J. Pérez Castells: «Muchos científicos, ateos beligerantes, afirman que están arrinconando a Dios»
Cuál es la finalidad del universo o si existe la libertad humana son algunas de las cuestiones abordadas en el libro `La ciencia contra Dios´, coordinado por este catedrático de Química Orgánica y Farmacéutica
«Cuando acabo de leer artículos científicos, lo que me pregunto es cómo sostenían sus creencias los cristianos del siglo XVIII sin conocer estos datos», comenta el catedrático de Química Orgánica y Farmacéutica, Javier Pérez Castells. Para el investigador, la supuesta confrontación entre ciencia y fe es un debate vacío: ambas formas de conocimiento –asegura–, se complementan. «En mi experiencia, el conocimiento científico enriquece mi fe», señala.
Esta es también la idea principal del libro La ciencia contra Dios, una obra colaborativa coordinada por Pérez Castells y publicada por la editorial Digital Reasons. Consta de 12 ensayos que recogen buena parte de la faena realizada por los miembros del grupo de trabajo sobre ciencia y fe de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria –una obra de la Asociación Católica de Propagandistas–, y busca responder a algunas de las preguntas clave del diálogo entre batas y cruces.
–En uno de los textos más sorprendentes del libro, el astrobiólogo Enrique Solano plantea la posibilidad de evangelizar extraterrestres.
–(Se ríe) Sí, el posible contacto con vida extraterrestre inteligente es un tema que se ha querido ideologizar. Personalmente creo que la probabilidad de que ocurra es muy baja, pero se ha instalado la idea de que sería un gran golpe para los creyentes. En el libro, Enrique plantea que no pasaría nada –¿quiénes somos los hombres para poner límites a la capacidad creadora de Dios?–, e imagina una serie de opciones: entre ellas, si estos alienígenas habrían seguido una historia de salvación como la nuestra o si serían planetas a evangelizar.
–El universo es fuente de varios debates recurrentes entre ciencia y fe, como la teoría del Big Bang, que también se aborda en el libro. ¿Queda algo nuevo por decir?
–El diálogo entre ciencia y fe se da básicamente en tres campos: la cosmología, la biología y la antropología, el propio ser humano. En el caso del Big Bang, es cierto que el conflicto está cada vez más diluido, porque cada vez es más evidente que no hay problema con la fe. De hecho, el Big Bang no demuestra que Dios existe, pero es un indicio potente: la imagen de un universo con un inicio es más asimilable por la fe cristiana que uno que exista desde siempre.
–Habla de diálogo y de complementarse, pero el libro se titula La ciencia contra Dios, ¿ganas de provocar?
–Un poco de esa intención sí que hay, sí. Nosotros creemos que ciencia y fe son “las dos alas del conocimiento”, como decía Juan Pablo II. Son dos vías paralelas, que abarcan ámbitos diferenciados y que no se tocan, pero que deben dialogar: lo que dice la ciencia interesa a la teología, y viceversa. No obstante, hoy precisamente vemos que muchos científicos y divulgadores, ateos beligerantes, afirman que la ciencia está arrinconando a Dios.
–¿El discurso cala?
–Sí. De hecho, una encuesta reciente revelaba que el motivo por el que muchos adolescentes dejan de creer es porque piensan que fe y ciencia son incompatibles… pero nosotros vemos que la ciencia no solo nos da un relato totalmente coherente con nuestras creencias, ¡sino que las enriquece!
–Uno de los puntos calientes de debate entre científicos y teólogos hoy en día es la neurociencia, y la noción de si existe el libre albedrío. ¿Usted ve ahí alguna contradicción?
A un nivel fundamental el mundo no está determinado, que el futuro no está escrito y que existe la posibilidad de un libre albedrío auténtico
–Sí, cada vez comprendemos mejor qué ocurre a nivel químico en el cerebro cuando pensamos o sentimos. El problema es que lo que sabemos hoy es apenas un balbuceo, y sacar conclusiones de ahí es totalmente aventurado, y responde más a querer apuntar una ideología: que el hombre es un animal más, que funcionamos de forma automática, que no hay libertad… Además, creo que en las investigaciones en este campo no se ha interiorizado bien lo que significa la mecánica cuántica.
–¿A qué se refiere?
–Tal vez comprendas mejor lo cuántico con el ejemplo del gato de Schrödinger: ese felino encerrado en una caja que, mientras no se abra, está a la vez vivo y muerto. La mecánica cuántica nos habla de estas partículas, a nivel microscópico, que están en un estado de incertidumbre. Este fenómeno, que desde el mundo de la biología o la bioquímica muchas veces no se considera, nos hace pensar en que, a un nivel fundamental el mundo no está determinado, que el futuro no está escrito y que existe la posibilidad de un libre albedrío auténtico.
–La profesora Sara Lumbreras habla en su capítulo sobre transhumanismo y mejora del ser humano, ¿debemos poner límites éticos a la investigación científica?
–Está claro que no todo lo que se puede hacer se debe hacer, aunque es cierto que al final es complicado pararlo, porque tenemos ciencia global y leyes locales. Un ejemplo son las investigaciones génicas con embriones, que se realizaron en China gracias a investigación y formación en EE.UU.. Aún así, en el caso del transhumanismo, pienso que es difícil que lleguen nunca las promesas que hace, como trasladar el cerebro a un ordenador o alcanzar la inmortalidad.
–La ciencia contra Dios ya está en las librerías, ¿quién le gustaría que lo leyese?
–Muchas veces se escribe para los convencidos, pero nosotros queremos que este libro llegue también a personas agnósticas, a personas con dudas, sobre todo a los jóvenes, como te decía antes. También queremos alcanzar a esos creyentes que yo llamo «vergonzantes», esos que desconfían de entrada de la divulgación científica por miedo a que su fe se vea tambaleada. A esa gente hay que tranquilizarla y mostrarle que la ciencia no se opone a la fe, sino todo lo contrario: la ilumina.