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Los aliens, ¿habrían sido redimidos por Dios?Paula Andrade

¿Cómo afectaría a la fe católica que existieran los extraterrestres?

«Afirmar que no puede existir más civilización inteligente que la nuestra es limitar la capacidad creadora de Dios. Una demostración clara de soberbia humana», afirma en el último número de La Antorcha Javier Pérez Castells, autor de La ciencia contra Dios.

A medio camino entre la teología y la ciencia ficción, la reflexión sobre qué pasaría si apareciese vida fuera de nuestro planeta parece más legítima que urgente. Y, sin embargo, es un debate que vuelve una y otra vez, al calor de los avances científicos… y de la predilección por los detalles curiosos —y más bien estériles— que anida en las redes sociales.

Lo cierto es que el hallazgo de vida alienígena es una hipótesis no tan descabellada, y a la que la Iglesia tendría que responder llegado el caso. Por ese motivo, el último número de La Antorcha, la revista gratuita que edita la Asociación Católica de Propagandistas, ha recabado la opinión del catedrático de Química de la Universidad San Pablo CEU y autor de La Ciencia contra Dios (Digital Reasons, 2021), Javier Pérez Castells.

Marcianos «ideologizados»

«Desde el hallazgo de los llamados exoplanetas en los años 90 —señala—, la especulación sobre la vida extraterrestre ha resurgido con fuerza. Es frecuente encontrar titulares sobre la proximidad de la gran noticia, la detección de vida alienígena. Pero no se especifica exactamente qué se entiende por eso: la gente habla de vida extraterrestre sin distinguir entre bacterias o seres inteligentes cuando hay un abismo entre una cosa y otra».

Y si el tema no fuese ya de por sí exótico, este doctor en Química apunta algo aún «más curioso»: «lo ideologizado que está el debate: hay un imaginario progre-cientificista que viene a decir que los hombrecitos verdes vendrán a liberarnos de supercherías y espiritualismos, porque por supuesto aseguran que serán gentes de probada intelectualidad e inconmovible materialismo».

Un planteamiento al que se opone «otra postura no menos irracional, que afirma que, naturalmente, tenemos que ser los únicos seres inteligentes en este universo, porque somos los auténticos, genuinos (y únicos) hijos de Dios». Un postulado que se sustenta «en las características particularísimas de nuestro planeta y la dificultad de que se repitan en otros puntos del cosmos».

Dos aspectos «casi seguros»

Como científico, Castells matiza que «la aparición de vida primitiva y sencilla es relativamente fácil, no requiere condiciones especialmente ajustadas y benignas, y la encontraremos más pronto que tarde, incluso en zonas cercanas del cosmos». Solo que «obviamente, dicho hallazgo tiene nula relevancia teológica».

Y apunta dos cuestiones seguras: «primero, que esa vida se construirá en cualquier parte del universo con los mismos elementos químicos y compuestos que en este planeta», porque «la tabla periódica es universal y las propiedades químicas de átomos y moléculas también». Así que «nada de alienígenas de silicio con ácido fluorhídrico como sangre, al estilo de la película Alien».

Y, por otro lado, «que lo difícil, lo improbable, lo costoso en términos de tiempo evolutivo, lo que necesita eventos singulares, no es la aparición de vida, sino algunos de los saltos cualitativos sistémicos que se han dado en el camino desde las simples bacterias hasta las células eucariotas, los seres pluricelulares, los animales superiores y por supuesto el advenimiento de la única (que sepamos) especie consciente».

Descubrir alienígenas sería como descubrir América

Pérez Castells asegura que «afirmar que no puede existir más civilización inteligente que la nuestra es limitar la capacidad creadora de Dios. Una demostración clara de soberbia humana. Y ¿quiénes somos nosotros para asumir cuáles son los planes de vida que Dios imprimió a este mundo?».

Además, recuerda cómo «la humanidad ya ha vivido situaciones perfectamente asimilables a un eventual descubrimiento de civilizaciones extraterrestres. El descubrimiento y evangelización de América puede ser el mejor ejemplo. El gran hallazgo del cristianismo, aceptar que la salvación es para todos, derivó en la creación de la Iglesia católica, es decir, universal (no terrícola)».

De modo que «es perfectamente imaginable que esos hipotéticos seres hayan sido creados a imagen y semejanza de Dios, como hijos suyos». Un escenario en el que «hablaríamos de seres inteligentes, autoconscientes, libres, capaces del simbolismo y del arte, que cuenten con un sentido religioso y de trascendencia».

Más preguntas que respuestas

Asunto diferente sería cómo encajar la historia de esas posibles civilizaciones «dentro de la historia de la salvación». Y aquí «no podemos más que hacernos preguntas, sin muchas respuestas: ¿Serán seres pecadores, habrán cometido algo similar al pecado original? ¿Habrán sido redimidos por Dios? Y de ser así, ¿cómo se habrá producido tal redención? ¿Tendrán una relación tan especial con Dios como nosotros?».

En ese terreno de la especulación teológica, Pérez Castells explica que esos seres «quizá no habrían sido expulsados del paraíso nunca y hayan vivido siempre en armonía con Dios, lo que nos dejaría en una vergonzante posición de ovejas descarriadas. O bien puede que no hayan llegado a tener un conocimiento tan preciso de Dios como el alcanzado por la humanidad a lo largo de los tiempos y tengan sentimientos religiosos primitivos, politeístas, panteístas…».

Eso sí, «cuesta más imaginar que se hayan repetido en otros lugares eventos como la Encarnación, pero en cualquier caso, ¿quiénes somos nosotros para meternos en la mente de Dios?», asegura.

Lo que dice el Magisterio

Para pasar de lo especulativo a lo seguro, el autor de La ciencia contra Dios explica que «la Iglesia católica se ha manifestado muy poco sobre este tema y nunca desde el Magisterio». Tan solo «ha habido alguna declaración del Papa Francisco, con un tono simpático, en el sentido de que estaría encantado de evangelizar y bautizar eventuales extraterrestres». En realidad, «el Papa habla de una situación que se parecería a las discusiones de san Pablo con los apóstoles por el bautizo de los gentiles, o a la decisión positiva del Papa Alejandro VI sobre la evangelización de los indígenas americanos, tan pronto como en 1493».

Y concluye: «No sabemos si existen seres extraterrestres inteligentes, sean similares o no a nosotros. Pero esto de ninguna manera debe suponer inquietud para el creyente» porque «si algo nos caracteriza es la amplitud de miras, la inclusividad y la fraternidad con todos los seres humanos, perfectamente extensible a otras criaturas inteligentes, por muy lejos que se encuentren».