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Pauline Marie JaricotObras Misionales Pontificias

La beata Pauline Jaricot: el accidente y la revelación que la llevaron a empezar el Domund con 23 años

El arzobispo de Pamplona y Tudela, Francisco Pérez, reflexiona sobre la figura de la joven francesa, beatificada recientemente por la Iglesia Católica

Pauline-Marie Jaricot creía que lo tenía todo: su padre era el dueño de una fábrica de seda en Lyon, y la joven pasaba el día preocupada por qué ropa llevar y con qué joyas adornarse. Cuando tenía 17 años, ocurrió algo que rompió el espejismo de plenitud: se cayó de un taburete y se sumió en una fuerte depresión. La recuperación del accidente, además, coincidió con la muerte de su madre.

«Pauline basaba su vida en banalidades, pero descubrió –como se dice ahora– que ella también era vulnerable, frágil… fue un bofetón a la propia estructura de su vida», apunta el arzobispo de Pamplona y Tudela, Francisco Pérez, que recientemente reflexionaba sobre el legado de Jaricot en un artículo para el semanario diocesano La Verdad. «Me impresionó mucho su vida», confiesa.

Las cosas de Dios son sencillas, no son exuberantes: lucen, pero no son para lucirse

Darse cuenta del propio orgullo

Pauline-Marie Jaricot nació el 22 de julio de 1799, en la ciudad francesa de Lyon. Era la más joven de siete hermanos, y desde niña sus padres le educaron en el gran bien que realizan los misioneros católicos en todo el mundo. Un día, tras el accidente, entró en una Iglesia y escuchó cómo el sacerdote decía «Dios te ama, Dios es amor», y aquello –señala Pérez– le hizo darse cuenta «del orgullo y la vanidad que tenía, y la hicieron decidirse a cambiar».

La joven comenzó a llevar una vida de intensa oración, y el día de Navidad de 1816 hizo un voto de virginidad perpetua, aunque comprende que su vocación no es la vida religiosa. «Las cosas de Dios son sencillas, no son exuberantes: lucen, pero no son para lucirse», destaca el prelado, y señala que lo que hizo entonces Jaricot responde precisamente a esta sencillez.

La muchacha supo a través de su hermano Philéas, seminarista, que las misiones extranjeras de París pasaban por serias dificultades económicas. Jaricot reunió a un grupo de voluntarias entre las empleadas de su padre y creó una unión de oración conocida como las Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesucristo. Se juntaban semanalmente para orar por los misioneros y para reunir algo de limosna, que les enviaban: como mínimo un centavo por persona.

Origen del Domund

Aquella humilde iniciativa fue creciendo, y cada vez más personas se sumaban a la causa, siguiendo el mismo esquema: grupos de diez personas que rezaban y colaboraban con las misiones económicamente. En 1822, con 23 años, Jaricot fundó la Asociación de la Propagación de la Fe, que 100 años más tarde sería declarada «Pontificia» por el papa Pío XI.

Compró una fábrica para ofrecer dignidad a los trabajadores, pero fue estafada y quedó arruinada

«El Señor guio a Pauline, y aquella pequeña experiencia creció hasta hacerse de toda la Iglesia: de ahí nace el Domingo Mundial de las Misiones, el Domund», explica Pérez, que fue durante años director nacional de Obras Misionales Pontificias (OMP). «Lo que hace el Domund es lo mismo que hizo Pauline: ponerlo todo en Dios y compartirlo para el bien de los pobres», destaca el arzobispo.

Jaricot no se limitó a esta obra: con los años, multiplicó la iniciativas, desde el Rosario Viviente a las Hijas de María. Su vida, no obstante, terminó marcada por la cruz. Compró una fábrica para ofrecer dignidad a los trabajadores, pero fue estafada y quedó arruinada. Todos la abandonaron, e incluso negaron que ella hubiera creado la Asociación de la Propagación de la Fe.

Ser santos es solamente dejarnos lucir por el amor de Cristo

Tuvo que inscribirse en el registro de indigentes de Lyon, despojada de sus bienes y de la iniciativa misionera que había impulsado. No obstante –como señalan desde la web de la OMP– «permaneció fiel a la voluntad de Dios y a la Iglesia, en adhesión total al Papa». Pauline-Marie Jaricot murió el 9 de enero de 1862; el pasado mes de mayo se celebró en Lyon su ceremonia de beatificación.

Llamados a la misión

Para monseñor Pérez, que también ostenta el cargo de administrador apostólico de la diócesis de San Sebastián, la vida de esta beata nos recuerda que todos estamos llamados a ser misioneros. «Jesús no dice 'Anunciad el Evangelio… solo los que salgáis de vuestra tierra', no: desde el mismo día en que fuimos bautizados, tenemos la misión de anunciar al Cristo que vivimos», reflexiona.

El arzobispo advierte de que hoy tanto España como Europa «necesitan una evangelización más viva», y que un síntoma de ello son los más de 1.500 sacerdotes de distintas partes del mundo que colaboran en las diócesis españolas. «Vivimos en una sociedad muy secularizada, materialista y hedonista, pero no nos hemos de cansar –insiste Pérez– de seguir lo que dice el Señor: ser santos es solamente dejarnos lucir por el amor de Cristo».