La Universidad según Benedicto XVI: «Invitaba a volar con la fe y la razón, sin esquizofrenias en el aula»
El catedrático de Periodismo José Francisco Serrano Oceja analiza el pensamiento del difunto Benedicto XVI en torno a la cultura y la educación universitaria
¿Qué pensaba Benedicto XVI sobre la misión de la universidad, el auge del relativismo cultural o la necesidad de la belleza?
El catedrático de Periodismo de la Universidad CEU San Pablo José Francisco Serrano Oceja continúa la miniserie de entrevistas del programa de la Asociación Católica de Propagandistas ‘El Efecto Avestruz’ dedicada a recordar la aportación del Papa alemán a la doctrina social de la Iglesia.
–Antes de ser papa, Joseph Ratzinger fue profesor universitario, ¿influyó en su interés por la institución universitaria?
–Benedicto XVI no dejó de ser nunca profesor; entre otras cosas, porque tenía muy clara su función pedagógica. Su vocación fundamental fue dar razones de la fe, establecer un puente, un diálogo, con el mundo del pensamiento contemporáneo desde el punto de vista de la teología. Entendía la razón y la fe como vías complementarias. En este sentido, como profesor, su auténtica pasión fue acompañar a sus estudiantes en la búsqueda de la verdad
Benedicto XVI es un gran convencido de que podemos conocer la verdad
–La búsqueda de la verdad era, también, lo que Benedicto XVI identificaba como la misión originaria de la universidad.
–La universidad ha sufrido muchos procesos históricos que han contribuido a que se pierdan el horizonte y el sentido original de su nacimiento, su misión primera. Cuando nosotros hablamos de «universidad», tenemos en la cabeza el modelo napoleónico, desarrollado fundamentalmente en los estados nacionales contemporáneos, pero la universidad tuvo mucha historia antes. De ahí que Benedicto XVI, desarrollando el pensamiento de John Henry Newman, invita a que la universidad sea un lugar para la búsqueda cooperativa de la verdad. Benedicto XVI es un gran convencido de que podemos conocer la verdad: sobre la realidad que nos rodea, sobre la naturaleza humana, sobre Dios, sobre el papel de la Iglesia en la sociedad…
–¿Esto es compatible con la visión actual de la universidad, como lugar donde preparar profesionalmente a los estudiantes?
–No tiene por qué ser incompatible: la mejor preparación que se puede ofrecer a las nuevas generaciones no es solo un conocimiento útil o instrumental, en función del mercado laboral, sino enraizar ese conocimiento en la búsqueda de la verdad y la conformación de un criterio sobre las cosas, también sobre el mundo profesional e incluso sobre las relaciones humanas que lo hacen posible.
–Otro gran eje del magisterio de Benedicto XVI es la lucha contra la «dictadura del relativismo».
–Era un hombre con una gran capacidad para diagnosticar las corrientes de fondo que operan en el pensamiento, la cultura y la historia. Y dentro de este diagnóstico, Benedicto XVI dio protagonismo al relativismo cultural, una diagnóstico que le permitía dialogar con otros grandes pensadores del momento, como Jürgen Habermas o Galli della Loggia.
–¿Esta crítica se quedó en lo teórico?
No, no, también se refirió a los efectos en la vida práctica de este relativismo, que todos hemos asumido acríticamente sin ser suficientemente conscientes de sus consecuencias. Por ejemplo, los estudiantes universitarios que te dicen que da lo mismo aprobar que suspender: en el fondo están asumiendo ese relativismo.
Que no se enseñe Medicina sin tener en cuenta el punto de vista de la ética
–Benedicto XVI hacía también una invitación a re-humanizar las ciencias y evangelizar la cultura.
–El papa no era un hombre de dialécticas, las rechazaba. Era un hombre de integración, y en este sentido invitaba a las universidades -y a las universidades católicas- a no separar las dos dimensiones de la razón: como instrumento para el desarrollo de las ciencias, sí, pero también como apertura a la dimensión trascendente del hombre. Invitaba a aceptar lo que nos ofrece el Evangelio para regenerar la cultura, e incluso la misma raíz de la razón. Según su pensamiento, no tendría sentido que las universidades católicas tuvieran un desarrollo excelente de los grados y títulos pero -a su vez- presentaran una oferta escasa y limitada de propuesta de sentido en lo trascendente de la razón, que implica siempre un encuentro con la fe, la Revelación y –por tanto– el Evangelio.
–De nuevo, una invitación con implicaciones muy concretas.
Es una invitación permanente a que las universidades vuelen a una altura que les permita mirar las cosas desde arriba, con el ala de la razón y el ala de la fe. En el día a día, es una invitación a que no haya esquizofrenias en las clases. Por ejemplo, que no se enseñe Medicina sin tener en cuenta el punto de vista de la ética, o incluso de lo que el Evangelio aporta a la perfección moral de las ciencias.
–En esta línea, también proponía un redescubrimiento de la belleza.
–Sí, es un tema que nace de la experiencia litúrgica de Benedicto XVI, que está relacionada con el centro del Misterio, pero que es también una experiencia estética. Él nos invitaba no solo a redescubrir las vías de la verdad y del bien, sino también de la belleza. Y no solo me refiero a la dimensión artística: creo que en la Iglesia ha de haber una especial preocupación por recuperar la belleza de la naturaleza, de lo humano, del cuerpo… Una especial sensibilidad por presentar el significado de la potencia de la obra del Creador a través de lo atractivo, de lo que persuade, de lo que engancha, de lo que fascina. Creo que es uno de los grandes retos que tenemos por delante.