¿Qué fue del cardenal Robert Sarah?
«Sin la vida espiritual, no somos más que animales infelices», dice en una de las entrevistas que ha concedido.
El cardenal Robert Sarah es uno de los clérigos más conocidos en España. Y quizá el purpurado africano que más ascendiente ha tenido hasta la fecha. ¿Habría que remontarse hasta los tiempos de Agustín de Hipona o San Gelasio para encontrar a un obispo nacido en este continente y con tanta influencia en la Iglesia católica? Desde luego, da esa impresión. Sobre todo, para quienes somos miopes. Y, con motivo de la publicación de su nuevo libro, Catecismo de la vida espiritual —que llegará a España dentro de unos meses, editado en Palabra—, ha concedido varias entrevistas a medios franceses, como Paris Match, Le Figaro, LaNef.net o Valeurs Actuelles.
Sigo los partidos del Real Madrid y del Barça
En Paris Match, Philippe Labro ofrece una semblanza personal que enmarca en la preparación del inminente consistorio de cardenales (27 de agosto). Robert Sarah comenta cómo fue su infancia: «Yo vivía entre baobabs, palmeras, magnolias; mi padre trabajaba la tierra y yo lo ayudaba». Recuerda cuando, de pequeño, «al caer la noche, los ancianos nos contaban cuentos con una enseñanza moral». De niño jugaba mucho al fútbol; una pasión que mantiene: «Sigo los partidos del Real Madrid y del Barça». Cada vez que regresa a Guinea, aconseja a sus paisanos que «no abandonen su tesoro, ni los valores que les transmitieron los mayores, ni su identidad, ni su cultura». Asegura que la choza de su familia tenía el suelo de tierra, carecía de mobiliario, pero allí había «una paz tranquila». Y él acudía a misa todas las mañanas a la Casa de los Padres Espiritanos.
Me sorprendió hasta qué punto cuidamos la vida de los cuerpos, pero dejamos morir las almas
Sarah rememora su trayecto en barco hacia el seminario, vomitando todos los días. Y también la brutalidad que padeció su país bajo el régimen de Sékou Touré, quien estuvo a punto de ordenar matarlo por envenenamiento. También habla sobre la tragedia que padece un buen número de africanos que intentan llegar al Viejo Continente: «Muchos inmigrantes que atraviesan Libia para alcanzar Europa y mueren en el Mediterráneo proceden de mi país, los conozco personalmente, los he bautizado, los he casado». Al mismo tiempo, deplora las guerras instaladas desde hace tiempo en Angola o la República Democrática del Congo.
La oración
Por otro lado, conversando con Jean–Marie Guénois para Le Figaro, Sarah dice: «Escribí este libro durante el confinamiento; me sorprendió hasta qué punto cuidamos la vida de los cuerpos, pero dejamos morir las almas». Y explica: «La vida espiritual es lo más íntimo en nosotros, lo más precioso. Es el lugar de nuestro encuentro con Dios». Asimismo, asegura: «No he pretendido escribir un tratado teológico para intelectuales, sino un libro claro, accesible a todos, creyentes y no creyentes».
Analiza la paradoja de nuestra época: «Esta crisis ha revelado la increíble sed espiritual que padecen los corazones; ¿sabe usted que, durante el confinamiento, la palabra ‘oración’ estaba entre las más buscadas de Google?». Por tanto, «es hora de que la Iglesia vuelva a lo que se espera de ella: hablar de Dios, del alma, del más allá, de la muerte y, sobre todo, de la vida eterna».
Muchos desconocen la realidad interior, espiritual y mística de los sacramentos; sólo ven ritos sociales
En este sentido, «los sacramentos están en el corazón de la vida espiritual; son contactos con Dios, los medios sensibles por los que Dios nos toca, nos sana, nos nutre, nos perdona y nos consuela». Por desgracia, «incluso dentro de la Iglesia muchos desconocen la realidad interior, espiritual y mística de los sacramentos; sólo ven ritos sociales». Lo cual, en opinión de Sarah, está relacionado con la tentación que acecha a una parte del clero de «resultar interesantes a ojos del mundo hablando de política o ecología». Sin embargo, como él dice, «la Iglesia no es una ONG», «quien acude a un sacerdote es porque busca a Dios, no porque pretenda salvar el planeta».
