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15 de septiembre de 2024

TribunaPablo Casas Aljama

Un adiós prematuro: recordando a un joven

Andrés Cruz Castillo no era uno más en la multitud; su bondad, su carácter reservado y su espíritu siempre dispuesto a ayudar a los demás lo hicieron destacar como una persona verdaderamente excepcional

Actualizada 04:30

En un trágico e inesperado suceso, la vida de un joven de tan solo 20 años se apagó repentinamente en una piscina, dejando un profundo vacío en el corazón de todos los que lo conocieron. Un desgarrón en el alma de sus familiares y amigos. Andrés Cruz Castillo no era uno más en la multitud; su bondad, su carácter reservado y su espíritu siempre dispuesto a ayudar a los demás lo hicieron destacar como una persona verdaderamente excepcional.

Desde temprana edad, mostró un talento innato para los estudios. Sus buenas notas no solo eran el resultado de su inteligencia, sino también de su dedicación y responsabilidad. Sus padres siempre se enorgullecían de ello. Se le veía, dispuesto a aprender y a superar cualquier desafío académico que se le presentara. Sus compañeros de clase recuerdan con cariño su disposición para ayudar a otros, sobre todo a su hermana a quien adoraba.

Pero más allá de los estudios, este joven era un deportista apasionado. Se entregaba por completo, reflejando una disciplina y un espíritu competitivo que inspiraban a sus compañeros. Aunque nunca buscaba ser el centro de atención, su presencia en el campo de juego era importante, no solo por su habilidad, sino también por el compañerismo y la humildad con que trataba a todos.

Su amor por el Sevilla FC era conocido por todos los que lo rodeaban, vestía las camisetas de su equipo desde muy pequeño, animando con fervor y pasión, compartiendo su amor por el equipo con amigos y familiares, sobre todo con su tío José Manuel. Era más que un simple aficionado; para él, el Sevilla era una extensión de su propia identidad.

Además de su pasión por el deporte, era un joven profundamente religioso. Su fe no era algo que proclamara a los cuatro vientos, sino que vivía de manera sencilla y sincera, acompañado en numerosas ocasiones por su abuela Pepa acudiendo a la parroquia.

Quizás uno de los aspectos más conmovedores de su vida fue la devoción hacia sus amigos. A pesar de su timidez natural, tenía la capacidad de forjar amistades profundas y significativas. Sus amigos lo describen como una persona leal y confiable, alguien que siempre estaba presente.

La repentina partida de Andrés nos recuerda lo frágil y preciosa que es la vida. Nos ha dejado rotos, pero nos ha dejado también, un legado de bondad, responsabilidad, y amor por los demás que continuará inspirándonos. Su ausencia se siente profundamente, pero su memoria, queridos Andrés, Rosa, José Manuel y Pepa, vivirá en los corazones de todos los que tuvisteis la suerte de conocerlo y de firmar parte de vuestras vidas.

Aunque su tiempo entre nosotros fue breve, su impacto fue inmenso, y siempre será recordado como el niño y el joven extraordinario que fue: bondadoso, tímido, responsable, brillante, apasionado y, sobre todo, un verdadero amigo. Andrés, ahora ya descansas eternamente con Dios y la Virgen. Intercede por nosotros. Gracias Andresete (como yo te llamaba) por tu vida.

  • Pablo Casas Aljama es párroco del Santo Cristo del Perdón, Sevilla.
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