De padres españoles e ingeniero químico póstumo: el posible primer santo británico del siglo XXI
En la madrugada del 13 de enero de 2018, después de tres años de enfermedad, Pedro murió rodeado de sus padres, hermanos y amigos de la Obra, que rezaban el Salve Regina a su lado
Tres semanas antes de morir, Pedro Ballester Arenas (Manchester, 1996) fue preguntado si era feliz. Tres años antes, unos dolores de espalda le llevaron a acudir al médico. Se habían ido agravando y eran ya insoportables para el joven, que se acababa de incorporar al Opus Dei. En las vacaciones de Navidad de 2014, le diagnosticaron un cáncer de hueso en la pelvis. «Nunca he sido más feliz», diría Pedrito, como le apodan en su casa.
De madre sevillana y padre mallorquín, Pedrito había nacido al norte de Inglaterra, como el mayor de tres hermanos. Cuando la enfermedad tocó a las puertas de su vida acababa de empezar sus estudios en Ingeniería química en el Imperial College de Londres (la mejor universidad en esta materia). En sus planes estaba enrolarse en la Armada española, pero la vida le tenía otros asuntos preparados.
Ante la noticia de los médicos, les dijo a sus padres: «Vosotros me habéis enseñado que Jesús comparte su Cruz con sus amigos. Yo ya le di mi vida cuando dije que 'Sí' a mi vocación». Su fama de santidad y su ejemplo de fortaleza ante la enfermedad se ha ido extendiendo desde Inglaterra al mundo y la diócesis de Manchester llegó a abrir en enero de 2023 su causa de beatificación.
Pedrito era un joven brillante, pero muy normal. Se había criado en una familia profundamente católica en la que rezaban todas las mañanas, no se saltaban la bendición de la mesa ni la oración de antes de dormir. Era deportista y buen estudiante. tras el diagnóstico, tomo la decisión de entregarse a algo más grande. «Para Dios, lo que haga falta, donde sea», aseveró.
Durante los tres años en que poco a poco el osteosarcoma fue consumiendo sus huesos, pasó temporadas entre el Hospital Christies y Greygarth, la residencia que compartía con otros numerarios del Opus Dei. Rápidamente se corrió la voz entre los sanitarios y otros pacientes de lo especial que era Pedrito. Una de las enfermeras de la noche, con el cuerpo teñido de tatuajes y la cabeza rapada, llegó a confesarle: «Yo también soy creyente, pero quiero ser católica como tú». Así fue.
El joven tuvo que dejar el Imperial College y mudar sus estudios de vuelta a Manchester, donde iba a recibir tratamiento. No obstante, no llegó a terminar la ingeniería. Seis meses después de su fallecimiento, el centro le otorgó el título de Ingeniero químico. Este fue la primera maestría póstuma que concedió la universidad de Manchester, testimonio de la huella que dejó Pedro en el poco tiempo que estudió allí.
En mayo de 2013, poco antes de que comenzaran los dolores de espalda, Pedro Ballester entró a formar parte como numerario del Opus Dei. «Cuando me habló por primera vez de su vocación, recuerdo que pensé que había encontrado una chica. Había notado que estaba mucho más feliz en los últimos meses así que cuando me dijo 'Carlos, necesito decirte algo', supuse que había estado saliendo con alguien», recuerda su hermano Carlos, a lo que añade: «Descubrí que se había enamorado, había encontrado a Cristo».
Pedrito le pidió a un amigo suyo argentino que le hiciera llegar una carta suya al Papa Francisco. No se conoce el contenido de esta misiva, pero a los pocos días de recibirla, el Santo Padre invitó al joven a hacerle una visita en Santa Marta. Todos esperaban el milagro de su curación, incluido el capellán del centro de la Obra Greygarth Hall, Joseph Evans, que vivió el último medio año de vida con el joven en la residencia.
«Pedro sufrió muchísimo… físicamente muchísimo… ¡Incluso con dolor dejaba que entrasen en su habitación pensando en el bien que podía hacer a los demás! Tenía una visión sobrenatural de la vida», recuerda. Llegó a perder 20 kilos. Cada vez estaba más cansado y la intensidad del dolor iba aumentando a la vez que su deterioro físico. Primero podía moverse con muletas; el último año, en silla de ruedas y los últimos meses apenas salía de la cama. «Al final no podía moverse, con piernas como de elefante porque la circulación no le funcionaba. A veces le decía a su madre: 'No puedo más con el dolor', pero siempre acababa aguantando y ofreciéndolo», recuerda el sacerdote.
En sus últimos días, sus amigos se turnaban para acompañarle y pasar la noche con él en el hospital. Un flujo constante de personas le visitaban en su habitación. Pedro gustaba de estar acompañado, pero no hablar de él sino que se interesaba siempre por la vida del visitante, al que siempre buscó acercar a Dios.
En la madrugada del 13 de enero de 2018, después de tres años de enfermedad, Pedro murió rodeado de sus padres, hermanos y amigos de la Obra, que rezaban el Salve Regina a su lado. A su funeral acudieron 500 personas y tuvo 40 sacerdotes concelebrantes.
«Ya en vida atraía a muchas personas y ahora va a llegar a más gente… Como ha llevado una vida muy santa, están seguros de que está cerca de Dios y van a acudir a él, a rezarle. Dicen: '¡Voy a pedírselo a Pedrito!'», cuenta su hermano Carlos. Según el Derecho Canónico, han de pasar cinco años desde la muerte de una persona para que pueda incoarse su causa de beatificación, momento que para Pedrito pasó en 2022. En enero de 2023, la diócesis de Manchester decidió abrir la causa de Pedrito, quien podría convertirse en el primer santo británico del siglo XXI.