El silencio
Aunque denuncia este riesgo de secularización que sufre la Barca de Pedro, el prelado africano confía en Dios. «No estoy inquieto por el futuro de la Iglesia; Jesús le ha prometido estar a su lado hasta el fin del mundo», comenta. Lo cual no quita que sí sienta preocupación por «las almas privadas de vida interior y de la verdad que libera».
La entrevista entre Robert Sarah y Charlotte d’Ornellas que ha publicado Valeurs Actuelles ahonda en este tipo de cuestiones. «Sin la vida espiritual, no somos más que animales infelices», dice. «La espiritualidad no es una colección de teorías intelectuales, sino la vida de nuestra alma», añade. Y asegura: «La vida, si no es espiritual, no es realmente humana; se convierte en una triste y angustiosa espera de la muerte, o en huida hacia el consumo materialista». Se trata de una vida que requiere de silencio, uno de los temas preferidos de Sarah. «El silencio es el primer paso en esta vida verdaderamente humana, en esta vida del hombre con Dios», explica.
En el silencio no hay forma de eludir la verdad del corazón
«No sólo en ciudades agitadas y engullidas por el bullicio de los motores, sino que también en el campo es raro que no nos persiga un fondo musical intrusivo. Incluso la soledad se ve colonizada por las vibraciones del teléfono móvil», dice en su entrevista con Charlotte d’Ornellas. Y aporta las grandes claves: «En el silencio podemos volver a lo más profundo de nosotros mismos. La experiencia puede ser aterradora. Algunos ya no soportan este momento de la verdad donde lo que somos ya no queda bajo la máscara de ningún disfraz. En el silencio no hay forma de eludir la verdad del corazón».
Entrevista al liturgista del Vaticano
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El diálogo entre la periodista y el cardenal es jugoso. «En un mundo donde el materialismo consumista dicta los comportamientos, la vida espiritual nos implica en una forma de disidencia. No se trata de una actitud política, sino de una resistencia interior a los dictados de la cultura mediática». En este contexto, «el evangelio no nos promete un ‘desarrollo personal sin esfuerzo’, como muchas de las pseudo–espiritualidades de pacotilla que abarrotan los estantes de las librerías, sino que nos promete la salvación, la vida con Dios». De esta forma, «vivir la vida misma de Dios supone una ruptura con el mundo; es lo que el Evangelio llama conversión».
La tibieza y la apostasía
Por otro lado, Christophe Geffroy, en LaNef.net, ha preferido charlar con Sarah acerca de cuestiones más bien doctrinales, aunque también partiendo de la necesidad de vida interior y sacramentos. Han comentado la «importancia capital de la formación» para el cristiano. Algo en lo que los sacerdotes tienen una enorme responsabilidad. Por eso le ha llamado la atención que hayan sido jóvenes laicos en Francia quienes más se movilizaran durante el confinamiento para que se pudiera celebrar la misa. «La tibieza de los cristianos es ciertamente la raíz más profunda de la apostasía que estamos viviendo. Cuando vivimos como si en la práctica Dios no existiera, terminamos por no creer en Él de ninguna manera», agrega. Y apostilla: «Creo que cuanto más hostil a Dios es el mundo, más deben los cristianos cuidar su vida espiritual».
En esta entrevista con Geffroy, el cardenal africano ha recordado que el Concilio Vaticano II no supone ningún punto de ruptura con la tradición y la enseñanza de la Iglesia. Lo cual supone que el deber de todo cristiano consiste en testimoniar y hacer visible con su vida las verdades acerca de la moral y de la realidad y santidad del matrimonio. «Las parejas cristianas deben ser evangelizadoras mediante el ejemplo y el testimonio», resume. Asimismo, Sarah ha aprovechado para dar las gracias a los misioneros franceses por haber traído la fe a África.