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Marcos Herrera, diácono exiliado de Nicaragua

Marcos Herrera, diácono exiliado de Nicaragua

Cristianos perseguidos

Un diácono exiliado de Nicaragua: «La Iglesia está viva y ese es el dolor del Gobierno»

Marcos Herrera es diácono de la diócesis de Estelí. En mayo de 2022, después de varios años de persecución contra su persona, tuvo que volar a España

Marcos Herrera es nicaragüense, diácono, marido y padre de tres hijos. Hasta hace cuatro meses vivía en su casa, en su Nicaragua natal, donde además de farmacéutico era diácono de la diócesis de Estelí, donde el obispo es Rolando Álvarez, conocido por su oposición al régimen de Ortega, lo que le ha valido haber pasado más de una decena de días en arresto domiciliario y estar ahora encarcelado.

El pasado mes de mayo, Herrera y su familia llegaron a España escapando de la persecución. No era la primera vez que tenía que exiliarse, y nunca pensó que fuese a haber una segunda.

–¿Qué fue lo que le llevó a salir de Nicaragua?

–La situación en mi país está tan difícil que ya no se puede vivir con seguridad. Por la persecución hacia mi persona, tuve que sacar del país también a mis esposa y mis tres hijos. Si yo salía igual iban a tomar represalias contra ellos por venganza contra mí.

El año 2018 fue la gota que derramó el vaso. Participé activamente con los estudiantes y todo el pueblo en general en la protesta contra la injusticia que estaba ejerciendo el gobierno y que ha venido ejerciendo desde los 80. En esa época ya tuve que salir del país, cuando era un adolescente. Salí de mi patria para emigrar a Honduras. Nunca pensé que me tocaría de nuevo salir al exilio.

Foto de la policía, tomada desde la vivienda de Herrera

Foto de la policía, tomada desde la vivienda de HerreraM.H.

–¿Cómo vivió la persecución estando allí?

–Lograron desmantelar las protestas y encerrar a la gente en sus casa por la vía de la represión y el asesinato. Del encarcelamiento, comenzaron a activarse una serie de paros nacionales. Cerrábamos los negocios y dejábamos al país varado. En ese tiempo comenzó la represión directa contra mi, porque fui denunciado y me ordenaron cerrar. Dos meses después pudimos reabrir pero la policía no se apartaba de mi casa. A veces eran cinco agentes y otras veinte, con armas de alto calibre y pasamontañas.

Me refería a ellos en mis homilías y eso me trajo más problemas

Llegó un punto que no dejaba salir a mis hijos por seguridad. Después la policía ya no me dejaba salir a mi. Era un arresto domiciliario sin ninguna orden judicial. Comenzó en 2007, ya son muchos años de asedio permanente. A donde iba, allí estaba la policía. Iba a la iglesia a celebrar y la policía se quedaba en la puerta o se sentaban a escuchar la homilía. En algún momento me dirigí a ellos, con el mensaje evangélico, el respeto a los derechos humanos, a la persona. Eso me trajo más problemas.

El diciembre pasado estaba en la iglesia y una persona de mucha confianza me dijo: «mire, usted anda en una lista de posibles arrestos. Cuídese». Y se fue para que no la vieran hablando conmigo. Tuve que tomar medidas extremas. Vendimos lo que pudimos y nos vinimos a España.

–¿Le siguen llegando noticias de Nicaragua? De la diócesis? ¿Cómo lo vive desde aquí?

–Es muy doloroso ver como mi país se va despedazando poco a poco y que ha tocado fondo en temas de derechos humanos, de respeto a la persona, con la persecución. Lo que quieren es hacer desaparecer a la iglesia, que ha sido la voz de los que no tienen voz, una voz que grita en el desierto pidiendo auxilio.

Antes de irme me reuní con mi obispo, Rolando Álvarez, que está ahora arrestado, porque tenía que comunicarle que me iba. Nos dio su bendición, nos abrazó y nos despedimos. Esa fue la última vez que le vi y ahora tengo el dolor terrible de saber que está encarcelado, y otros seis sacerdotes, seminaristas y laicos comprometidos con la iglesia. ¿Cuál será su futuro? Rosario Murillo es quien lo va a decidir.

–Lo que ha llegado a España es la imagen de una iglesia, la nicaragüense, valiente, que no se achanta, que celebra misa en la calle si hace falta. ¿Cómo lo está viviendo la comunidad cristiana en Nicaragua? ¿Hay miedo, hay incertidumbre, hay esperanza?

–Uno de los valores que ha transmitido nuestra conferencia episcopal a su pueblo es el perder el miedo, pero conservar la prudencia. Mi gente es un pueblo valiente que defiende su fe y que vive su fe, cosa que lastimosamente en Europa se ve un poco apagado. Sin embargo, nuestros pueblos son grupos cristianos con una fe bien sólida. La gente respeta a sus sacerdotes y ama mucho a Jesús y a la Virgen. Si hace falta se vive la Eucaristía debajo de un árbol, arrodillado en la calle. Esa voz está clamando al Cielo. Con la fe en que Dios en cualquier momento hará su obra, le pondrá fin a esta ola de terror y de dolor que vivimos. Con esa fe, la gente sigue arrodillándose y orando al cielo.

Es una iglesia viva y ese es el dolor del Gobierno. Saben que pueden arrebatarnos al vida, pero no el amor a Dios a través de la Iglesia y nuestros valientes obispos que van como un pastor por delante de su rebaño, con su cayado defendiendo a sus ovejas, como dice el Señor.

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