La vida del Venerable Manuel Aparici, el propagandista «coloso de Cristo» y «capitán de peregrinos»
74 años después de la gran peregrinación a Santiago de Compostela tras la guerra, recordamos la trayectoria y legado del célebre propagandista
En agosto de 1948, 100.000 peregrinos llegaron a Santiago de Compostela, ansiosos por ganar el jubileo. Fue la mayor peregrinación compostelana de la historia hasta el momento, una marea de pies llagados, macutos y ansia evangélica llegada de todo el mundo. «100.000 desparramados por los caminos de España cantando las misericordias del Señor y hechos una sola alma de amor en Compostela para que su mismo fuego se inflame en toda la juventud hispánica y del mundo», escribía entonces el impulsor de la peregrinación, el Venerable Siervo de Dios Manuel Aparici.
En este momento, Aparici es el único miembro de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) cuya causa de canonización se encuentra en este estadio previo a la beatificación, la declaración como Venerable. Su vida estuvo marcada por la entrega absoluta a Dios y a los demás; no en vano, el primer presidente de la ACdP, Ángel Herrera Oria, le consideraba un «coloso de Cristo, de su Iglesia y del Papa».
Vuelvo de la cena con Ángel Herrera y he sacado una conclusión: hay que hacerse santos con esa santidad media a la que, dice el Papa, todos estamos llamados
Miembro activo de la ACdP
Manuel Aparici Navarro nació en Madrid en diciembre de 1902, el tercero de cuatro hermanos. Estudió entre Madrid, Barcelona y Tarragona, y en 1922 entró por oposición en el Cuerpo Técnico de Aduanas, donde trabajó durante años. Según explica en su diario, vivió una juventud divertida, pero superficial, y entre los 23 y los 26 años experimentó una auténtica conversión. «Empecé a amar a Jesucristo y me inscribí en su guardia de honor», dejaría escrito Aparici.
En 1928 conoció a Herrera Oria, que ejercería una gran influencia sobre él. Años más tarde, por ejemplo, escribía en su diario: «Vuelvo de la cena con Ángel Herrera y he sacado una conclusión: hay que hacerse santos con esa santidad media a la que, dice el Papa, todos estamos llamados». En 1929, abandonó sus estudios de Derecho con la intención de dedicarse con más intensidad al apostolado; ese mismo año ingresó en la ACdP.
Aparici quería mantener a la AC al margen de las ideologías políticas que dividían España
Dentro de la asociación, la fe de Aparici se fortalece; en 1932 aceptó formar parte de la 'Sección de San Pablo' de la ACdP, dirigida a aquellos propagandistas que quisieran asumir un mayor compromiso social y espiritual. A la vez, Aparici fue involucrándose en el movimiento de apostolado seglar Acción Católica (AC), entrando a formar parte de sus órganos directivos.
Apostolado durante la guerra
En aquel momento, Aparici ya había madurado una inquietud que le rondaba desde hacía tiempo: deseaba ordenarse sacerdote. Tenía decidido entrar al seminario, pero se le pidió aplazar la decisión para hacerse cargo de la Juventud de Acción Católica (JAC). Ocupó el cargo hasta 1941 y, por tanto, tuvo que llevar las riendas del apostolado durante la Guerra Civil.
«Aparici quería mantener a la AC al margen de las ideologías políticas que dividían España», escribe José María Magaz en la biografía Manuel Aparici Navarro. Seglar y sacerdote. Como no fue movilizado para luchar, Aparici pudo dedicarse a organizar el apostolado castrense y la atención a las cárceles. De ahí nacieron los Centros de Apostolado de Vanguardia, con los que tuvo una intensa relación.
Poco antes de la guerra, en 1936, Aparici había puesto en marcha la revista Signo, con la idea de contar con un periódico católico para la juventud. Dirigido originalmente por Emilio Attard, formado en la Escuela de Periodismo de El Debate, Signo sobrevivió a la guerra –aunque su publicación se suspendió en algún momento– y se convirtió en «el pregón para los más de 7000 jóvenes muertos en las trincheras, el banderín de enganche para hacer de España Vanguardia de la Cristiandad y escuela de periodistas católicos», señala Magaz.
Vocación sacerdotal
Después de la guerra, Aparici se concentró en reconstruir los centros parroquiales de la JAC y en la reconciliación: creó una vocalía de «Reconstrucción Espiritual» para atender a los presos y sus familiares. Fue también entonces cuando maduró su espiritualidad peregrina: su intención original para la gran peregrinación a Santiago era realizarla en 1937, pero la guerra se lo impidió. No desdeñó la idea, y comenzó a organizar los Cursillos de Adelantados de Peregrinos para preparar a los jóvenes de la JAC.
En 1941, finalmente, dejó la presidencia de la JAC para entrar al Seminario. El entonces arzobispo de Valladolid, Antonio García y García, despidió a Aparici haciendo balance de su paso por la JAC: en siete años había logrado pasar de 20.000 jóvenes y 400 centros a 100.000 jóvenes y 2.000 centros. Ese mismo año, la institución le concedió el título de «capitán de peregrinos». «A ese título no renuncié al ingresar en el seminario, porque es irrenunciable», destacaba Aparici.
La oratoria de Manolo era una llamarada que iba prendiendo hogueras por toda la geografía de España
Durante su etapa de seminarista, Aparici vivió imitando a Cristo crucificado, buscando acercarse a la experiencia de la cruz. «Esta orientación de su espiritualidad –apunta Magaz– ya estaba presente anteriormente pero se intensifica al entrar en el seminario». Fue ordenado en 1947, con 45 años, y lideró la peregrinación a Santiago ya como sacerdote: «Peregrinar con fe –aseguraba– es abrir camino al Reino de Dios: en la propia alma y, como consecuencia, en la de los demás».
Estudió Teología en Salamanca y al terminar, en 1950, fue nombrado Consiliario Nacional de la JAC, que necesitaba una nueva renovación y reorganización. Aparici se entregó a esta tarea, adoptando métodos evangelizadores como los recién aparecidos Cursillos de Cristiandad. En 1959, cesó como Consiliario por enfermedad, y murió en olor de santidad el 28 de agosto de 1964, en el aniversario de la peregrinación a Santiago.
Desde 2014, los restos del Venerable Manuel Aparici descansan en la madrileña Basílica de la Concepción. El sacerdote Miguel Benzo, amigo personal de Aparici, destacaba años más tarde que «la oratoria de Manolo era una llamarada que iba prendiendo hogueras por toda la geografía de España».