El trabajo de un cantero en París: «Rezaba el rosario desde lo alto de un pináculo de Notre Dame»
Antonin sólo llevaba seis meses bautizado cuando fue contratado. «Me impresionó la enorme estatua de Cristo bendiciendo la ciudad con sus manos heridas por los estigmas», revela
Podría parecer un capítulo extraído de la novela de Víctor Hugo Nuestra Señora de París. Pero, en este caso, el protagonista no se llama Quasimodo, sino Antonin, y no es un jorobado que se desliza entre los pináculos de la catedral de Notre Dame, sino un maestro cantero de entre los cerca de 2.000 artesanos que han trabajado en la reconstrucción del principal templo de la capital francesa que fue reinaugurado el pasado sábado.
La página web del Opus Dei en España ha difundido una entrevista que se le ha realizado a Antonin, y en ella, reconoce el privilegio que ha supuesto para él trabajar en este proyecto: «Si Notre Dame es un lugar único para los cristianos del mundo entero, también es una obra mítica para los artesanos como yo. Imagina poder contemplar una puesta de sol desde lo alto de la aguja de Notre Dame, en el corazón de París». «Mi emoción al trabajar en este lugar fue aún mayor porque, cuando llegué a la obra, solo llevaba seis meses bautizado, pues recibí el bautismo en la misa de Pascua de 2023», confiesa.
Y es que Antonin ha pasado muchas horas de muchos días encaramado en lo más alto de la cubierta del templo catedralicio: «Trabajé en el frontón sur, encima del gran rosetón. Nuestra misión consistía en reconstruir completamente dos pináculos de ocho metros de altura situados a ambos lados del pequeño rosetón, que está encima del principal», explica el artesano. «Para ello, tuvieron que ser desmontados, renovados y pre-tallados en el suelo. Cada pieza se remontaba con una grúa, que los albañiles volvían a colocar al milímetro, antes de que yo, como cantero, la retallara en su lugar. Era un trabajo de precisión y pasión, cada piedra debía ser perfecta», enfatiza.
«Desde que comencé a trabajar en Notre Dame, me sentí conmovido. Me impresionó la enorme estatua de Cristo bendiciendo la ciudad con sus manos heridas por los estigmas, que domina el frontón sur y bajo la cual trabajaba. Realmente estaba ayudando a reconstruir un edificio para Dios y a los pies de Dios», rememora. Durante esas horas que pasaba en el pináculo, Antonin contemplaba y oraba: «En la obra, cuando esperábamos que las grúas nos dejaran una nueva piedra, a veces sacaba mi rosario. Después de todo, ¡trabajábamos para Nuestra Señora!», observa. Durante esos dos meses de trabajo, algunos de sus compañeros «amablemente bromeaban por ese detalle, pero había un malgache (originario de Madagascar) que me defendía diciendo: 'Dejadlo, él reza por nosotros'». «Rezar el rosario en ese frontón sur, siguiendo el recorrido del sol a lo largo del día, era increíble», subraya.
«Soy católico»
El ejemplo de Antonin hizo mella en muchos de sus compañeros: «Mi conversión tuvo un impacto enorme en mi trabajo. Cada mañana rezo a san José, el patrón de los artesanos. Si no lo hago, siento que mi trabajo se resiente. La fe también influye en mi manera de relacionarme con mis colegas, a quienes les digo que soy católico y con quienes trato de compartir mi alegría», añade. «Les explico que saber que no estoy solo frente a la adversidad, sino que Alguien que siempre está a mi lado me está apoyando, me ayuda a seguir adelante», prosigue.
Cooperar en la obra bella del Creador es todo un aliciente para este maestro cantero: «Trabajando en las iglesias, vemos cosas magníficas, invisibles para las personas de la calle. Lo que hicimos en el frontón sur es realmente hermoso, pero no lo hicimos para los hombres, lo hicimos para Dios. Hay realmente algo de don gratuito en esto», reflexiona. «También tuve la fuerte sensación de que hacía mi trabajo con Dios y para Dios. Un día, mientras tallaba el altar mayor de la iglesia del monasterio benedictino de Saint-Wandrille, los monjes cantaban su liturgia de las horas mientras yo trabajaba: ¡mi trabajo se convertía en oración! Estaba realmente feliz», concluye.