
'La venida del Espíritu Santo', de Philip Galle (1582)
¿Cuáles son los 12 frutos del Espírito Santo?
Menos conocidos que sus 7 dones, la Iglesia enseña que para aquellos que viven en presencia de Dios y abiertos a su influjo, la acción de la Gracia se manifiesta en 12 formas concretas
La presencia del Espíritu Santo operando en el alma no es sólo un dogma de fe, sino una realidad eficaz que muchos cristianos reconocen vivir, y que innumerables santos han explicado de un modo experiencial a lo largo de los siglos.
Como enseña el Magisterio de la Iglesia, esa acción interior de Dios no se limita a conceder dones (los más conocidos siete dones del Espíritu Santo), sino que da frutos visibles e inequívocos de que la persona está caminando según el Plan de Dios y en su Presencia. En palabras del Catecismo, en su punto 1832, los frutos del Espíritu Santo son «perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo, como primicias de la gloria eterna».
Así, estos frutos no son simplemente rasgos de una personalidad amable o equilibrada, sino manifestaciones concretas de la gracia que transforma el corazón. Y la enseñanza eclesial insiste en que es posible reconocerlos… y también cultivarlos.
¿Qué son?
San Pablo, en el capítulo 5 de su Carta a los Gálatas, ofrece la primera gran descripción de estos frutos, concretando nueve: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí». Más tarde, la tradición de la Iglesia amplió esta lista a doce frutos, desglosando con más precisión los efectos del Espíritu Santo en el alma del creyente.El propio santo Tomás de Aquino explica en la Summa Theologiae que los frutos del Espíritu Santo no son un logro humano, ni resultado de un esfuerzo moral, sino la consecuencia de vivir en comunión con Dios: «Así como un árbol bueno da buenos frutos, un alma que permanece en gracia dará frutos santos», dice el aquinate.
Este es el significado de los 12 frutos del Espíritu Santo:
- Amor (Caridad): El primero y más importante de los frutos, porque es reflejo de Dios, «que es amor« (1 Jn 4, 8). No es un sentimiento pasajero, sino la capacidad de amar con el mismo amor con que Dios ama. Por eso san Agustín lo describe como «el peso del alma», que mueve hacia el bien.
- Alegría: Se trata de una felicidad profunda, no de un mero estado de ánimo, que nace de vivir en gracia y de saberse hijo de Dios. El Evangelio de san Juan recoge el momento en el que el mismo Jesús prometió «Nadie os podrá quitar vuestra alegría».
- Paz: Una de las palabras más repetidas en la Escritura, y don expreso de Jesús Resucitado a sus discípulos. Para la Iglesia, la paz verdadera entendida como fruto del Espíritu no es la ausencia de problemas, sino la confianza total en Dios. Algo que expresó inmortalmente santa Teresa de Jesús en sus famosos versos Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta.
- Paciencia: Si el refranero cifra en ella «la madre de toda ciencia», para la Iglesia, la paciencia es la fortaleza del alma que soporta con calma las dificultades, sin caer en la desesperación ni en la queja. Es reflejo de la paciencia infinita de Dios con nosotros.
- Amabilidad: El término tradicional, que queda explicitado en el Catecismo, es el de «benignidad», hoy más en desuso. Vendría a ser el arte de tratar a los demás con el respeto y la dulzura con que nos gustaría ser tratados. Jesús fue la máxima expresión de la amabilidad, acogiendo a todos con ternura y misericordia, aunque también con justicia.
- Bondad: San Juan Bosco afirmaba que «ser bueno no consiste en no cometer errores, sino en tener la voluntad de corregirlos». La bondad, como fruto espiritual, es la inclinación natural a hacer el bien, sin esperar recompensa, que se manifiesta en actitudes como la generosidad, la sinceridad o la rectitud de intención de la que hablaba san Ignacio.
- Fidelidad: La perseverancia en la oración, la lealtad a los compromisos adquiridos; y la coherencia entre lo que se cree y lo que se vive, incluso cuando todo invita a abandonar la palabra dada, son reflejos de este fruto del Espíritu, que hunde sus raíces en las palabras de Jesús, recogidas en el evangelio de san Lucas: «El que es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho».
- Mansedumbre: Jesús llama a sus discípulos a ser «mansos y humildes de corazón» (Mt 11, 29). La mansedumbre no es debilidad, sino fortaleza contenida; es la capacidad de responder con bondad incluso en medio de la adversidad. Así, ayuda a dominar la ira, responde con calma a los conflictos, y propicia el trato paciente.
- Dominio de sí: El Catecismo sintetiza en la expresión «continencia» la formulación «dominio de sí» empleada por san Pablo en su carta a los Gálatas, que define a quien se deja guiar por el Espíritu Santo como a alguien que tiene el control de sus deseos y pasiones, orientándolos hacia el bien.
- Modestia: Cuando es sincera, la modestia es la expresión externa de la humildad. Vendría a ser el equilibrio entre la dignidad personal y la sencillez.
- Castidad: San Juan Pablo II afirmaba que «la castidad es la custodia del amor». Para la Iglesia, no es sinónimo de represión, sino la capacidad de vivir la sexualidad según el plan de Dios. Opuesta al pecado de la lujuria, se manifiesta en la pureza de corazón y pensamiento; en el respeto a la dignidad propia y ajena; y en la vivencia ordenada del amor según el estado de vida.
- Longanimidad. Otro término hoy muy poco utilizado, define la perseverancia en la lucha por el bien, sin desanimarse ante las dificultades. La RAE la define como «grandeza y constancia de ánimo en las adversidades». De ahí que para la Iglesia se manifieste en la confianza en Dios a ejemplo de Abraham, «que confió en contra de toda esperanza».
Aunque cada uno de estos frutos del Espíritu Santo puede ser objeto de un tratado, el compendio de todos ellos muestra hasta qué punto son señales de una vida guiada por Dios, y no virtudes humanas, sino manifestaciones concretas de la gracia en el alma. Así, el cristiano que no vea ecos de estos frutos en su vida, puede percibir una llamada a abrirse más a Jesús, que dijo aquello de que «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 16).