¿Por qué hay de nuevo agua bendita en la puerta de las iglesias y para qué sirve?
En la Iglesia católica existen los sacramentales, signos que sirven para santificar diversas circunstancias de la vida
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, los sacramentales son aquellos «signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida» (1667 CIC).
Se suele tratar de una oración acompañada de un signo determinado. Y a diferencia de los sacramentos, que fueron instituidos por Cristo, los sacramentales han sido instituidos por la propia Iglesia.
Asimismo, los sacramentales no sustituyen en ningún momento la gracia del Espíritu Santo que confieren los sacramentos; en este sentido el artículo 1.670 dice así: «Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella».
Agua bendita
Ya en el Génesis, la Palabra de Dios nos habla del agua, en este caso le da un significado de muerte, de caos. Mientras que en el Apocalipsis, el agua tiene un significado de vida, que brota del trono de Dios. Asimismo, en el Evangelio, Jesucristo se refiere a su persona como Fuente de agua viva, de la que brota la salvación.
El agua bendita es un sacramental instituido por la Iglesia, que tiene la capacidad de purificar los pecados veniales de los bautizados.
Experiencia de los santos
Han sido varios los santos que han hecho referencia al uso de este sacramental; por ejemplo, santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica asegura que «el agua bendita sirve contra el asalto externo del demonio. Mientras que el exorcismo se destina contra los asalto internos».
Por otro lado, santa Teresa de Ávila, en su Libro de la Vida, cuenta cómo un día estaba leyendo, se le presentó el demonio y no le dejaba leer pues se posaba sobre su libro. Ante la presencia demoniaca, la santa hacía el signo de la cruz y éste huía, pero al rato volvía a incordiarle. Entonces la santa decidió echarle agua bendita, ante lo que el demonio no volvió a aparecer.
En relación a este suceso la santa escribiría: «De larga experiencia he aprendido que no hay nada como el agua bendita para poner en fuga a los demonios y evitar que vuelvan nuevamente. También huyen de la Cruz, pero regresan; así que el agua bendita debe tener gran virtud. Por mi parte, siempre la llevo, con ella mi alma siente un particular y muy notable consuelo».