Fundado en 1910
TribunaRicardo Calleja

Esto no va del Opus

Esto no va de numerarios. Esto va de todo aquel que entrega su vida a Dios y a los demás. De si es aceptable vivir entregado del todo, hasta el sacrificio personal, o si debemos sospechar siempre que es el resultado de una manipulación, de una estrategia de poder y de control

Actualizada 04:30

Se acaba de publicar un libro que denuncia al Opus Dei como una organización criminal. ¿Pero a que esto no le suena a nuevo? Es lógico, porque esta 'investigación' no es más que la enésima encarnación de ese subgénero del periodismo basura de nuestro país: leña al opus, que algo vende. Una de esas formas de conspiranoia que tienen un pase de respetabilidad en la opinión pública ilustrada. Tiene, además, egregios precedentes: desde el antisemitismo a la literatura anti-jesuita.

Pero el lector se preguntará: «¿y a mí qué? No soy del Opus. Preocúpese usted, que sí lo es». Este es mi punto: que esto le afecta a usted y muchas de las personas a las que más quiere y a las que más debe.

Esto no va de numerarios. Esto va de todo aquel que entrega su vida a Dios y a los demás. El autor solo ve ahí manipulación, sometimiento acrítico, imposiciones draconianas. Nada que no pueda decirse también de la pobreza de un franciscano de la Custodia de la Tierra Santa; del trabajo manual de un benedictino sedentario; de la obediencia rendida de un jesuita que cambia de destino; del silencio de las contemplativas; de la ascesis del anacoreta o la audacia del misionero; de la abnegación de la consagrada que atiende a enfermos terminales o que limpia traseros en un slum de cualquier lugar del mundo, lejos de su familia y de una brillante carrera profesional. Esto va de todos ellos. De si es aceptable vivir entregado del todo, hasta el sacrificio personal, o si debemos sospechar siempre que es el resultado de una manipulación, de una estrategia de poder y de control.

Esto no va de gente del Opus. Esto va de todos los católicos que creen y ponen sus vidas al servicio del prójimo. Va de los padres de familia numerosa que son felices sin tiempo para sí mismos. Va de los padres de niños enfermos y dependientes, de paciencia infinita. Va de las amas de casa y de las trabajadoras del hogar, que cuidan a otros con cariño. Va de abuelos que trabajan a destajo por sus nietos cuando ya estaban jubilados. Va de hijos que renuncian a su vida para cuidar a sus padres. Va de cónyuges que perdonan y mantienen el hogar unido. Más aún, todo esto no concierne sólo a los católicos, a las instituciones y familias de la Iglesia. Esto afecta también a muchas otras personas de buena voluntad, creyentes o no, que se sacrifican abnegadamente por otros.

Estas narrativas rayan en la paranoia y atribuyen motivaciones psicopáticas a cualquier forma de bondad desinteresada. Esa bondad que vemos en tantas familias, en tantísimos educadores comprometidos, en el personal sanitario y asistencial, en muchos servidores públicos. Esa bondad que vista desde fuera a veces resulta incomprensible o excesiva. Pero que solo podemos agradecer rendidamente cuando hemos sido el objeto de sus atenciones.

Esto va de toda la gente que da dinero o que lo gestiona, para causas nobles. Es obvio que el dinero tiene sus peligros, que requieren vigilancia y despiertan la envidia y la fantasía. Pero estas narrativas quieren poner en tela de juicio las intenciones de cualquiera que done o administre los recursos materiales que toda iniciativa evangelizadora o de asistencia social necesita. Si usted deja un piso a las monjas de su pueblo, ha caído en una trama mafiosa de tentáculos internacionales, sépalo. ¡Las sonrisas de las monjas eran las del mismísimo Maquiavelo!

Para estos conspiranoicos tristes no cabe alternativa: quien ama y sirve, o es parte del núcleo duro de una maquinaria de dominio mundial; o es una víctima abobada y dócil, que contribuye sin saberlo a los mefistofélicos designios de otros. No nos han aclarado en qué puesto se ubican ellos mismos. No queremos imaginar qué experiencia de la vida les ha llevado a esta visión tan deprimente. Quizá es que ellos mismos actúan siempre por interés, o incluso con engaño y manipulación, y entonces es preciso desvelarlos, denunciarlos y protegerse. Quizá es que han visto demasiado House of Cards o Game of Thrones, y piensan que «solo existe la escalera del poder».

«Bueno, pero algo habrá de verdad, ¿no?». Sin duda: el periodista ha tenido acceso a personas y archivos de la Obra: esa conocidísima y opaca organización secreta. Y no ha respetado el acuerdo de revisión del manuscrito en lo que pudiera ser controvertido… Pero, este es mi segundo punto: esto no va de qué es verdad y qué es mentira. No es una investigación, y no hay que tratarla como tal. Es una chusca enmienda a la totalidad con notas a pie de página, que no constituye más que la enésima variación de un tema viejo y aburrido. La respuesta no es, pues, contradecir esta o aquella acusación, aclarar este o aquel punto, entrando al capote. La respuesta es invertir el marco. Esta es una historia de periodismo basura, y quien se hace eco de ella dándole credibilidad, comete una irresponsabilidad que daña a toda la Iglesia, a todas las personas de buena voluntad.

Querido lector, tenga cuidado. Esto no va del Opus, de si le gusta o no, de si es verdad esta denuncia o aquella. Esto va de usted, de las personas a las que usted más quiere y a las que más debe. La pregunta es si sus vidas tienen sentido, si es usted un manipulador o una marioneta. Pienso que ha llegado el momento de provocar un punto de inflexión. De que no salga gratis arrojar basura sobre quienes intentan como buenamente pueden hacer el bien, motivados por sus creencias más profundas. De hablar bien públicamente de quienes nos han hecho el bien.

comentarios
tracking