Un hombre de Dios valiente, humilde y misericordioso
Hasta el último momento de su Pontificado ha hecho todo lo posible por cumplir -por encima de lo exigible en una persona de 88 años que ha estado al borde de la muerte durante muchos días- las cargas autoimpuestas de su ministerio
El 21 de marzo de 2013, con motivo de la elección del Papa Francisco, publiqué un artículo en Páginas Digital con el título Llega un hombre de Dios. Lo he repasado el día de su muerte y lo primero que debo afirmar es que Francisco ha confirmado las esperanzas que muchos católicos ponían en él. Ha sido un Papa sencillo, humilde y austero. Ha sido un hombre cercano a los problemas cotidianos que afrontan los hombres y las mujeres de hoy, muchas veces desde la duda, la inseguridad y los conflictos morales. Nos ha recordado, una y otra vez, la infinita misericordia de Dios ante la fragilidad humana.
Al mismo tiempo, ha sido un Papa exigente para los católicos. Nos ha pedido que demos testimonio de nuestra fe y que tengamos un especial compromiso con los más necesitados de todos los países del mundo. Ha apelado a nuestra solidaridad con los inmigrantes, con las personas en riesgo de exclusión, con los jóvenes que se ven sin futuro, con las víctimas de las guerras… Ha sido impactante, en especial, su llamada en favor de los descartados (una palabra que no se había usado mucho hasta entonces): personas con adicciones, niños en riesgo de ser abortados, personas frágiles o discapacitadas a las que se propone la eutanasia, mujeres maltratadas o explotadas…
En éstos y en otros temas, Francisco no ha sido un Papa políticamente correcto, especialmente para quienes defienden una globalización materialista e individualista que muchas veces prescinde de los derechos humanos más fundamentales. Y tampoco para algunos católicos que prefieren que un Papa no aborde asuntos que hoy tienen una presencia determinante en el debate político e ideológico y que, en mi opinión, un católico no puede ignorar. Hoy se habla menos que hace 60 años de la Doctrina Social de la Iglesia y ésto es especialmente grave para muchos jóvenes católicos que no la han estudiado y que se han formado en concepciones económicas neoliberales e individualistas.
El Papa Francisco nos ha dado un ejemplo de coherencia y de laboriosidad. Hasta el último momento de su Pontificado ha hecho todo lo posible por cumplir -por encima de lo exigible en una persona de 88 años que ha estado al borde de la muerte durante muchos días- las cargas autoimpuestas de su ministerio. «Vivo la Pascua como puedo», declaró cuatro días antes de su muerte al visitar en Jueves Santo a los reclusos de la cárcel Regina Coeli. Y ese «como puedo» incluyó la bendición Urbi et Orbi del Domingo de Resurrección, con el recorrido por la Plaza de San Pedro bendiciendo a muchas personas y especialmente a muchos niños que le acercaban.
Francisco ha sido un gran Papa y también una gran persona que supo interpretar con su vida el mensaje evangélico.
- Luis Peral Guerra es economista y abogado