Por favor, ¡son cosas de niños!», replicará algún guardián de lo políticamente correcto, «¡no hay que darle mayor importancia!». Esos custodios que velan por el pensamiento único seguramente sean los mismos que, cuando llegue Papa Noel —que no los Reyes Magos—, abogarán por los juguetes «no violentos» y se dedicarán a sermonear a los que le regalan una pistola de pega a su hijo. O los que declararán en las redes que «no hay nada que celebrar» cada 12 de octubre o cada 2 de enero, porque no hay que conmemorar ni la Hispanidad ni las Capitulaciones de Granada. Halloween sí, por supuesto, porque es mucho más nuestro.

Pero, al margen de estas incongruencias cotidianas, echemos de nuevo un vistazo a lo mollar: qué diantres se conmemora en Halloween. Ayer publicamos una entrevista con el sacerdote Javier Ortega Martín, párroco en Torrejón de Ardoz (Madrid), donde explicó su origen: «Es una fiesta pagana que hacían los celtas en la que celebraban el final del verano y era el día en el que se juntaban los dos mundos: el de los muertos y el de los vivos. Salían los muertos, los espíritus de los muertos podían caminar entre los vivos, y por eso la gente, para protegerse, se disfrazaba como si fueran zombis para evitar ese contacto con los muertos. Se invocaba a los espíritus, a los muertos». «La Iglesia pone la fiesta de Todos los Santos justamente en respuesta a esta fiesta, pero dándole el sentido del Cielo, la belleza, la vida eterna…», añade. Y concluye: «Detrás de todo esto está el Malo, está la influencia del mal. De hecho, es el día más grande para los satanistas».

Posteriormente, ya saben, llegó Hollywood, le dio unas pinceladas almibaradas, lo rebozó en una pringosa mezcla de fiesta y ocultismo y se lo presentó listo para el consumo a millones de personas que lo engullen sin cuestionar. Permítanse ser Grinch en esa jornada. Y celebren la vida, a los santos y a todo lo verdadero, bueno y bello que nos rodea, que es mucho.

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