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San Juan Pablo II rehabilitó la figura de Galileo Galilei

30 años de la rehabilitación de Galileo, entre la leyenda y la realidad

El 31 de octubre de 1992, el Papa san Juan Pablo II rehabilitó a Galileo Galilei, después de diez años de investigación sobre la figura del científico católico

El 10 de noviembre de 1979, Juan Pablo II pronunciaba un discurso ante la Academia Pontificia de la Ciencia que se reunía para conmemorar el nacimiento de Albert Einstein. Sin embargo, el Papa no centró sus palabras en el descubridor de la teoría de la relatividad, sino en otro científico que, varios siglos antes, había provocado un fuerte enfrentamiento con la Iglesia de entonces, Galileo Galilei.

Juan Pablo II, en aquel discurso, dio un paso que sorprendió a propios y extraños. Pidió que se estudiara a fondo «el caso Galileo» para reconocer «lealmente los desaciertos vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto todavía suscita en muchos espíritus contra la concordia provechosa entre ciencia y fe, entre Iglesia y mundo».

La comisión

Así pues, dos años más tarde Juan Pablo II creaba una comisión de estudio y algo más de diez años después, en 1992, los miembros que formaban este grupo de estudio sobre el caso Galileo presentaban sus conclusiones al papa y el 31 de octubre de ese mismo año, el papa rehabilitaba a Galileo.

«El caso Galileo» no es una cuestión sencilla. El análisis de los hechos, la comprensión de los acontecimientos exige serenidad y dejar a un lado posibles prejuicios que impidan entender adecuadamente lo sucedido.

Tenemos que situar la cuestión en un momento histórico en el que la ciencia buscaba la demostración de los hechos en base a datos empíricos, más en concreto en la observación, lo que permitiría establecer leyes universales y comprender mejor el mundo que les rodeaba. Así sucedió cuando Galileo construyó un telescopio y realizó las primeras observaciones astronómicas. Las conclusiones que el científico sacó le llevaron a tomar parte a favor de la teoría heliocéntrica defendida por Copérnico.

Retrato de Galileo Galilei, de Justus Sustermans

El proceso

Galileo quiso presentar los resultados de sus investigaciones con el objeto de que la Iglesia renunciara a la teoría geocéntrica, que basándose en la Escritura defendía que todo el universo giraba alrededor de la tierra. Ahora bien, para esto el científico pisano distinguía entre verdades científicas y verdades de fe.

Esto provocó que se abriese un primer proceso contra Galileo por defender las doctrinas copernicanas. En 1616, el Santo Oficio declaró que dos afirmaciones atribuidas a Copérnico, aquella que afirmaba que «el sol es el centro del mundo y por tanto inmóvil» y la que aseguraba que «la tierra no es el centro del mundo, no está inmóvil, sino que se mueve verdaderamente, con movimiento diurno», eran formalmente heréticas, la primera, y teológicamente errónea la segunda.

Las principales consecuencias de este primer proceso fueron que la obra de Copérnico fue introducida en el Índice de libros prohibidos, y a Galileo le pidieron que no enseñara según las doctrinas copernicanas y que presentara el resultado de sus estudios como mera hipótesis. El científico obedeció y a lo largo de varios años se dedicó a sus estudios, sin publicar nada, y a perfeccionar los distintos inventos en los que estaba trabajando.

Sin embargo, en 1632 publicó Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en el que tres personajes debatían sobre los sistemas tolemaico y copernicano, uno de los cuales era un aristotélico llamado Simplicio que era presentado como un filósofo mediocre. El texto recibió el permiso de imprimir, pero a condición de que corrigiera algunas cuestiones y la obra fuera editada en Roma.

Fresco de Galileo Galilei, de Bertini

Galileo publicó el Diálogo en Florencia sin introducir los cambios que le habían indicado. Cuando el texto llegó a Urbano VIII, éste se vio reflejado en Simplicio y pensó que algunas de las afirmaciones que se habían puesto en boca del filósofo eran suyas. El Papa prohibió entonces la publicación del libro e hizo que Galileo se presentara ante el Santo Oficio romano acusado de haber incumplido la prohibición de enseñar las doctrinas copernicanas.

Si bien la Escritura no puede errar, podría en cambio equivocarse alguno de sus intérpretes y los que la explicanGalileo Galilei

Desde mediados de abril de 1633 hasta principios de junio de ese mismo año, Galileo fue interrogado sobre su posición ante las teorías copernicanas. Finalmente, el papa insistió para que se le interrogase sobre la intención que había tenido al publicar el Diálogo. El científico aseguró no haber tomado partido por ninguna de las dos teorías en litigio pero el Santo Oficio lo condenó como sospechoso de herejía. Urbano VIII conmutó la pena de prisión perpetua por un arresto domiciliario en la villa florentina de Arcetri donde falleció en 1642.

Desde 1633 hasta 1992, cuando Galileo es rehabilitado, la Iglesia ha sabido diferenciar el método científico y el método teológico, aquello que es posible debatir porque es opinable y aquello que es fruto de la fe y debe ser creído y comprendido desde la Revelación y la razón. La teoría copernicana puso en cuestión algunos pasajes de la Escritura, pero los teólogos de entonces, en vez de buscar formas de reconciliar el heliocentrismo con los pasajes de la Biblia, decidieron negar los avances científicos para mantener sus posturas, como aseguró Juan Pablo II: «la ciencia nueva, con sus métodos y la libertad de investigación que presuponen, obligó a los teólogos a preguntarse por sus propios criterios de interpretación de la Escritura. La mayor parte de ellos no supo hacerlo».

El mito

Galileo era un copernicano católico, es decir, buscó reconciliar la ciencia, los nuevos descubrimientos científicos, con la fe que profesaba, la fe de la Iglesia. En este sentido es significativo lo que él mismo escribió en una carta de 1613, «si bien la Escritura no puede errar, podría en cambio equivocarse alguno de sus intérpretes y los que la explican». Era pues necesario distinguir, en la comprensión de los textos bíblicos, aquello que se refiere a la salvación y, en consecuencia, debe ser creído y aquellos recursos literarios que los autores emplean para transmitir ese mensaje de salvación.

A partir del siglo XVIII se mitificó y se mixtificó «el caso Galileo» para intentar demostrar la oposición entre fe y razón. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Es cierto que los teólogos que examinaron la obra copernicana se basaron en opciones intelectuales erróneas bajo las cuales interpretaron equivocadamente la Escritura. Ahora bien, el tiempo ha demostrado la verdad de las palabras del Concilio Vaticano II:

«… quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe» (Gaudium et spes 36).