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Foto cortesía de Sor Aurora

Sor Aurora saluda a Benedicto XVI

El legado de Benedicto XVI seguirá vivo a través de tres monjas contemplativas

Tras su renuncia, se trasladó al que hasta entonces había sido un monasterio de monjas de clausura, el Mater Ecclesiae, situado en el interior del Vaticano

El difunto Papa emérito Benedicto XVI fue un gran admirador de la vida contemplativa y valoró siempre su existencia. De hecho, dedicó los últimos años de su vida a la contemplación. Tras su renuncia, se trasladó al que hasta entonces había sido un monasterio de monjas de clausura, el Mater Ecclesiae, situado en el interior del Vaticano.

Este convento había surgido por deseo de Juan Pablo II, que de ese modo buscaba acoger a una comunidad de vida contemplativa, en la que las monjas pudieran rezar por el Papa y por la Iglesia.

Para Benedicto XVI, los contemplativos y contemplativas, son fundamentales para la Iglesia y la sociedad, aunque el mundo no los vea. Para él, eran «antorchas que, en el silencio de los monasterios, arden de oración y de amor a Dios». A las contemplativas encomendaba sus intenciones por las necesidades de la Iglesia y del mundo.

Para comprender el impacto que tuvo entre los contemplativos y contemplativas la vida y el magisterio del papa emérito, Aleteia ha recogido los testimonios de tres religiosas de clausura.

La liturgia, obra de Dios

La madre Ernestina, abadesa de las benedictinas de Santa María de Carbajal, en León, recuerda la gran cercanía que sentía Benedicto XVI por la vida contemplativa benedictina.

«Como monja benedictina destacaría su aportación en la comprensión de la liturgia como obra de Dios, a la que el hombre está llamado a colaborar para entrar en un profundo diálogo con él», explica la religiosa.

En segundo lugar, la religiosa destaca «sus grandes catequesis sobre la oración en la Sagrada Escritura».

Benedicto XVI será enterrado este jueves con un anillo que presenta la imagen de san Benito de Nursia, «fundador del monacato occidental y patrono de mi pontificado», como a él le gustaba recordar.

«En cuanto a la persona de Benedicto XVI –recuerda la madre Ernestina–, lo que me transmitía siempre era un aspecto específico de su dimensión contemplativa: daba una profunda atención a la realidad y al sentido de las cosas».

«Cambió mi vida»

Desde su convento en Benigánim, sor Gemma, de la comunidad de Agustinas Descalzas, reconoce que el Papa Benedicto cambió su vida totalmente.

«El Papa Benedicto, siempre digo que es mi papa, no quiero decir que no quiera a Francisco, al contrario, y a Juan Pablo II, que fue un referente y, más ahora, que estoy descubriendo la Teología del cuerpo. Pero me ratifico, Benedicto es mi Papa, porque fue el gran instrumento de Dios, para una conversión dentro de mi vida religiosa».

La religiosa, que entró en el convento en 1985, nos revela que en 2011, al leer el primer volumen de Benedicto XVI sobre «Jesús de Nazaret» experimentó «un toque de Dios, un regalo muy grande: la sensación de tener unas gafas muy grandes, cómo si me hubieran abierto los ojos».

Sentía muchas veces que me faltaban palabras para animar a otros en la feSor Gemma

«Sentía la sensación de que esas palabras me tocaban el corazón, no sé muy bien qué fue. Sí, sé que fue una gracia. Para mí el mundo cambió, como si lo viera ahora de color, el mundo de mi fe».

«Hasta entonces estaba muy convencida de mi vida en el convento, y mi fe me valía para mí. Pero sentía muchas veces que me faltaban palabras para animar a otros en la fe, o para poder transmitir mi fe de una forma convincente. Esa segunda lectura del libro de Benedicto XVI fue una gracia, una gracia que ha perseverado, ya que, a partir de ese momento, empecé a leerle».

«Siempre que le leo –añade la religiosa agustina–, percibo la misma impresión: un hombre que me amuebla la mente, me calienta el corazón y abre mi boca. A partir de entonces, sin necesidad de salir de mi vida de contemplativa, noté un impulso diferente dentro de mí».

«A partir de ese momento –revela–, empezamos a organizar 'encuentros interior' para gente joven y sentía que tenía mucho que transmitir y sentir, tenía muy claro lo que quería con esos encuentros y fue gracias a esa gracia que vino de Dios. Pero el gran instrumento fue y sigue siendo Benedicto XVI, a través de sus escritos. Siempre que le leo, recibo algo nuevo, que refuerza mi fe».

«No me fijo tanto en el Papa, sino en el teólogo, el teólogo santo. Ahora, con su fallecimiento, están hablando de Benedicto XVI como doctor de la Iglesia. Desde 2011, yo ya pensaba que el Papa emérito es como los Padres de la Iglesia, te ordena por dentro y te calienta el corazón. No separa la teología de la santidad».

«Leyendo sus textos captaba dos de sus cualidades: valentía y humildad. Puso palabras en mi lengua y en mi corazón para hablar de mi fe de una forma convincente y darme cuenta, que tenía mucho que dar y que decir a la gente, sobre todo a la gente joven».

«Como un padre»

Hermana Fabiana, otra de las religiosas de Benigánim, pudo ver personalmente al Papa Benedicto, pues antes de abrazar la vida contemplativa agustina había pertenecido a otra familia religiosa.

Nos confiesa lo que supuso para ella haberle podido encontrar al Papa antes de abrazar la vida contemplativa agustina, cuando pertenecía a la congregación de las Carmelitas Mensajeras del Espíritu Santo, instituto religioso fundado en Brasil.

«No podría dejar de compartir la gracia extraordinaria de haber visto al Papa Benedicto XVI por dos veces –nos confiesa–. El día 17 de junio de 2007, el Papa visitó la ciudad de Asís (Italia), donde yo formaba parte de la comunidad que atendía al arzobispo de la diócesis, monseñor Domenico Sorrentino. Fue un día inolvidable… Cuando yo vi al Santo Padre delante de mí, le pregunté si podría darle un abrazo brasileño. No puedo describir la sonrisa que vi en sus labios y su mirada tan penetrante y radiante de luz. Le di un abrazo de hija y lo sentí como un verdadero padre».

La hermana Fabiana recuerda su segundo encuentro el 8 de enero de 2011, esta vez en Roma. «En esta ocasión yo pertenecía a otra comunidad que atendía a un cardenal que iba a jubilarse y antes de marcharse a su país nos llevó a saludar al Santo Padre. Recibimos el Santo Rosario de sus manos y también fue un momento muy especial. Doy siempre gracias a Dios por el regalo que me concedió y que marcó la historia de mi vida».

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